Que las bibliotecas están vivas y cambian según el momento en el que llegamos a ellas es algo que ya sabemos de sobra. Hoy ojeamos una estantería repleta de libros y unos títulos prácticamente se iluminan. Si volvemos a esa misma estantería dentro de un año, nos maravillaremos viendo cómo los títulos que se encienden son otros. Los libros no han cambiado, pero nosotros sí. Y ahí está la gracia. Así funcionan las bibliotecas y las librerías, como una suerte de imán mudo, casi mágico, que nos lleva a descubrir el libro justo en el momento preciso. Unos libros se iluminan con más frecuencia que otros. Este es el caso de En busca de consuelo.
Su origen es un encargo que recibió Ignatieff para dar una charla, en Utrecht, sobre la justicia y la política en el libro de los Salmos. Debía dar la conferencia en un festival de canto coral donde se cantarían versiones musicales de los 150 salmos. El escritor, que había aceptado el encargo con curiosidad y ganas, acudió a la cita acompañado por su mujer y, en pleno recital, se encontró con algo que no esperaba: consuelo. Consuelo «en las palabras, en la música y en las lágrimas de reconocimiento del público». ¿Cómo era posible que los salmos, con su antiguo lenguaje religioso, hubieran hechizado de tal modo a los asistentes? Sobre todo, ¿cómo era posible que hubieran tenido tal efecto sobre él, una persona no creyente?
La fuerza con la que se le presentó este planteamiento fue tal que se embarcó en un viaje de cuatro años tras el significado del consuelo. Cuatro años en los que se ha dedicado a indagar en las biografías de escritores, artistas o compositores que, habiéndose enfrentado en sus vidas a unas circunstancias particularmente adversas, han buscado el consuelo siguiendo los caminos más dispares. De aquí salen la serie de retratos históricos que componen este libro y que se basan en los personajes y protagonistas de las lecturas que Ignatieff ha hecho a lo largo de su vida.
El autor llega a la conclusión de que no son las doctrinas concretas ni las abstracciones como el progreso, la revolución, la historia o la salvación, las que nos consuelan, sino las personas. Personas que han llegado al consuelo o nos lo han traído con su ejemplo, su valor, su coraje, la claridad de sus mentes o su perseverancia. Mujeres como Cicely Saunders, pionera de los cuidados paliativos, o Anna Ajmátova y la poesía que tejió para que nadie olvidase a las víctimas del horror de la Rusia de Stalin. Hombres como Primo Levi y su testimonio del Holocausto, Montaigne y su amor a la vida misma o la fe en las personas de Hume —«La filosofía no ofrece consuelo, pero las personas sí»—. Gente como Lincoln y su tenacidad para sacar lo mejor de las tradiciones que había heredado, que nos ayudan a comprender que siempre podemos remontarnos a él, a san Pablo, a los Salmos o a cualquier sabiduría profunda que nos hayan enseñado «y descubrir, una vez más, quiénes somos, dónde estamos, qué debemos aceptar y que no».
Nadie escapa a la necesidad de tener que consolar o ser consolado, porque nadie pasa por esta vida sin haber tenido que lidiar con una serie de situaciones —la pena, la enfermedad, la pérdida, la traición o la injusticia, por nombrar algunas— que nos dejan sintiéndonos desprotegidos, expuestos en medio del abismo de la soledad. Y esta es la razón por la que decíamos que este es uno de esos títulos que seguramente se iluminen más a menudo en las estanterías.
En busca de consuelo no es un libro de autoayuda, aunque la traducción de su nombre al español —que en inglés es un muy sobrio, On consolation (Sobre el consuelo)— pueda llevarnos a engaño. Sin embargo, o quizá precisamente por eso, hallaremos en él consuelo. Yo me atrevería a decir, además, que leerlo hará que estemos algo mejor armados para lidiar con el desconsuelo propio y ajeno cuando llame a nuestra puerta. Que llamará.
Michael Ignatieff
Taurus
2023
296
9,49 €