Llegó a EE. UU. sin papeles siendo bebé. Ahora teme que le deporten a México, un país que no conoce
La Iglesia en Estados Unidos quiere contrarrestar el discurso antimigración que se extiende por el país: «Estamos juntos y nos vamos a apoyar», afirma el arzobispo de Los Ángeles y vicepresidente del episcopado
Roberto tenía un año y medio cuando sus padres cruzaron, con él en brazos, el Río Grande. Dejaban así su Ciudad Juárez natal y llegaban a El Paso, en el estado de Texas. «Tengo cultura mexicana, pero no conozco México, y hablo inglés mejor que español», cuenta a Alfa y Omega. Sus padres están acostumbrados a vivir «bajo las sombras»; es decir, como indocumentados. Durante más de 20 años han trabajado en el país –él en la construcción y ella en la industria y la hostelería– aceptando los salarios más bajos, la falta de seguridad y el miedo al despido o la deportación ante cualquier queja. En todo este tiempo, no han encontrado una vía para regularizar su situación. Pero ahora, al menos, sus hijos tienen papeles. «Mi hermana se casó con un estadounidense. Es ciudadana y está en el proceso de arreglar la situación de mis padres, Dios lo quiera».
En cuanto a Roberto, se acogió a la Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA por sus siglas en inglés). Este mecanismo creado en 2012 por la Administración Obama protege de la deportación durante dos años renovables, da un número temporal de la Seguridad Social y abre la vía a un permiso de trabajo a los inmigrantes que entraron en el país ilegalmente siendo niños y están estudiando o han terminado los estudios secundarios. Gracias a la DACA, Roberto estudia Sociología en la Universidad de Texas, pero «no tengo derecho a ninguna ayuda ni beca». Para pagarse los estudios, trabaja de camarero.
Los casi 750.000 jóvenes inmigrantes acogidos a esta política son llamados dreamers (soñadores). Ahora miran al futuro con ansiedad. Al haberse aprobado por una orden ejecutiva, la DACA puede ser revocada por el presidente electo Donald Trump en cualquier momento a partir de su toma de posesión. El discurso antinmigración ha marcado en gran medida la campaña presidencial en Estados Unidos, pero Trump y su equipo se han contradicho en varias ocasiones sobre cómo van a concretar algunas propuestas. Otras parecen difíciles de ejecutar, como construir un muro en toda la frontera con México, ampliando los 1.000 kilómetros –un tercio del total– que ya están vallados.
Tal vez por eso el jesuita Rafael García, de la parroquia del Sagrado Corazón de El Paso, todavía no ha notado entre sus feligreses –casi todos hispanos– más que cierta inquietud general. «Los indocumentados saben que lo son», pero solo pueden especular sobre «si va a haber una persecución o va a ser más difícil regularizarse». «Los que están más preocupados son los dreamers». Si finalmente Trump cumple su promesa electoral de revocar la DACA, volverían a ser indocumentados. Con el agravante de que ahora «la Administración tiene sus datos».
«Se ve cada cosa…»
La dureza de las leyes migratorias no es nueva en Estados Unidos, donde once millones de personas viven de forma ilegal. «Si te paran por llevar un faro fundido y te piden la documentación, te pueden deportar», explica Roberto. Barack Obama ha sido el presidente bajo el que más deportaciones se han realizado: 2,5 millones, especialmente centradas en los recién llegados y en los infractores y delincuentes. Era la contrapartida a una reforma migratoria que el Congreso finalmente logró bloquear. Sin embargo, las expulsiones bajaron en su segundo mandato.
Para Roberto, además de las medidas concretas, también es preocupante el ambiente de rechazo a los inmigrantes que se ha alimentado durante la campaña. «La gente se siente más protegida para decir cosas inaceptables». En los diez días posteriores a la elección de Trump, la ONG Southern Poverty Law Center denunció que se habían producido más de 800 casos de acoso e intimidación, como cartas y pintadas contra los inmigrantes (el presidente electo condenó estos ataques). El padre García matiza que, en El Paso, «no se ha notado mucho este clima. Aquí hay hispanos desde hace siglos», y ahora son el 80 % de la población. «Es parte de la cultura y en general hay buen ambiente». La atmósfera antinmigración, opina, se ha generado más bien «en zonas más anglosajonas donde el hispano es un recién llegado». Roberto confirma que «nadie me ha dicho nada racista a la cara», pero sí ha notado la influencia de este discurso en cómo algunos «te miran como a un extraño», además de en los medios de comunicación y las redes sociales. «En Facebook se ve cada cosa…».
La Iglesia, por la acogida
La Iglesia católica en todo el país no ha perdido el tiempo para contrarrestar esta mentalidad e intentar blindar la acogida. En años anteriores ha hecho hincapié en una reforma migratoria que además de controlar la inmigración ilegal incluyera vías para que tanto los inmigrantes indocumentados como los que quieren entrar en el país legalizaran su situación, con una llamada especial a proteger la unidad de las familias. Ahora, pone el acento en que se reconozcan la dignidad de los inmigrantes y su contribución al país, y en crear cultura del encuentro.
El jueves, Roberto dio testimonio en una celebración interreligiosa en la catedral de El Paso; uno de los cientos de actos celebrados entre el 8 y el 14 de enero dentro de la Semana Nacional de la Migración. Durante esta semana también se ha invitado a los fieles a hacer llegar a sus representantes electos, a los medios y a las redes sociales mensajes a favor de los inmigrantes.
A las palabras se une una intensa labor social. En la parroquia del padre Rafael, fundada en el siglo XIX para atender a los mexicanos, hay desde los año 90 clases de ciudadanía, de inglés, de Primaria y Secundaria… La diócesis de El Paso «tiene desde hace más de 20 años una oficina para asuntos migratorios, con abogados que les asesoran; y muchas congregaciones trabajan a ambos lados de la frontera».
«Ya no puedo apoyar a Trump»
El Paso cuenta ahora con cuatro centros que atienden sobre todo, a petición de las autoridades, a los inmigrantes centroamericanos que están llegando en oleada desde 2014. Cada día, unos 150 hondureños, guatemaltecos, salvadoreños, etc. se presentan en el puesto fronterizo y alegan que en sus países su vida corre peligro por la violencia. Tienen derecho a estar legalmente en el país hasta que se juzgue su caso. Los agentes de la frontera los procesan, los retienen unos días, y luego los llevan a los centros de la Iglesia, donde se les ofrece un lugar para dormir, asearse, cambiarse de ropa y comer, además de gestionar el viaje hasta donde estén sus familiares. «La Iglesia es extremadamente importante» en esta labor de acogida a los inmigrantes y solicitantes de asilo «que requieren asistencia humanitaria», reconoce a Alfa y Omega el senador demócrata en el Senado de Texas José Rodríguez.
Uno de estos centros de acogida se encuentra en la parroquia de San Marcos, una de las más grandes de la ciudad –cada domingo tiene ocho misas, una con hasta 1.500 fieles–. Su párroco, Arturo Bañuelas, explica que no ha encontrado resistencia entre sus fieles. Eso sí, es consciente de que parte de la minoría no hispana ha tenido reservas. No son malas personas –explica– pero tienen mala formación y se dejan llevar por los mitos sobre la inmigración. Por eso, cree que pueden ser reorientadas. Él mismo lo ha visto en un parroquiano, que le dijo abiertamente que estaba en contra de la acogida. «Unos amigos le pidieron que, a pesar de eso, les ayudara. Cuando se puso a servir cenas y escuchó sus historias cambió totalmente de opinión. Antes no sabía lo que sufren, de lo que escapan. Esta experiencia le transformó. Pasó a ser uno de los que más ayudaban, y me decía: “Yo ya no puedo apoyar lo que dice Trump”. Hace falta ese encuentro para que la persona que está enfrente pase de ser un inmigrante a ser Juan, Celia o Roberto».