Los diez consejos de Pablo d’Ors al buscador espiritual
El escritor y sacerdote publica Devoción, una versión narrativa de Relatos de un peregrino ruso. «Toda aventura interior comienza con la capacidad de apertura y acogida», afirma
El próximo 12 de febrero llega a las librerías Devoción, el último trabajo del escritor y sacerdote Pablo d’Ors, una versión narrativa del clásico de la espiritualidad ortodoxa Relatos de un peregrino ruso. En él D’Ors reflexiona sobre sus principales enseñanzas espirituales, algunas de las cuales hace llegar en respuesta a las preguntas de Alfa y Omega.
Nadie puede dar lo que no tiene, así que la aventura interior comienza con la capacidad de apertura y acogida. Es preciso estar muy abierto al aprendizaje y, sobre todo, irse desprendiendo de todo prejuicio. Si de veras escuchamos, no podemos por menos de ponernos en camino; y si nos ponemos en camino, el camino se hace en nosotros. Solo hemos de preocuparnos por estar ahí, lo demás se nos dará por añadidura. Si te ocupas de las cosas de Dios, Él se ocupa de las tuyas. Tal cual.
No puedes recorrer la senda tú solo. Al igual que no venimos a este mundo por nosotros mismos, sino porque una madre y un padre nos traen a él, así ingresamos en la Vida —con mayúscula— por mediación de un maestro o maestra, lo que nos otorga una tradición concreta, un estilo determinado, una estela. Como se ha dicho tantas veces, el maestro aparece cuando el discípulo está preparado. Tu verdadero maestro es aquel que marca un antes y un después en tus hábitos; y es por eso, precisamente, como puedes reconocerlo. Podrás tener con él afinidad afectiva o intelectual, o no, eso no importa. Lo decisivo es que en su presencia sientes paz, amor y alegría; y que te impulsa a ser mejor.
Sigue la disciplina que te indique, dale un voto de confianza —aunque solo sea durante unos meses— para así verificar la eficacia de sus enseñanzas. La obediencia es la expresión más perfecta de la humildad; y la humildad es el punto de partida y de llegada en el camino espiritual. No te quedes en las técnicas, pero sé riguroso con ellas. Y apunta siempre al fondo de las cosas, que es el amor.
Comprende que la visión materialista, en la que probablemente has sido educado, está equivocada. Es el Espíritu de la Vida quien lo sostiene todo. Accedes a la conciencia de esa energía vital gracias al cultivo de la atención, que entrenas en la meditación y en los quehaceres de la vida cotidiana, pues ninguna actividad es en sí misma mejor que otra.
Si sufres por su causa, es porque lo necesitas. Date cuenta también de que todos esos obstáculos no son, en realidad, impedimentos para hacer el camino, sino el camino mismo. Piensa que cualquier sufrimiento que te sobrevenga es emocional, físico o sentimental, pero que tú estás llamado a una vida espiritual.
Hazlo brevemente porque las tinieblas son peligrosas y te arrastran a su territorio si permaneces demasiado tiempo en ellas. Amorosamente porque solo es el amor, en definitiva, lo que salva. Sustituye lo oscuro con lo luminoso: tal vez una afirmación positiva, o una jaculatoria, o una simple respiración consciente que te conecte con tu corazón…
Para ello, piensa que siempre sucede lo que conviene y, en ese sentido, aunque a veces pueda no parecerlo, es lo mejor. Respeta todo lo que suceda en el exterior, sin reaccionar o intervenir. Auto-responsabilízate de todo lo que sientas por dentro, comprendiendo que solo es cosa tuya. Acepta que nada es bueno o malo, sino que todo está bien como está, aunque siempre en su nivel de evolución. Con el tiempo —menos del que imaginas— comprenderás que absolutamente todo es para bien.
Percibe que a cada instante morimos a lo que no somos, pero que lo que en el fondo somos permanece inalterable. Si frecuentas ese fondo del ser —más allá de las formas—, si te habitúas a estar en él, puedes perfectamente vivir en paz y degustar la plenitud. No seas tonto y te ensoberbezcas por haber llegado hasta este punto.
Si vives conforme a un código moral claro y preciso comprobarás cómo la vida te sonríe, pues todo lo que ves fuera es un espejo perfecto de lo que tienes dentro.
Ama a los demás como a ti mismo, porque eres tú mismo. Siente cómo el alma es el deseo de hacer el bien, y disfruta del hecho de vivir para crecer y servir.