Mi maestro fue un obispo - Alfa y Omega

«¿Cómo no voy a ir adonde me inviten a intervenir si es una ocasión para hablar de Cristo? Eso sí, tendré que intentar no meter la pata y, si digo alguna tontería, que Dios me perdone». Con palabras similares a estas, en numerosas ocasiones a lo largo de los ocho años en los que trabajé a su lado, el cardenal Carlos Osoro me decía que sí a todas las peticiones de entrevistas que le trasladaba. Buscábamos un hueco en su agenda, cargada de celebraciones y actos, y mientras compartíamos un café y unas tostadas —«¡no comes nada!»— le adelantaba las cuestiones peliagudas que podían salir. Hubo una época en la que solo le sacaban a Manuela Carmena o Rita Maestre; luego vinieron las preguntas sobre el Valle de los Caídos o los abusos en el seno de la Iglesia, y siempre, siempre había que estar preparados para tratar temas de moral sexual o los últimos choques políticos.

Por ejemplo, en octubre de 2021 en El Objetivo de laSexta, el arzobispo emérito de Madrid denunció la discriminación a migrantes, al tiempo que tildó de graves y dramáticos los abusos sexuales cometidos por sacerdotes y pidió «perdón públicamente» por ellos, alentando a las víctimas a contactar con el Proyecto Repara —la oficina diocesana que él mismo puso en marcha—. Además, con su habitual cercanía, regaló a la presentadora, Ana Pastor, su libro Mi maestro fue un preso (Sal Terrae), con correspondencia cruzada con sus queridos internos de Soto del Real. Lo que no se vio en pantalla fue la comida que tuvimos con él, unos días antes en su casa, los periodistas José Beltrán, Silvia Rozas y yo para hacer una simulación de entrevista comprometedora. El purpurado sabe escuchar y se deja aconsejar: entendió que debía evitar los circunloquios y que, al abordar los abusos, no podía arrancar argumentando que también se dan en otros entornos o que este problema no es solo de la Iglesia, sino que tenía que subrayar que un solo caso ya son muchos. Y así lo hizo.

Con esta misma confianza en los profesionales de la comunicación y con la certeza de que la prensa es una herramienta fundamental para hacer verdad el mandato de ir al mundo entero y proclamar el Evangelio, el cardenal Osoro respaldó siempre el Departamento de Medios de la archidiócesis de Madrid, en cuya estructura se integra este semanario. Veía claro que, aunque el Arzobispado de Madrid sufragara Alfa y Omega, no podía ser un boletín diocesano ni la gaceta del obispo. Tenía que haber hueco para actos de Madrid de peso o sus cartas, claro, pero la publicación debía mostrar la realidad de la Iglesia universal y española, con una mirada especial a las periferias como pide el sucesor de Pedro, y ser así un instrumento de comunión frente a otros medios que buscan y alimentan la confrontación. En los años en los que fui editor y director publicamos, con gran libertad y con más o menos acierto, toda clase de historias. Más allá de aquella vez en la que me llamó porque un columnista había cargado las tintas contra una política catalana —y eso no había gustado a cierto diplomático—, jamás se metió en nuestra labor y respetó nuestro criterio periodístico.

Ahora lo sustituye José Cobo, otro buen pastor que, como ya está demostrando, sabe abordar los temas más complicados. Estoy seguro de que, después de trabajar codo con codo con el cardenal Osoro, el nuevo arzobispo seguirá dando a la comunicación gran importancia para llegar a quienes todavía no conocen a Dios. Además de a un hermano, tiene en su antecesor a un referente y a un padre del que yo he aprendido muchísimo. Sí, mi maestro fue un obispo.