Mascarillas en el corazón - Alfa y Omega

Hace dos domingos celebrábamos la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado. Supongo que vivir en la ciudad fronteriza de El Paso y el tener el muro tan cerquita hacen que el corazón lata más intensamente en un día tan especial. Quizás sea también esa la razón por la que el mensaje del Papa me ha calado bien hondo, porque las palabras llegan al corazón cuando salen del corazón. Y en el corazón del Papa tienen un lugar privilegiado los inmigrantes, como lo tendrían en el de Jesús de Nazaret.

Nos recuerda Francisco que la crisis mundial causada por la pandemia de la COVID-19 ha hecho que olvidemos otras emergencias humanitarias que afligen a millones de personas, entre ellas los desplazamientos por causa de la guerra, de la delincuencia, del hambre… De alguna manera, la mascarilla tan recomendada se la hemos puesto también al corazón.

Esto me hace recordar la experiencia vivida en Sierra Leona en tiempos del ébola, el sentimiento de impotencia al tener un niño con malaria entre los brazos sin poder llevarlo a ningún sitio porque los hospitales estaban colapsados. El ébola hizo que muriesen infinidad de niños por malaria, cólera, desnutrición, tifus…, sin que nadie hiciese nada por evitarlo por miedo al contagio.

Nos recuerda también el Papa que Jesús experimentó, junto a sus padres, la trágica condición de desplazado. Lo mismo que viven hoy millones de familias en el mundo. Se te encoge el alma cuando conoces a familias que llevan meses en Ciudad Juárez esperando poder arreglar sus papeles como refugiados. Han huido de su país para salvarse, pero eso ya ni cuenta en los trámites migratorios, a no ser que se trate de una persecución política demostrable. Y cada vez se catalogan más las historias como «no creíbles» en los juzgados.

Nuestro obispo, Mark Seitz, dijo a los hermanos y hermanas migrantes: como obispo «me comprometo a estar con ustedes en este tiempo de ansiedad y miedo. Prometo escucharlos, celebrar con ustedes, compartir el pan con ustedes, orar con ustedes y llorar con ustedes». «Ustedes tienen una dignidad que ninguna ley o tribunal terrenal puede quitarles. Sus familias enriquecen nuestra comunidad y fortalecen nuestras parroquias. Su perseverancia, dedicación y entusiasmo por un futuro mejor renuevan nuestra esperanza», aseguró. Olé por mi obispo. Amén.