Borges y la maravilla que acecha
El Papa Francisco ha escrito: «La lectura de Borges nos ayuda a entender al hombre, sus relaciones interpersonales y su apertura a la trascendencia». John Updike decía que el cristianismo no había muerto en Borges, «está latente y sueña en él caprichosamente»
El Atrio de los gentiles es una iniciativa del Consejo Pontificio de la Cultura. Un encuentro entre quienes no orientan su vida desde la fe en un Dios revelado y los que sí. Me voy a referir aquí a Borges, porque acaba de concluir uno de esos encuentros en Buenos Aires. Hasta ahora, todos parecían coincidir en colocar a Borges en el cajón de los agnósticos, porque usaba de la escritura con manejos de prestidigitador, subrayaba sólo lo chocante, se burlaba de la angelología, no parecía poner otro interés en los libros sagrados que el literario… Borges decía que los estudios de teología deberían situarse en los anaqueles de la ciencia ficción. Entonces, ¿de dónde vienen las dudas sobre su increencia?
El Papa Francisco ha escrito: «La lectura de Borges nos ayuda a entender al hombre, sus relaciones interpersonales y su apertura a la trascendencia». Obsérvese que no es fervor de compatriota, sino un retrato bien redondo del personaje que abarca cuestiones centrales. Un autor del que me fío, amigo en noches de mucha lectura, es John Updike. Decía que el cristianismo no había muerto en Borges, «está latente y sueña en él caprichosamente».
La perspectiva latente es apasionante. Hace años que he escogido esta forma de mirar al mundo, intento no dejarme abrumar por el brillo de lo patente y ando en par de la latencia, la invisibilidad donde Dios mora y donde el hombre se calla lo muy suyo. Por eso me voy al principio, al libro del Génesis de Borges, un estudio del que abjuró su paternidad por excesivamente criollo, pero que resulta bien necesario para buscarle esas latencias. En El tamaño de mi esperanza, un Borges con 26 años se hace las grandes preguntas a partir de la historia de su país, quiere ser «conversador del mundo, del yo, del Dios y de la muerte». Lo primero que encuentra en la historia de su pueblo es «la pobreza de nuestro hacer. No se ha engendrado en nuestras tierras ni un místico ni un metafísico, ¡ni un sentidor ni un entendedor de la vida!». Reprocha la mentalidad argentina del «dejarse vivir», que incapacita «para erigir algo espiritual». He aquí todo un tratado de primera inquietud sobre esas pobrezas del hombre, incapaz de ir más allá de buscarse el gusto.
En una carta redactada con motivo de la defunción de la revista Proa, fundada por el mismo Borges y que duró poco, dice cosas bien sentidas sobre la experiencia de la otra vida, donde habrá muchos cielos, como muchas son las moradas de las que hablara el Señor, «en uno de ellos, que dará a Buenos Aires, nos encontraremos reunidos y empezará una suelta tertulia, sin brindis ni apuros, donde se tutearán los corazones y en el que cada cual se oirá vivir en millares de otras conciencias, todas de buena voluntad y alegrísimas». Y añade que esa otra vida ya tiene que inaugurarse aquí, «yo pienso que el adelantarnos a ella, que el madrugarlo a Dios, es nuestro jubiloso deber».
Pocas veces he visto escrito de una mano tan firme, un tamaño de esperanza tan delicioso. Lo que le pasó a Borges es que fue engendrado por sí mismo, niño prodigio, autodidacta, chico de letras, enterrado en la biblioteca de su padre, entre obras de Keats, Shelley, Mark Twain, Wells, Poe. Allí, solo, lo aprendió todo. Él dijo alguna vez que había vivido más en las lecturas que en la vida. Como todo autodidacta es un prodigio de universo cerrado en sí, y sus búsquedas de Dios se hacen sin otras muletas que aquellas que fabricó. Sólo así se entiende el alma del porteño. Su posición no es la del ángel de Pope, «que, absorto, adora y arde», sino la del buscador de pepitas de oro del Far West, siempre inquieto y con los ojos atentos a los brillos de las piedras. Por eso no le podía caber en la cabeza que la muerte se lo llevara todo por delante, como un mal temporal arranca los árboles y los deja abandonados en cualquier lugar: «Las cosas no pueden morir, llevan todas como una sombra que las alarga».
Llevo una recomendación guardada en una manga para quien respete tanto al maestro Borges que aún no se haya atrevido con él. Me refiero a su poesía, en ella prosigue la curiosidad por la belleza latente: «La vida es corta y, aunque las horas son tan largas, una oscura maravilla nos acecha».