María Escarda: «La solidaridad puede dar vida a los pueblos»
María Escarda es servidora del Evangelio de la Misericordia de Dios. Después de pasar tres años en Togo y conocer la dura realidad de Camerún, consiguió involucrar a todo su pueblo de Zamora en Tejiendo Sueños, un proyecto para proteger a mujeres frente a la prostitución. La iniciativa es modesta, pero ha conseguido sacar de sí mismos a los adolescentes, que necesitaban referentes.
Usted es misionera pero ahora vive en Guadalajara.
Estuve con mi comunidad en Togo. Somos Servidores del Evangelio de la Misericordia de Dios, una comunidad nueva con misioneros tanto religiosos como laicos. Durante tres años viví en Dapaong, una ciudad cerca de Burkina Faso. Teníamos una biblioteca que nos encargó la diócesis. En ella los chavales podían leer y estudiar, porque en su casa no tenían luz. También algún microemprendimiento muy pequeño.
Volví a España una temporada para cuidar a mi padre, entonces estalló la COVID-19. Y cuando el yihadismo ascendió por Togo —también por Níger y Mali— y asesinaron a dos periodistas en Burkina Faso, quise volver pero no pude.
Eso no le impidió seguir trabajando por los demás.
Sí, trabajé con Accem en la casa que tienen en Sigüenza (Guadalajara) porque sé francés. Ahí me reencontré con un chico de Camerún al que ya conocía. Él es católico, cuando la mayoría son musulmanes. También hay un conflicto entre francoparlantes y angloparlantes. Él volvió a su país después de seis años aquí y había una realidad muy fuerte, con un orfanato de 600 niños. Cuando me enteré, me encajó la ficha. Me dije: «Ese es el lugar al que tenemos que ir». Conseguimos dinero para unas máquinas de coser, hicimos una formación, se las regalamos a las chicas de ese orfanato y les enseñamos un oficio. Así nació Tejiendo Sueños.
¿De dónde sacaron el dinero?
Hicimos un mercadillo en mi pueblo, Villanueva del Campo (Zamora), y la gente respondió de maravilla. España es muy solidaria. Lo he hecho en Villanueva dos veranos, porque tampoco quiero abusar, y en los municipios de alrededor. Este verano, el alcalde nos ayudó un montón. Hemos podido recaudar para pagar el alquiler de un local en Camerún, al formador que enseña a las mujeres y los materiales que se compran.
¿Qué seguimiento le están dando?
Mis amigas dicen que esto hay que ponerlo cada año. Al igual que hay peñas en las fiestas, que esté el mercadillo de África. De momento hemos conseguido 14 máquinas de coser para 14 chicas. Y ahora lo que intentamos es que ellas elaboren algo para poder venderlo aquí porque, si ganan algo de dinero, es un aliciente. Aún llevan seis meses y siguen aprendiendo, pero el sacerdote que las supervisa dice que ya son capaces de tejer piezas pequeñas. Esto y el hecho de que ya empezamos a mover dinero nos llevó a crear una asociación, ÁfricAcoge. Me ha sorprendido la cantidad de gente que se ha hecho socia. Hay 50 que pagan unos 50 euros al año, otros pagan un poco más. Son sobre todo de Madrid, Guadalajara, Zamora, Valladolid y Asturias. Cada uno hace lo que puede. Hay mujeres que cosen cosas para los mercadillos, otras las venden. Ponen su granito de arena. Además, el año pasado fue a Camerún un grupo de mujeres de entre 40 y 50 años. Este verano vamos otro grupito, con una de menos de 30. Queremos empezar a atraer a gente joven.
¿Cómo involucró a sus paisanos?
En mi localidad, desde que comenzó la COVID-19 estaba todo el mundo muerto de miedo. Yo me impliqué en esto con los niños de la parroquia y la gente lo sintió como un regalo muy grande. Valora que te dediques a sus hijos, que en la iglesia hagan algo. Todo eso hace sentir que se está viviendo algo verdadero. Yo no vine aquí a descansar o a ver a mi padre. Desperté a mi pueblo y vinieron a los mercadillos porque querían ayudar. Los vecinos han colaborado un montón.
Yo soy una buscadora y busco allí donde me abren las puertas, que es en las parroquias. Para hacer un mercadillo tienes que pedir 1.000 permisos. En Villanueva no porque me conocen, pero en las ciudades, como no llores mucho, te hacen pagar una cuota. Y les lloro porque, cuando no es para mí, soy capaz de pedir lo que sea. Me gustaría tener una colaboración no solo de la Iglesia, sino de entidades benéficas y de la sociedad civil. Pero estoy contenta, voy bastante a institutos y están tan encantados que me llaman de otros pueblos.
¿Salir hacia los demás ha sido de ayuda para los villanovanos?
Sí, sobre todo organizar los mercadillos y hablar de África. También tengo la inquietud de que quienes están conmigo vayan asumiendo más responsabilidades. Hoy, en un momento en que las comunidades religiosas no crecen sino que decrecen, no es fácil. Alguna vez, con uno de los grupos de adolescentes, hemos hecho una videollamada con Camerún. Los jóvenes reviven al escuchar algo diferente de aquello a lo que están acostumbrados. Para los pueblos, donde muchos adolescentes pasan de todo y hay quien no tiene ganas de vivir, es una auténtica motivación. La solidaridad puede dar vida a los pueblos.