Maltrato a la clase de Religión - Alfa y Omega

Maltrato a la clase de Religión

Con el título La minusvaloración pedagógica y jurídica de la enseñanza de la Religión prosigue, el cardenal arzobispo de Madrid dirige su Exhortación pastoral de esta semana, en la que dice:

Antonio María Rouco Varela

La noticia de que en dos Comunidades Autónomas, dependientes en su régimen educativo directamente de la Administración Central del Estado, el horario de la clase de Religión haya quedado reducido para el próximo curso a 45 minutos semanales, es decir, a una única unidad didáctica por semana, fuerza a pensar, por una parte, que la estima de la educación religiosa es extraordinariamente escasa; y, por otra, que la garantía constitucional al derecho de los padres «para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones» (art. 27.3), se presta cicateramente. Si, además, por lo que atañe a la Enseñanza de la Religión católica, el tratamiento didáctico de la clase de Religión, al que hemos aludido, raya en la no observancia de lo establecido en el artículo II del Acuerdo sobre Enseñanza y Asuntos Culturales, cuya vigencia es reconocida explícitamente (como no podía ser menos) por la LOMCE, la impresión de un maltrato normativo a la enseñanza de la Religión se confirma plenamente. Dice así el citado artículo II: «Los planes educativos en los niveles de Preescolar y EGB y de BUP y grados de Formación Profesional correspondientes a los alumnos de las mismas edades, incluirán la enseñanza de la Religión católica, en todos los centros de educación en condiciones equiparables a las demás disciplinas fundamentales». El Protocolo final del Acuerdo contiene una previsión de adaptación de lo acordado a cambios futuros que puedan producirse en la ordenación del sistema educativo: «Lo convenido en el presente Acuerdo, en lo que respecta a las denominaciones de centros, niveles educativos, profesorado y alumnos, medios didácticos, etc., subsistirá como válido para las realidades educativas equivalentes que pudieran originarse de reformas o cambios de nomenclatura o del sistema escolar oficial». No hay, pues, ninguna base jurídica para una reducción administrativa de horarios y, menos, para la eliminación explícita o implícita de la clase de Religión en ninguno de los niveles educativos, como podría ocurrir el próximo curso con el Bachillerato.

Es bien difícil de explicar el porqué y el cómo de ese más que deficiente trato adoptado por la Administración del Estado para la enseñanza de la Religión en la nueva planificación escolar. ¿Se piensa o se cree que en el proceso educativo de la persona no cuenta para nada su dimensión espiritual y, por lo tanto, no vale la pena preocuparse por su educación ética y religiosa? ¿Se pretende de verdad superar la crisis del sistema educativo, tan palmaria actualmente y considerada por muchos como una de las causas principales de la crisis social y económica general que estamos sufriendo, sólo a partir de la educación y fomento poco menos que exclusivo de las facultades y posibilidades técnicas, instrumentales, físicas y psíquicas de los alumnos? Viene muy a cuento recordar dos de los diagnósticos más recientes sobre la naturaleza y el origen de la crítica situación en el que se encuentra la educación de nuestras jóvenes generaciones: el de Benedicto XVI sobre el estado de emergencia educativa al que se ha llegado, y el del Papa Francisco sobre el impacto de la secularización en la adolescencia y la juventud.

Caminos equivocados

En el discurso al episcopado italiano, el 27 de mayo del 2010, el Papa acuña la expresión emergencia educativa y precisa dónde están sus raíces: en un falso concepto de hombre y en el escepticismo y relativismo ideológicos reinantes. Cuando se ignora -recuerda el Papa- que el yo se convierte en sí mismo sólo desde el tú y desde el vosotros, en último término, desde Dios, se está perdiendo una dimensión esencial en la formación de la personalidad. Con el escepticismo y con el relativismo, además, se excluyen las dos fuentes de conocimiento que pueden orientar y guiar al niño, al adolescente y al joven por el verdadero camino de la vida: la naturaleza y la Revelación. «Y si callan estas dos fuentes, la naturaleza y la Revelación -advierte Benedicto XVI-, también la tercera fuente, la Historia, deja de hablar, porque también la Historia se convierte en un aglomerado de decisiones culturales, ocasionales, arbitrarias, que no valen para el presente y para el futuro». ¡Qué equivocado es el camino pedagógico y didáctico, propiciado por la Administración educativa, cuando no cae en la cuenta de la importancia de esa educación religiosa y moral -en el caso de España, la católica- para conocer y valorar la propia historia en toda su complejidad cultural, socio-económica y política y para poder comprender toda la hondura de la clave espiritual que la explica, es decir, para comprender su intra-historia! Y el Papa Francisco, en Evangelii gaudium, apunta al mismo origen antropológico y teológico de la crisis educativa: «El proceso de secularización tiende a reducir la fe y la Iglesia al ámbito de lo privado y de lo intelectual. Además, al negar toda trascendencia, ha producido una creciente deformación ética, un debilitamiento del sentido del pecado personal y social y un progresivo aumento del relativismo, que ocasionan una desorientación generalizada, especialmente en la etapa de la adolescencia y de la juventud» (n. 64).

Y no menos equivocado es el camino del reconocimiento del derecho de los padres a la educación moral y religiosa, que quieran para sus hijos, en términos de mínimos escolares. Y, por supuesto, su implícita desconexión con esa exigencia principal y central del bien común que es la protección y promoción de la familia. La superación duradera y real de la crisis pasa inequívoca e inesquivablemente por el restablecimiento de su salud pastoral y espiritual. Si no se consigue apoyar e impulsar todo un proceso cultural de recuperación moral y espiritual de las personas, de las familias y de la sociedad entera, la recuperación económica tampoco será posible, sobre todo, a medio y largo plazo.

Aún hay tiempo para andar el buen camino del debido tratamiento jurídico-administrativo de la enseñanza de la Religión antes de que comience el próximo curso escolar. A los padres de familia católicos, a la comunidad eclesial y a sus pastores, nos urge y apremia el tomar de nuevo conciencia viva y activa de la gravedad de un problema que afecta de lleno al futuro del bien integral de nuestros hijos.