Los bocados pequeños del Papa Francisco - Alfa y Omega

El bueno de santo Toribio tiene mala suerte. Su fiesta –23 de marzo– cae siempre en Cuaresma. Aunque la liturgia le concede en este tiempo una Memoria, ¡qué pocos sacerdotes la tienen en cuenta! El caso es que Toribio es deslumbrante; hay que conocerlo.

Nacido en Mayorga (León), de familia hidalga, pero no rica, en 1538, gracias a un tío suyo puede formarse y, sin ser todavía sacerdote, es nombrado inquisidor de Granada, donde ejerce con una actuación serena, justa y eficaz. Nada le predisponía a ser arzobispo, ni él lo pretendía. Pensaba seriamente en ingresar en alguna Orden contemplativa. ¿Qué vio en él Felipe II, y luego Roma, para proponerlo como arzobispo de Lima? Humildad, sencillez, falta de ambiciones terrenas; en una palabra, santidad. Ante el rey se defendió como pudo, y eso mismo confirmó al rey, a quien no gustaban los ambiciosos, que había acertado con la persona adecuada. El Papa vio lo mismo… ¿No ha pasado algo parecido con Jorge Mario Bergoglio? ¿Qué han visto en él la gran mayoría de los cardenales? Ningún deseo carrierista, sino de santidad y de entrega.

El 11 de mayo de 1581, Toribio llegó a Lima, que le recibió con gran alegría. Quería estar con los más pobres y débiles: negros, mulatos, indios…, que en él encontraron siempre un valedor. Se propuso conocer a fondo la diócesis y su gente; no quería gobernarla desde su palacio de Lima. De los 24 años que duró su mandato, pasó 17 visitándola. Se calcula que hizo unos 40.000 kilómetros, de los cuales 13.000 los hizo a pie por aquellos riscos de los Andes donde no había caminos. No le importaba recorrer aquellos andurriales para llevar los sacramento a un indito enfermo… Hace ya bastantes años, encontré por casualidad uno de los catecismos que escribió para evangelizar a sus diocesanos. Lo publicó en tres lenguas: castellano, quechua y aymará, idiomas que aprendió para conectar con ellos. Y quedé fascinado por una frase que escribe en el prólogo; dice que están escritos de una manera muy sencilla, porque quiere que sean bocados pequeños para gargantas estrechas. Añade que no se refiere tan sólo a los nativos, sino también a los españoles. Efectivamente, entonces -y también ahora- la ignorancia religiosa era inmensa.

He recordado esta frase al recibir muchos testimonios de personas felices y encantadas con la homilía del Papa Francisco el día de San José, al inicio de su ministerio petrino; una homilía breve, clara, entrañable, cercana…, basada en la preciosa Exhortación apostólica Redemptoris custos, de Juan Pablo II, sobre san José, pero convertida en bocadito pequeño para nuestras gargantas tan estrechas de hoy… Y me pregunto si eso puede ser lo que el Espíritu Santo ha pretendido al regalarnos el Papa Francisco. Juan Pablo II nos regaló el Catecismo de la Iglesia católica para confirmar hoy nuestra fe, y tanto él como Benedicto XVI nos han dado encíclicas muy clarificadoras sobre los temas de nuestro tiempo. La doctrina está clara, pero la tenemos que asimilar los cristianos de a pie. ¿No le tocará ahora al Papa Francisco dárnoslas en bocaditos pequeños, al alcance de nuestras pobres gargantas?