No sé si me creerán, pero después de ver Lifting en el Teatro Infanta Isabel, no hago más que pensar en Aristóteles y su libro perdido que versaba sobre la comedia. Porque por encima de todo hay que respetar la comedia, ese espacio donde la risa nunca es superflua y la lucidez escala puestos por encima de la cordura. Es complicada la hazaña -lo reconozco-, pero se debe intentar al menos apostar por algo más que el guiño fácil y los tópicos que siempre afloran. Vayamos por partes…
Lifting llega a Madrid con la idea de hacer reír y pensar, a partes iguales, a todo aquel que se deje asomar a sus tablas. Se trata de diecisiete escenas donde se parodia la obsesión por la cirugía estética. Cuatro mujeres (que no tengo muy claro que pudiéramos ser cualquiera de nosotras) hablan entre líneas del miedo a la vejez, al abandono, al desamor, la soledad… Una especie de dictadura de las apariencias que ciertamente nos lastra. Me parece un tema fascinante, de verdad. Se pueden sacar infinidad de matices, colores intermedios entre el todo o la nada. Se debe demostrar que detrás de la obsesión por la cirugía plástica –siempre en tono de humor, no me olvido-, existen otras esclavitudes más aterradoras como la vanidad. Esto es lo que me entristece francamente. La obra apunta alto, tiene motivos para hacerlo; ahora bien, se queda a mitad de camino.
Félix Sabroso y Dunia Ayaso son una pareja de directores y guionistas consolidados en el mundo del cine y del teatro. Los conocen seguro. Piensen en Perdona, bonita, pero Lucas me quería a mí; o bien, en piezas tan exitosas como La gran depresión y De cintura para abajo. Por otra parte, la obra cuenta con cuatro actrices de sobra conocidas: Josele Román, Elisa Matilla, Pepa Rus y por encima de todas, Miren Ibarguren. Se puede decir que existe mucha complicidad entre ellas. Son maestras en esto de hacer reír; Miren Ibarguren y Pepa Rus tienen momentos épicos en los que cuesta no soltar una carcajada. El elenco, ciertamente, es excepcional. La combinación sketch versus actrices con el público, hace que todo se desborde y la risa fluya; no les voy a engañar. Quizás, por mencionar algunos, existen fragmentos valiosísimos por divertidos como la escena de una Miss, bella e inexperta con su osadía por contestar a la manida pregunta de «¿Quién fue Confucio?» (Hagan memoria y remóntense a Miss Panamá de hace años cuando contestó «Confucio inventó la confusión» –sin comentarios-). La escena de la guerra de bótox; otra con las cuatro viajando en avión; sobre la camilla de un quirófano… Por momentos la obra alcanza cotas postmodernistas con críticas mordaces aunque las menos de las veces el absurdo se deja ver y prevalecen las escenas costumbristas. Un cóctel para todos los gustos.
Si son de los que no tienen reparos y buscan la risa fácil, sin miedo a enfrentarse a ustedes mismos en el retrato de esas cuatro mujeres, acérquense al Infanta Isabel para disfrutar de ochenta y cinco minutos de una peculiar manera de enfocar el universo femenino. Si no, acudan igualmente para experimentar eso que yo llamo “un lifting emocional” y reflexionen sobre el acto amoroso de la risa. No les voy a engañar. Yo salí de la representación medio apesadumbrada y desde entonces no dejo de darle vueltas a lo que les comenté al principio: qué sería de la comedia ahora si la obra de Aristóteles no se hubiera perdido. Quizá nos la tomaríamos más en serio. Quizá la comedia es lo más serio que hay. Decídanlo ustedes mismos.
★★★☆☆
Teatro Infanta Isabel
Calle Barquillo, 24
Chueca
ESPECTÁCULO FINALIZADO