Los Pérez abandonan la Cañada y son realojados en Leganés - Alfa y Omega

Los Pérez abandonan la Cañada y son realojados en Leganés

La familia llevaba tres décadas viviendo en el poblado chabolista, en una casa construida con sus propias manos. Ahora lo hacen en un piso «vertical», a cuyas facturas tendrán que enfrentarse

José Calderero de Aldecoa
Rocío y Jesús en su casa de Leganés, que están amueblando poco a poco. Foto: José Calderero de Aldecoa.

Asistimos estos días al principio del fin de la Cañada Real. El que fuera el mayor supermercado de la droga, y también el hogar de miles de familias vulnerables que nada tenían que ver con el tráfico de sustancias estupefacientes, ha comenzado a desmantelarse.

Los trabajos se centran en dos frentes, el desarrollado en el poblado chabolista y el que se realiza en los despachos. Sobre el terreno, las excavadoras derriban construcciones y la Policía se encarga de neutralizar las plantaciones de marihuana que hace casi dos años sobrecargaron la red eléctrica dejando a miles de personas sin luz y sin calefacción, incluso ante inclemencias meteorológicas tan severas como Filomena. La última operación se desarrolló el pasado 18 de marzo y se incautaron 18.000 plantas de marihuana, 24 armas de fuego y vehículos de alta gama valorados en 500.000 euros. Hubo 44 detenidos.

En los despachos, por fin parece que ha llegado la unidad a las distintas administraciones implicadas. Hubo un tiempo en el que todos decían que el problema no era de su competencia, lo que llevó incluso a la ONU a intervenir a través de Olivier De Schutter, relator especial de la entidad para la Extrema Pobreza. Ahora, la Delegación del Gobierno en Madrid, el Ministerio de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana, el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, el Ministerio de Servicios Sociales y Agenda 2030, el Alto Comisionado para la Lucha contra la Pobreza Infantil, la Comunidad de Madrid y los ayuntamientos de Madrid, Rivas y Coslada están trabajando de forma coordinada para realojar a las 2.000 familias que todavía viven en la zona. Una labor compleja que se espera que avance en las próximas semanas con la firma de un nuevo convenio que dé un impulso definitivo a los realojos, que todo el mundo entiende que es la mejor solución.

El baño y la nevera

Una de las últimas familias en salir de la Cañada Real es la de los Pérez, que diez días antes de la macrooperación policial contra la droga estrenaban su nuevo hogar en Leganés. Rocío suspira aliviada. «Las cosas últimamente se habían puesto muy feas. Era peligroso andar por ahí. Yo, de hecho, no dejaba salir de casa a los niños», explica mientras sostiene a su nieto Jesús entre los brazos. El bebé, hijo de su nuera Aitana y de su hijo Michael, nació el 8 de enero, cuando todavía vivían todos en el poblado. Una chabola construida con sus propias manos por el marido de Rocío, que también se llama Jesús, hacía las veces de hogar.

Rocío recibió hace un año a este periódico en su chabola de la Cañada Real. Foto: José Calderero de Aldecoa.

La casa se encontraba al final del sector 6 de la Cañada Real, en la zona donde el camino está incluso sin asfaltar. Sus paredes rosas, que ya salieron en Alfa y Omega, custodiaban una historia de más de 30 años, que son todos los que llevaba allí esta familia dedicada a la chatarra. Pero hace algunas semanas «vinieron con una máquina y la tiraron abajo. Ahora está todo tapado por la tierra. Yo de vez en cuando me paso por allí para ver cómo está todo, y se me saltan las lágrimas», confiesa Jesús, al que se le nota que todavía no se ha acostumbrado del todo a su nueva vida. «Llevo demasiado tiempo viviendo al aire libre, con un terreno en el que tenía mis animales y mi chatarra», dice con añoranza tras su poblada barba. Justo después, se levanta y se baja a la calle a respirar y a departir con un vecino que se encuentra sentado en un banco cercano.

Aun con todo, Rocío, Jesús y sus hijos están felices en su primera «casa vertical». «Entiendo que para ti es un gesto de lo más normal, pero no sabes lo que es levantarte por la noche al baño, darle a un interruptor y que se encienda la luz», exclama Rocío. Incluso el bebé ha notado el cambio. Jesús «nació en pleno invierno y le teníamos todo el día tapado con un montón de mantas». Aquí luce tan solo un pijama, una gran sonrisa y emite algunos gorjeos que se entremezclan con el piar de los pájaros que su abuelo tiene enjaulados en el salón. «¡Qué maravilla es poder bañarlo todos los días!».

Otra de las grandes transformaciones ha sido en el tema de la comida. Antes, sin poder enchufar la nevera, los alimentos se ponían malos enseguida. «¿La comida? Vamos al día», decía Rocío en aquella otra entrevista de hace un año, cuando Alfa y Omega pudo comprobar de primera mano lo que suponía vivir a oscuras. Ahora ese mismo frigorífico, que en los dos últimos años en la Cañada Real usaban casi de armario, está repleto de alimentos frescos.

El ruido de la puerta interrumpe momentáneamente la conversación con la matriarca. Es Jesús, que ha vuelto de la calle, y lo primero que hace es apagar una luz –la del amplio pasillo– que se había quedado encendida. «Tal y como están los precios, tenemos que estar atentos a este tipo de cosas. Todavía no nos ha llegado la primera factura, pero estoy angustiado por si no la podemos pagar», reconoce. Se trata de la otra cara de la moneda de los realojos. «El 22 de febrero nos avisaron de que nos realojaban y el 8 de marzo ya nos vinimos para aquí. La casa está muy bien, tiene unos 140 metros cuadrados; pero el problema está en que tuvimos que pagar una fianza de 600 euros», dinero que no tenían y que le tuvieron que pedir a un familiar, y en «que el contrato nos lo hacen solo de un año con posibilidad de ir renovándolo», resume Rocío con cierta congoja en la voz. «¿Qué pasa si dentro de un año no nos lo renuevan? ¿A dónde iremos?».

Hasta entonces, todos los meses tienen que afrontar el pago del alquiler, de la luz y del agua. Están dispuestos a ello. «La cuestión es la falta de trabajo. El camión lo tengo parado desde hace un montón de tiempo. No hay muchos sitios donde recoger chatarra», se lamenta Jesús al mismo tiempo que lanza una pregunta: «Me he enterado que en Valdebebas hay muchas obras. ¿Si ves algo de chatarra me avisas?».

Ser joven, factor de exclusión

Cáritas Diocesana de Madrid ha lanzado su Campaña por el Empleo 2022, que alcanza su 40 edición con el lema No todo suma, cuenta, ni vale. Más que un contrato. Trabajo decente. El objetivo es hacer un «llamamiento para lograr un compromiso con el futuro, sobre todo de las generaciones más jóvenes», afirmó durante la presentación Begoña Arias, subdirectora del Servicio Diocesano de Empleo.

La edad se revela, de hecho, como un factor de exclusión social. Los menores de 30 años representan el 25 % de los atendidos por su Servicio de Empleo. La caída de la actividad económica tras una leve recuperación a finales de 2021, con la vuelta de los ERTE, «hace mantener la preocupación por las alternativas de futuro» de manera especial para los jóvenes, quienes ven complicado «romper la espiral de la pobreza, que tantas veces se hereda».

Frente a esta situación, Arias destacó el Campus Cáritas Madrid, donde tuvo lugar la presentación. El proyecto nació en enero y ofrece una capacitación integral, tanto personal como laboral. A los asistentes se les «ofrece un futuro» mediante la adquisición de competencias, tales como la «responsabilidad o la creatividad resolutiva».