Los dos Jorges, la ciudad y la Biblia - Alfa y Omega

Los dos Jorges, la ciudad y la Biblia

Un motivo por el que Bergoglio prefería a Borges era por su relación con la ciudad

Antonio R. Rubio Plo
El escritor en su despacho del antiguo edificio de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, en 1973. Foto: Corbis / Horacio Villalobos

A los 35 años de la muerte de Jorge Luis Borges, el 14 de junio de 1986, es tiempo de recordar a un apasionado lector y apasionado escritor, dos rasgos no siempre coincidentes, pero que si coinciden, se alimentan mutuamente. Quien ama la palabra, tarde o temprano se acaba encontrando con el Verbo. En efecto, un voraz lector no podría evitar hojear las páginas de la Biblia y encontrar indicios de belleza que le susciten preguntas. Ante esas páginas, un no creyente tiene las opciones de proclamarse agnóstico o gnóstico. De Borges solía decirse que era agnóstico, aunque, en realidad, tenía algún rasgo de gnóstico, si bien nunca llegó a serlo por completo, pues los gnósticos no creen en la carne ni en la sangre. Al gnóstico le escandaliza el Cristo crucificado, al que se refiere Borges a lo largo de su obra. En 1984, en su poema «Cristo en la cruz», llega a escribir: «No lo veo / y seguiré buscándolo hasta el día / último de mis pasos por la tierra». También en ese mismo poema añade: «¿De qué puede servirme que aquel hombre / haya sufrido si yo sufro ahora?». Pero quizás no es la pregunta del escéptico, como Pilato, que no espera respuesta. Borges está abierto a la búsqueda.

¿Qué busca Borges en su vida? Sin duda el conocimiento, pero no puede decirse que todo lo aprendiera en los libros. Es un escritor urbano, no solo es un habitante de las bibliotecas. Por encima de la psicología y la retórica, materias de las que desconfiaba, se despliegan los seres humanos, particularmente los que viven en ciudades. Borges es habitante de una cosmópolis, sintetizada en Buenos Aires, ciudad de su juventud y de su vida entera por encima de la distancia. Se me ocurre que uno de los motivos por los que el entonces arzobispo Jorge Mario Bergoglio prefería a este escritor es su profunda relación con la ciudad.

Si el cristianismo surgió en una ciudad como Jerusalén y fue en otra ciudad donde los discípulos fueron llamados cristianos por primera vez, Dios vive en la ciudad. «Una mirada de fe descubre y crea ciudad» dijo una vez Bergoglio, que ve en la ciudad un lugar de libertad y de oportunidad, un lugar en que el ser humano está llamado a caminar al encuentro del otro. En el encuentro con ese otro no hay excepciones ni prejuicios establecidos. Aunque Borges viviera distanciado de la Iglesia, Bergoglio admiraba «la seriedad y la dignidad con la que vivía su existencia» porque «el corazón de una persona solo lo conoce el Señor». En ese corazón confluyeron savias muy diversas: la de un padre anarquista y librepensador, la de una madre devota católica que murió casi centenaria, o la de una abuela paterna, anglicana, que recitaba de memoria muchos pasajes bíblicos. Esos vínculos familiares contribuirían a que el escritor tuviera en gran estima la guerra de Troya, los viajes de Ulises o los cuatro Evangelios.

Borges, a la derecha, saluda a Bergoglio, profesor de Literatura en el colegio La Inmaculada Concepción de Santa Fe (Argentina) en agosto de 1965. Foto: El Litoral

Borges en San Pedro

Llamó la atención que, junto al belén de la plaza de San Pedro, en la Navidad de 2018, apareciera la siguiente cita de Borges: «Nada está construido sobre piedra; todo está construido sobre arena, pero debemos construir como si la arena fuese piedra». No faltaron las críticas por parte de quienes consideraban que esto expresaba algún oculto mensaje relativista. Pero es tan solo una paradoja que quizás hubiera gustado a Chesterton, muy admirado por Borges. De hecho, en su última obra, Los conjurados, leemos otra paradoja: «La vida es demasiado pobre para no ser también inmortal». Recordemos que la semilla cae siempre en tierra buena, aunque el sembrador siembre a voleo, y que no todas las construcciones se asientan sobre terreno firme, que a veces tendrá que ser reforzado. Aquella frase de Navidad es una invitación a considerar que los mundos perfectos no existen, y bien podría enlazar con las afirmaciones del Papa Francisco de que no debe de existir una Iglesia de los perfectos y de los puros. La búsqueda de la perfección nunca ha contribuido a que el mundo sea más humano.

En su exhortación apostólica Amoris laetitia, en el número 8, el Papa Francisco cita unos versos de Borges tomados de Fervor de Buenos Aires, obra publicada en 1923. Son los poemas de una ciudad viva escritos por un autor de 24 años. La referencia, tomada de los versos de «Calle desconocida», asegura que «cada casa es un candelabro». Un símbolo judío asumido por el cristianismo, que a la vez expresa unidad, dentro de la diversidad de sus brazos, y camino, porque alumbra con sus luces. Es un candelabro, según el autor, «donde las vidas de los hombres arden como velas aisladas, que todo inmediato paso nuestro camina sobre Gólgotas». Pero si existen Gólgotas es que hay un Cristo que padece realmente, un Dios crucificado, un Dios hecho hombre e identificado con el hombre.

Jorge Luis Borges y Jorge Mario Bergoglio estaban unidos por su amor por la ciudad y por la Biblia.