Mauricio Elías, capellán español en Lourdes: «Al santuario ahora le faltan los enfermos» - Alfa y Omega

Mauricio Elías, capellán español en Lourdes: «Al santuario ahora le faltan los enfermos»

De origen argentino pero «pura sangre» libanesa, y por eso católico de rito maronita, el padre Mauricio nos adentra en el mensaje de Lourdes cumplido un año de su nombramiento como coordinador de lengua española

Begoña Aragoneses
El padre Mauricio Elías, en el santuario de Lordes. Foto: B. A.

Si uno quiere encontrar al padre Mauricio Elías, capellán coordinador de lengua española en el santuario de Lourdes, nada mejor que acudir a la capilla de las confesiones. El primer confesionario a mano derecha, justo al entrar, es el suyo. «¿Has oído hablar de la vocación dentro de la vocación?». Pues esa es la suya, la de confesor, su «gran vocación dentro del sacerdocio» que «descubrí después de ser sacerdote». Junto a ella, «atender hospitales», y entonces no extraña nada que el padre, con esto en el corazón, esté en Lourdes. De hecho, antes de ser nombrado oficialmente capellán español ya llevaba 20 años acudiendo al santuario francés, en períodos de 15 o 20 días, exclusivamente para administrar el sacramento de la Penitencia. «Tenía un obispo maronita muy bueno que me daba permiso para venir».

Sí. El padre Mauricio es católico de rito maronita porque, si bien nació en Mendoza (Argentina), es de origen libanés. «Pura sangre», asegura: sus cuatro abuelos eran del Líbano, y allí el rito es una «herencia de sangre por línea paterna». Un rito, esto es, «una forma de manifestar el culto de acuerdo a la tradición de un pueblo», que es oriental y el propio del país: allí todos los católicos son maronitas, y además el Líbano es «muy religioso; el católico es muy católico». El padre Mauricio, sacerdote diocesano aunque perteneciente a la eparquía (el equivalente a diócesis) de Argentina, fue ordenado según el rito latino, «pero me concedieron el birritualismo».

Convertir al turista en peregrino

No llevamos ni cinco minutos hablando con el padre Mauricio cuando hay que hacer un receso; un chico pide confesión y aún no ha llegado otro de los sacerdotes españoles, que ha dirigido el rosario en lengua española en la gruta —todos los días, a las 16:00 horas—. Esperamos. Los confesionarios de Lourdes son signo evidente de cómo la pandemia ha obligado a adaptarse. De cada dos, nos explicará después el capellán, se ha hecho uno. Más seguro —incluida mampara entre sacerdote y penitente, gel hidroalcohólico— y también más cómodo; tanto, que da de sobra para que entren madres con carritos de bebé.

El padre Mauricio llegó a Lourdes el 28 de junio de 2020 como capellán —sustituyendo al anterior, que se retiraba—, «en cuanto se abrieron las fronteras». Venía de Zaragoza, donde había sido los ocho años anteriores coordinador de liturgia de los tanatorios. Su trabajo es organizar todas las celebraciones en lengua española (la procesión de las antorchas, la del Santísimo, las Misas, las piscinas, las confesiones, el rosario en la Gruta…) y recibir y acoger a todos los peregrinos en lengua española. Una organización que se gestiona con más de un año de antelación: «En febrero de este año dejamos programado todo 2022».

El padre Mauricio charla con una familia de Madrid junto a la capilla de San José, donde se celebra la Eucaristía en español. Foto: B. A.

Una de las peregrinaciones que fue a Lourdes a finales de julio era de Sevilla, y mientras nos cuenta esto, el padre Mauricio, saluda a tres monjas españolas que pasan por allí de la Compañía del Salvador (llevan los colegios Mater Salvatoris). Han venido en el día desde Lérida, algo que hacen con relativa frecuencia, con sacrificio incluido ya que una de ellas va en silla de ruedas: el padre le bromea con que no está para un partido de fútbol. «La semana pasada estuvieron del Mater de Madrid con 70 chicos», les dice el sacerdote, y reta en broma a las hermanas: «Mejores que ustedes, seguro». La labor del capellán es también orientar a estos grupos. «Las animé a que llevaran a los chicos al lago que hay aquí cerca o a la montaña, ¡no puedes tener a chavales rezando todo el día!», despeja.

Entre los grupos que acoge están, por supuesto, las hospitalidades, que acuden una vez al año en peregrinación —«Madrid viene dos», puntualiza—. Este año, apenas se ven. «Al santuario ahora le faltan los enfermos», reconoce el padre Mauricio; no pueden salir de las residencias y, por otro lado, «quién se atreve a traerlos» cuando son de alto riesgo. Echa de menos hablar con ellos, estar con ellos, «que te digan que vienen para que el Señor les enseñe a llevar su enfermedad…». Las hospitalidades que habían programado peregrinaciones las están anulando, posponiendo a septiembre o haciéndolas sin enfermos, lo que por otro lado redunda en beneficio para los hospitalarios, «que están teniendo tiempo para rezar».

La falta de peregrinos se nota también en las calles de la localidad. Aún hay tiendas y hoteles cerrados. «Si no hay gente, no pueden abrir», se lamenta María Jesús, santanderina afincada en Francia no recuerda ya desde cuándo, que atiende uno de los comercios de productos monásticos. «Ha sido un año durísimo», reconoce, y aprovecha para preguntar qué tal están las cosas por España y para contarnos que allí en Francia están ya vacunando a los niños de 12 años.

Una calle de Lourdes semivacía y con comercios cerrados. Foto: B. A.

«El centro es Cristo»

El cometido final de la capellanía en español es «enseñar el mensaje de Lourdes, que no sea un “fuimos a visitar Lourdes y ya”; ellos vendrán de turismo, pero yo tengo que convertirlo en peregrinación, en el encuentro con Cristo», explica el padre Mauricio. Porque «el centro del mensaje de Lourdes no es la Virgen, es Cristo», dice tajante. María pidió una capilla, «y el centro de la capilla es Cristo en la Eucaristía». La Virgen rezaba el rosario con Bernardita —no las avemarías, que solo pasaba las cuentas—, y esto llevó a la niña «a un cambio radical en cómo vive el rosario, que rezaba todos los días antes de las apariciones, y que pasa de una oración vocal a una meditación» del misterio de Cristo. Porque, como decía san Juan Pablo II y recuerda el padre Mauricio, el rosario es «contemplar el rostro de Cristo con los ojos de María».

«Bernardita encuentra a la Virgen, que le va mostrando a Cristo en esos diálogos del corazón», continúa el sacerdote. Este encuentro de la niña con Él ilumina su vida y entonces ve «todas las miserias de su corazón, los pecados»; se confiesa por primera vez y «empieza su proceso de conversión». Esta es la primera gran enseñanza de Bernardita para los cristianos del siglo XXI, según el padre Mauricio. «Tenemos que creer en el pecado; ahora no hay conciencia de él, ni en los cristianos». De ahí un fruto, el de la confesión. El segundo fruto, la caridad, algo distintivo de la pequeña santa.

Por último, «Bernardita nos enseña a dar a conocer el mensaje de Cristo, que es la roca, Cristo es la fuente», añade el capellán, y sale en la conversación el tema del agua en Lourdes. Las piscinas, uno de los puntos de referencia, están ahora inutilizadas y en sustitución se puede realizar un acto que en realidad se ajusta mucho más a lo que la Virgen le pidió a Bernardita, «que bebiera y se lavase en la fuente, no que se bañase». El padre Mauricio explica que esto es un «acto penitencial interior que lave el corazón, que purifique el alma, que abra a una vida nueva…».

Peregrinos ante la Virgen de Lourdes. Foto: B. A.

Necesidad de Dios

La vida en Lourdes no es para todo el mundo, reconoce el padre Mauricio. En condiciones normales, «en verano hay mucha gente, pero en invierno hay muy poca y uno se puede sentir muy solo». Los capellanes hacen una cierta vida de comunidad, «solemos comer todos juntos», pero la realidad es que la vida es solitaria. Y en pandemia, esto es quizá más evidente porque, nos cuenta, ahora mismo hay un diez por ciento o menos de la gente habitual. «El año pasado solo había franceses y españoles». Este año, más o menos igual, aunque quizá con más inconvenientes ya que, a diferencia de 2020, se debe presentar una prueba diagnóstica de COVID-19 negativa para entrar en Francia, y otra para regresar a España. En Lourdes esto lo han resuelto ofreciendo test de antígenos gratuitos en uno de los edificios del complejo, junto a la librería.

En este punto el sacerdote deja claro que al Lourdes pandémico «se puede venir perfectamente»: se mantienen las distancias y los aforos, la mascarilla es obligatoria en todo el recinto, y hay limpieza y desinfección constante, como hemos podido comprobar en la capilla de las confesiones. ¿Y cómo acude la gente? «Viene con necesidad de Dios, pero creo que no terminamos de tomar conciencia de esa necesidad que tenemos de Él, de convertirnos, de tomarnos en serio la vida», reconoce el sacerdote, que asegura que hay quienes piensan «en vacunarse y como si nada». «Si vengo a Lourdes —añade—, me tiene que llevar a esa llamada a la conversión; las apariciones de la Virgen son una llamada a la oración y a la penitencia por la conversión de los pecadores, yo el primero».

Para los que no pueden acudir al santuario, Internet ha facilitado, y sigue haciéndolo, la oración; tanto, que el padre ha recibido multitud de mensajes de personas a las que les ha ayudado mucho Internet. Como este que recibió en una ocasión: «Yo no sabía rezar y he aprendido gracias a la pandemia».

Particularidades de las celebraciones maronitas

El padre Mauricio explica que «la misa se celebra en el idioma del lugar, pero hay cuatro o cinco partes que se dicen en arameo para significar la unidad del rito en el mundo entero». Como las palabras de la consagración, y entonces el sacerdote no puede evitar cantarlas, en la misma lengua en que las pronunció Jesús aquella noche santa. También destaca, por ejemplo, la coronación de los esposos en el Matrimonio, como «rey y reina del hogar». Y sobre los santos, el sacerdote nos habla de tres: san Marón, un monje del siglo IV del que desciende el pueblo cristiano libanés; san Chárbel Makhlouf, «muy famoso», sacerdote canonizado en 1977, y santa Rafka Choboq Ar-Rayes (Rebeca), religiosa canonizada por san Juan Pablo II en 2001.