«Me preguntó por el padre César. Le dije que lo habían matado»
Este es el testimonio de uno de los dos salesianos que acompañaban al misionero español Antonio César Fernández cuando fue asesinado por yihadistas en Burkina Faso
«Salimos el viernes 15 de febrero desde Lomé [capital de Togo] hacia Uagadugú [capital de Burkina Faso]. De camino pasamos por Cinkassé [en Togo, muy cerca de la frontera con Burkina Faso y Ghana], donde dejamos a algunos hermanos de aquella comunidad. Tranquilos, emprendimos viaje para hacer los trámites en la frontera para entrar en Burkina Faso. Allí, hay un puesto de control justo después de la frontera y vimos a lo lejos un camión cruzado en la carretera.
Mientras nos preguntábamos qué es lo que pasaba, un hombre nos pidió que bajásemos del vehículo. Lo hicimos. En ese momento no fuimos agredidos físicamente, sino que nos sometieron a un interrogatorio: nos preguntaron quién éramos, qué hacíamos allí y a dónde íbamos. Les explicamos que acabábamos de regresar de una reunión en Lomé y que nos dirigíamos a Uagadudú. Eso era todo. Luego nos comenzaron a golpear y rompieron las ventanas de los vehículos. Algunos los rociaron con gasolina que habían comprado en la misma calle y los quemaron. El padre César se dirigió a ellos y les preguntó por qué lo hacían, pero no obtuvo respuesta.
Después, nos pidieron a mí y al padre César que avanzáramos en dirección al bosque, a 100 metros del puesto de control. Allí había personas del mismo grupo. El otro salesiano, el padre Germain, se quedó moviendo el coche.
No nos preguntaron nada. Uno se dirigió al coche y cogió nuestras cosas: ordenadores, dinero, teléfonos, disco duro externo… Entonces, uno de los hombres que nos retenía me dijo que volviera al coche. Obedecí y, después de un pequeño rato, me giré y ya vi al padre César en el suelo. Escuché tiros que le alcanzaron. Yo quería volver hacia el cadáver, pero insistían en que avanzase. Llegué hasta donde estaba el padre Germain, que me preguntó por César. Le dije que le habían matado. Luego nos acercamos al cuerpo, le cerramos los ojos, le colocamos la cruz, lo cogimos y le llevamos a la frontera».