Ángel Fernández Artime: «La subordinación a la prefecta no me da ni me quita nada»
El nuevo proprefecto del Dicasterio para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica subraya que si «no somos consagrados para testimoniar a Dios servimos para poco». En cambio, si realmente lo hicieran, la vida religiosa «sería realmente fascinante para muchos»
¿Cómo recibió la noticia de su nombramiento?
No puedo decir que fuera inesperada ya que, como se pueden imaginar, el Santo Padre me habló varias veces en los últimos tres meses. Siempre le dije que lo que tuviera a bien encomendarme yo lo acogería con un profundo sentido de fe, con adhesión a la voluntad que manifestase el Papa, algo muy propio de nosotros salesianos y con total disponibilidad. Así lo estoy viviendo. Lo que no sabía es que sería anunciado el día de la Epifanía. Me pareció de gran simbolismo, hermoso y también comprometedor.
Lleva parejo la designación de la primera mujer como prefecta de un dicasterio, Simona Brambilla. ¿Qué significado tiene esto para usted?
El mismo que ha querido darle el Santo Padre. Me parece que ha querido decir no solo con palabras sino con el gobierno que el servicio de la mujer se puede expresar también al frente de una encomienda de gran responsabilidad. Pero creo que el mensaje no es solamente ese. Es decir, entiendo que el nombrarme a mí, cardenal, como proprefecto en expresa también el deseo del Papa de mostrar la singularidad de la vida consagrada también en el modo de vivir esa fraternidad y servicio y en este testimoniar, en todo lo posible, los más bellos valores del Evangelio; entre ellos, y no de menor importancia, la autoridad vivida como servicio.
El cargo de proprefecto de ese dicasterio no está previsto en Praedicate Evangelium. De hecho, el Santo Padre lo instituyó ad hoc. En la práctica, ¿habrá una relación de subordinación?
Si entienden quién manda diría que no. En el dicasterio ya he podido ver, en tan solo diez días, que se cree realmente en el trabajo colegiado. Si por subordinación entienden que la prefecta es la que firma algunos documentos, entonces sí. Y así debe ser. A mí eso no me da ni me quita nada. Mi servicio es el propio de una persona que el Santo Padre ha querido que esté al lado de la prefecta y de otras personas, aportando lo que puedo desde mi conocimiento de la Iglesia, al haber llevado a cabo mi servicio en 120 naciones, contribuyendo con mi mirada, como salesiano, de predilección hacia los jóvenes y también hacia la comprensión de tantos religiosos y religiosas jóvenes. Me he sentido acogido desde el primer momento con una absoluta delicadeza por parte de todos, comenzado por la prefecta.
En mi caso, el servicio pastoral no termina en el dicasterio ya que como miembro del colegio cardenalicio me corresponde acompañar al Santo Padre cuando se considere oportuno. Y como obispo me llegan muchas peticiones pastorales.
Ha trabajado estrechamente con el Papa ¿Qué ha aprendido de él?
Muchas cosas. Pero antes, debo deshacer una media verdad o media mentira. Pareciera que éramos colegas de tertulias. Es absolutamente erróneo. No he trabajado estrechamente con quien entonces era el arzobispo de Buenos Aires. Sí es cierto que nos conocimos allí entre los años 2009-2013 cuando yo era el provincial de los salesianos en Argentina Sur. Y también es cierto y de muy grato recuerdo el cardenal Bergoglio venía todos los 24 de mayo de cada año a celebrar la fiesta de María Auxiliadora en la basílica de San Carlos y María Auxiliadora, parroquia donde había vivido la familia. Y yo como Provincial lo recibía en cada ocasión.
Lo que resalto particularmente de aquellos años es su mirada de fe, que hoy es más que evidente; su amor por los pobres, traducido entre otras cosas en su apoyo a los curas villeros, y su sencillez y sobriedad de vida. En la línea 1 del metro hemos coincidido alguna vez. Y cuando iba a tratar algún asunto en la sede episcopal, era él mismo quien me abría la puerta.
¿Qué aprendizajes de su etapa como rector mayor de los salesianos le servirán en este nuevo cargo?
Todo. Los años vividos entre los jóvenes en España, mi posterior servicio como provicial durante once años en dos etapas (en parte de España y en Argentina) y otros once años como rector mayor me ayudan a tener una mirada amplia de la Iglesia y del mismo mundo. El Señor me ha regalado el poder conocer tantas culturas, sensibilidades, modos de ser Iglesia con matices y peculiaridades diversas. Considero que esto me ayudará en primer lugar a escuchar mucho, a intentar comprender lo que es distinto y a quien es diferente y, en lo posible, a interpretar bien lo que veo, escucho y leo, para poder hacer mi sencilla aportación. Con este deseo y con este ánimo estoy viviendo este momento.
¿Qué necesita renovarse o fortalecerse en la vida consagrada para responder mejor a los retos contemporáneos?
Quizá muchos lectores se sorpendan pero la vida consagrada hoy y ante los retos necesita solo a Jesucristo. Me explico: si pierde la centralidad de Dios, si no somos consagrados para, ante todo, testimoniar a Dios, servimos para poco. Haremos miles de cosas que otros muchos pueden hacer, proyectaremos iniciativas que otros muchos organismos públicos y privados pueden hacer o están ya haciendo, pero significará poco o nada.
Lejos de mí cualquier fundamentalismo o rigorismo o tendencia a excluir. Pero la vida consagrada no es lo que se hace sino lo que se es. No somos hombres y mujeres consagrados para hacer cosas, sino para vivir de un modo muy especial en el que prometemos que Dios ocupa el centro de nuestras vidas. Y desde aquí, eso sí, hacer mucho y bien por los que más nos necesitan.
Si testimoniáramos con más fuerza y convicción lo que acabo de decir, la vida consagrada sería realmente fascinante para muchos jóvenes e incluso adultos. En sociedades donde los valores del Evangelio no están a la orden del día esta autenticidad no pasaría inadvertida. Quizá sería así para unos pocos, pero con mucha fuerza, con mucha pasión por Dios y por la humanidad. Este camino ayudaría a renovar, en lo que sea necesario, la vida consagrada.
Muchos institutos de vida consagrada se enfrentan a una disminución de las vocaciones. ¿Qué estrategias o iniciativas considera importantes para revitalizarlos?
La respuesta está incluida en lo que acabo de decir. Pero tengo la profunda convicción de que revitalizar este camino no depende de ninguna estrategia, y menos aún de un plan estratégico 5.2 como se hace en tantas entidades que funcionan por objetivos enfocados exclusivamente en la rentabilidad económica. Nada de esto nos servirá en la Iglesia. No hay gurúes que puedan indicar el camino. Hay Palabra de Dios, Evangelio y, eso sí, muchas acciones y signos proféticos de tantísimas personas, desde el Santo Padre hasta el más humilde de los consagrados o laicos perdidos en el más pobre lugar del mundo.
Y me sumo a tantos que creemos en el valor de la oración, porque el Señor Jesús nos lo ha dicho. Y esto no quiere decir que mi necesidad humana encuentre solución pragmática y de inmediato. No. Pero la oración tiene mucha fuerza. La dinámica del Evangelio es la de la esperanza, esa «esperanza que no defrauda», como ha proclamado el Papa Francisco al anunciar el Jubileo 2025, que va más allá de las estrategias y que entiende sobre todo de testimonios de vida.
¿Cómo puede la Iglesia mejorar el apoyo a las religiosas, especialmente en contextos vulnerables o de misión en zonas difíciles?
Cada vez percibo una mayor sensibilidad tanto en el mundo como en la Iglesia en cuanto a empatía y apoyo a la mujer y a las religiosas, particularmente en los lugares más difíciles. Y con inmenso respeto a tantísimos organismos de todo tipo que trabajan por un creciente humanismo en nuestro mundo digo que la Iglesia católica llega adonde muchas veces no ha llegado nadie; y los más pobres siguen estando en el corazón de tantos laicos, consagradas, consagrados y sacerdotes que viven empeñados en transformar estas realidades de desigualdad o de verdadero pecado estructural.
Desde el dicasterio puedo asegurar que se tiene una gran sensibilidad y empatía de ayuda a las consagradas que más lo puedan necesitar. Y si algo me ha llamado positivamente la atención en estos pocos días ha sido el respeto con el que se trata las más diversas, variadas e incluso difíciles situaciones. Ese respeto ya es una gran ayuda y a veces una verdadera sanación.