Hay libros de misterio y, luego, está el misterio que rodea a ciertos libros. Es el caso de los religiosos: desconocidos para muchos lectores y medios de comunicación e incluso, aunque no lo parezca, también para parte del sector editorial. Existen, por supuesto, autores y títulos bien conocidos por el gran público. ¿No es acaso la Biblia el libro más leído de la historia? ¿No obtienen repercusión mundial los textos de los Papas o, por ejemplo, el Evangelio diario que se publica cada año? ¿No gozan de amplio predicamento autores como Pablo d’Ors, María Vallejo-Nágera, José María Rodríguez Olaizola o el cardenal Robert Sarah, entre otros? Que me disculpen mis compañeros si me dejo a alguien relevante.
A pesar de ello, las editoriales especializadas en libros religiosos carecemos de la visibilidad deseada o seguimos resultando ajenas a mucha gente. Antes de las vacaciones, un conocido periodista cultural de renombre en este mundillo se puso en contacto conmigo tras leer acerca de la trascendencia del libro religioso en un informe publicado por la Federación de Editores de España, en el que se incluían cifras de ventas de la exportación del mercado editorial. Me preguntó a ese respecto y mis respuestas le sorprendieron. Conocía muy poco, por no decir nada, de nuestras obras y nuestra importancia, así como del hecho de que las ventas de los libros religiosos son mayores que las de los infantiles en América Latina.
Cabe preguntarse el porqué de este desconocimiento. ¿Por qué consiguen exposición en los medios generalistas obras de otras temáticas minoritarias y no así las nuestras? Una respuesta rápida y sencilla haría referencia a la secularización de la sociedad española (la cual no es tan evidente todavía en América Latina). Según varias encuestas recientes, en un breve espacio de tiempo la población española dejará de ser mayoritariamente católica. Esto, lógicamente, tiene un reflejo en las preferencias de lectura, pero también en la atención menguante y los prejuicios crecientes que los profesionales del sector dedican a nuestras novedades. Por ello, muchas editoriales religiosas se afanan por ampliar sus temáticas, tratando de abarcar al público en general sin olvidar, claro está, el transfondo del humanismo cristiano.
A pesar de ello, no hay grandes avances. En las secciones de espiritualidad de las librerías que tocan todo tipo de temas siguen sin estar presentes nuestros títulos, desplazados por otros que no ayudan al desarrollo personal del lector y que pueden confundir a personas sin mucha formación. Por su parte, las librerías especializadas en religión han empezado a seguir la misma estrategia, cediendo espacio a volúmenes de temáticas dispares en detrimento de nuestros fondos, que cada vez se ven menos.
En cuanto a los medios de comunicación, solo los nuevos libros del Papa o, rara vez, algún best seller merecen su atención. Y lo que es peor: lamentablemente, si se animan a dedicar largos párrafos a algún lanzamiento religioso es para criticarlo o por suscitar alguna controversia con la Iglesia. En consecuencia, los medios religiosos son los únicos que se ocupan de nuestras novedades. Esa falta de visibilidad en medios y librerías complica la situación actual del libro religioso. Pero soy optimista: las editoriales religiosas tienen una gran tradición, muchas son muy longevas y han demostrado saber cómo superar coyunturas complicadas.
No todo es culpa de los demás, lo que sería fácil para justificarse. Las circunstancias invitan a la autocrítica. No cabe duda de que debemos amoldarnos a los cambios de la sociedad, aunque, desde luego, manteniendo nuestros fundamentos religiosos; es decir, adaptarnos al posible lector, actualizar contenidos y continentes de los libros y publicar temáticas más atractivas para todo tipo de lectores, incluyendo a los que habitualmente compran nuestros libros. En este sentido, hay temas en nuestros fondos, más eruditos, que interesan cada vez menos al lector pero que, aun así, seguimos insistiendo en publicar; y hay editoriales no religiosas que publican espiritualidad no ortodoxa que obtiene buenas ventas, restando prestigio y calidad a esta temática. De cara a los medios, deberíamos buscar estrategias para que nuestras obras les resulten más atractivas.
Otra de las inquietudes que preocupan a las editoriales religiosas es la piratería. Es un problema que afecta a todas las editoriales, pero me atrevo a decir que ese ataque a los derechos de autor es más acuciante en el libro religioso, ámbito en el que incluso se justifica. ¿Cuántos títulos se reenvían por WhatsApp sin pudor? El libro del secretario de Benedicto XVI llegó a mucha gente, incluso traducido. Las personas que lo difunden argumentan su vocación evangelizadora, pero me pregunto si dicen lo mismo cuando el texto pirateado es una novela o, de hecho, si la piratearían. No se dan cuenta de que detrás de cualquier libro hay el trabajo arduo de muchas personas que viven de él.