Maria Raspatelli: «Una Iglesia que impone no tiene futuro entre los jóvenes»
El vaciamiento de las clases de Religión es un síntoma grave de la secularización social. Pero como defiende esta profesora italiana de un instituto de Bari, que ha sido galardonada con el Global Teacher Award 2022 y que prefiere jóvenes contestatarios antes que indiferentes, enseñar esta materia no es adoctrinar. «Les enseñamos a pensar», asegura.
¿Qué significa este premio?
Es un altavoz que me acredita para poder decir lo que no va bien en el modelo actual de escuela. No podemos ser como un tribunal donde el alumno será juzgado, sino un lugar donde formar su mente y sus sentimientos. Los jóvenes toleran poco la frustración porque la sociedad les impone ser siempre los mejores y no cometer errores. Pero es su derecho equivocarse y aprender de ello.
¿Cómo cree que hay que tratar los errores del alumno?
Desde luego no hay que cancelarlos. Son un recurso precioso para aprender. La mayoría de mis alumnos tienen poca tolerancia al error. Muchos sufren ansiedad y estrés. Vomitan antes de los exámenes o tienen pánico de ir a clase si van a ser interrogados. Necesitan más confianza.
Hábleme un poco del proyecto que ha sido premiado.
Es un proyecto familiar que comenzó mi marido, el profesor Antonio Curci, hace 16 años. Se trata de una radio activa 24 horas que realizan por entero más de 80 alumnos del instituto donde enseño. Aprenden a gestionar las emociones a través de la comunicación. He querido dedicárselo a todos los enseñantes del mundo de Religión católica.
¿Por qué?
Hay que reconocer el servicio que hace a la sociedad. La enseñanza de la Religión no es confesional. Es decir, no hay que ser creyente para ir a clase de Religión. Es una propuesta de reflexión que se le hace al alumno respetando su libertad. No adoctrinamos, les enseñamos a pensar, a preguntarse quiénes son. Las crisis de identidad surgen cuando no lo sabemos. Y esto lleva después al miedo, porque lo distinto representa una amenaza.
¿Cómo son sus alumnos?
Los chicos de hoy son la generación más frágil que jamás he conocido. Se dejan guiar por las emociones, sin saber cuál es el sentimiento que los está dominando. Esto es peligroso. Hay que romper con la visión romántica de las emociones para poder pasar de lo emotivo al verdadero pensamiento.
¿Suele haber debate en sus clases?
Raramente me encuentro con jóvenes contestatarios. Esto es muy negativo. Si un chico me dice que no está de acuerdo conmigo, estoy contenta, porque entonces se abre el diálogo. Yo también fui una joven con ideales que criticaba el sistema. Pero hoy vamos hacia la indiferencia, y eso da más miedo. El chico que te dice: «No me interesa, me da igual», te pone un muro delante. También es verdad que hay jóvenes que trabajan como operadores del cambio social, pero son minoritarios.
¿Cuál es el lugar de la Religión para estos jóvenes?
En el sur de Italia vivimos todavía en una isla feliz. Los jóvenes frecuentan las parroquias. Pero el problema no es que los jóvenes se alejen, sino que lo haga la Iglesia. No es que no busquen la trascendencia, sino que es la Iglesia la que ya no es capaz de darles las respuestas que buscan. Esto es prioritario. El mensaje que ha calado es que ir a la iglesia es de pringados y que los guays no la frecuentan.
¿Qué podemos hacer para cambiar esto?
Como Iglesia, tenemos que quitarnos una frase de la boca: «Tú debes hacer algo». Así los alejamos. Tenemos que entrar en continuo diálogo con el mundo. Ya no contamos con una posición privilegiada. Una Iglesia que impone no tiene futuro entre los jóvenes.