La noche de Reyes es uno de los recuerdos más hermosos que guardo de mi infancia. Como todo niño, preparaba mi lista interminable de regalos. Me costaba conciliar el sueño porque me venía a la memoria una frase repetida a lo largo del año por mi madre y por todas las de España: «Si te portas mal, los Reyes Magos te traerán carbón». Al final, siempre podía más la magnificencia y generosidad de los Reyes que mi comportamiento.
Viajando por el mundo aprendí que Dios no solo les había dado la responsabilidad de repartir juguetes a Gaspar, Melchor y Baltasar, sino que también se la dio a Santa Claus, a Papá Noel, al Niño Dios, e incluso al Olentzero. Y que, si su misión era dar regalos, todos debían de ser buenas personas. Y aprendí, sobre todo, que nadie tiene derecho a robarle a ningún niño la ilusión de esperar su regalo de Navidad, porque los Reyes Magos son capaces de colarse saltando cualquier muro. Por eso son Magos.
Como todos los años, en mi parroquia pedimos que nos llenaran nuestro árbol de Navidad con juguetes para compartir. Y, como por arte de magia, la magia de la Navidad, nuestro árbol amanecía cada mañana con más y más juguetes. Mi intención era repartirlos en nombre de los Reyes el día 4 de enero entre los niños que esperan con sus papás en los puentes que separan Ciudad Juárez de Texas. Pero el frío hizo que los reacomodasen en un refugio más cálido donde pasar las noches.
Me acompañó Brenda y llenamos la camioneta hasta los topes. Crucé los dedos al pasar a México para que el semáforo que controla el ingreso estuviese verde. Así fue. Parece que los Reyes se apresuraron a allanarnos el camino. Llegamos a la Casa del Migrante y, al vernos llenos de regalos, a los niños se les iluminó la cara.
—Me dice mi mamá que eres amigo de los Reyes Magos y que por eso te han dado regalos para nosotros. ¿Cómo sabían que estábamos aquí y no en nuestra casa de Guatemala?
—Es que los Reyes son muy listos, cariño, y nunca se olvidan de los niños y de las niñas buenas.
Me dio un abrazo que me supo a gloria y se fue corriendo. Volví con la carita de Teresa grabada a fuego en mi corazón. Les he prometido volver con pavos para el Día de Acción de Gracias.
—¿Podemos quedarnos aquí?
—¿Cuántos sois?
—Contando a los niños de pecho somos nueve.
La voluntaria les dice que sí, que se sientan en su casa y que ahora les encuentra un rinconcito para guardar sus cosas. Me viene a la memoria la letra de las Posaditas: «Entren santos peregrinos, reciban este rincón, que, aunque es pobre la morada, se las doy de corazón». Solo los limpios de corazón son capaces de reconocer a Dios en un niño y de vivir todos los días del año el milagro de la Navidad.