Es la única persona que conozco que lleva la cuenta de las veces que comulga, pero Ángel es así, único, como todos los hijos.
El pasado mes de mayo, ha tomado su Primera Comunión en una celebración cuidadísima y sencilla; rodeado de otros once compañeros, sus familias y sus profesores. Sinceramente, no pensábamos que la emoción iba a ser tal, pero así ha sido. Ya nos lo advirtió la directora del colegio, al comienzo de la celebración. Eran distintas las situaciones de los que estábamos en ese momento en la capilla; eso no importaba, estábamos todos invitados y éramos todos bien recibidos. Eso sí: «Los niños saben por qué están aquí; estemos a la altura».
El reto era y es que a esa Primera Comunión sigan otras muchas y que sepamos acompañar, sobre todo con nuestro ejemplo diario, el proceso de fe de estos niños, que comenzó hace en torno a diez años, cuando acudimos a la Iglesia para bautizarlos, y que llegará hasta donde ellos y nosotros queramos llegar. A veces, resulta complicado incluso imaginar cómo podrían ser determinadas situaciones, al margen de lo que hace la mayoría de la gente. Sin embargo, hay ocasiones en las que las cosas salen y entonces una se siente agradecida a todos los que han hecho posible que el milagro suceda.
Me siento agradecida al colegio, por preparar celebraciones tan recogidas, con pocos niños y todos vestidos de uniforme, evitando así cualquier tentación de centrarnos en nada que no sea lo esencial.
Me siento agradecida a la maestra de Religión y a los padres que llevan todo el año un poco más estresados para dedicar tiempo y talento a este grupo de niños.
También a los que estaban cámara en mano en la celebración, que aceptaron las normas y renunciaron a un primerísimo plano para que las cabezas y los corazones apuntaran en la misma dirección y nadie se despistara.
A los que han querido tener un detalle con Ángel, pero sin perder la sensatez. Ángel está feliz con su reloj, su monopatín, su estuche nuevo y su libro de magia.
Y, por supuesto, al sacerdote, que tuvo la habilidad de explicar a los niños, con su lenguaje, todo lo que estaba sucediendo, con cercanía pero sin quitarle solemnidad al momento y que renunció a cierto protagonismo para dárselo, durante la homilía, a una antigua alumna, tía de una de las niñas, que precisamente ese día, pero hace cincuenta y siete años, había tomado su Primera Comunión. Nadie había preparado esto, que fue totalmente improvisado, pero lo que le contó a los niños fue precioso. También tuvo palabras para los padres. Apeló a nuestra responsabilidad y a nuestro deber para alentar a nuestros hijos y hacerles ver que Dios nunca defrauda, siempre acoge y sabe lo que es mejor para ellos.
Fue una celebración redonda. No me extraña que Ángel cuente las horas que faltan hasta volver a ir a misa como los mayores. Ojalá nosotros lo viviéramos como él.