Lección del caso McCarrick, por José Luis Restán - Alfa y Omega

No sé si habrá alguna institución en el mundo dispuesta a un ejercicio de transparencia, rigor y autocrítica como el que ha mostrado la Iglesia al publicar el llamado Informe McCarrick. Los pecados de sus hijos son motivo de dolor y humillación para la Iglesia a lo largo de toda su historia. La torpeza, la negligencia, las malas prácticas, las equivocaciones… todo ello se ha traducido en terribles injusticias en el caso de las víctimas de abusos, en escándalo para la fe de mucha gente sencilla, y en oprobio para una comunidad que querríamos ver siempre limpia y espléndida.

Pero esa limpieza y ese esplendor solo vienen del Señor, y a Él tenemos que volvernos una y otra vez para convertirnos, desde la primera generación de cristianos. Sin eso, cualquier procedimiento mejorado, cualquier alerta o legislación serán insuficientes.

Decía Benedicto XVI que lo más difícil para él había sido siempre elegir a las personas. Para eso no hay infalibilidad que valga, y el que no se haya equivocado que levante la mano. El discernimiento sobre las personas se nutre de multitud de informes y testimonios, a veces contradictorios. Es cierto que el proceso de selección en lo que se refiere a Theodore McCarrick se saldó con un tremendo error de consecuencias funestas.

Juan Pablo II recibió testimonios contradictorios y finalmente dio crédito a una carta en la que el propio McCarrick juraba su inocencia y se decía víctima de una conspiración. El gran Papa llegado del este conocía las artimañas de los regímenes totalitarios para demoler la imagen pública de los pastores de la Iglesia y entre ellas figuraba la acusación habitual de haber cometido abusos sexuales. Ese conocimiento jugó en esta ocasión contra la verdad y el bien de la Iglesia, porque abrió el camino a la promoción de McCarrick a la sede de Washington.

Claro que se han equivocado los Papas, y los obispos, y los consejeros varios… y es verdad que las consecuencias en el caso McCarrick han sido trágicas. Pero ¿solo en este caso? ¿Solo en la Iglesia católica? En estos días, junto al dolor y el escándalo sincero descubro también mucha hipocresía y mucha banalidad. Entre las peticiones patéticas, y hasta groseras, que han planteado algunos escandalizados, destaca la de suspender el culto público a san Juan Pablo II por su error de discernimiento en este caso. Sería entretenido, y quizás sorprendente, hacer un elenco de los errores cometidos por numerosos santos a lo largo de la historia.

La santidad no priva de errores

La santidad de cada uno de ellos no priva de su peso y consecuencias (a veces trágicas) a esos errores; pero tampoco estos restan un ápice de validez al reconocimiento de la santidad, que no consiste ni en la perfección moral ni, menos aún, en el pleno acierto de sus decisiones de gobierno. En todo caso, el legado de Juan Pablo II a la Iglesia sigue siendo inmenso, y este duro episodio nos hace entender que no se debe a que fuera una especie de «superman», sino un pobre hombre como todos, enamorado y seguidor de Cristo como el propio Pedro.

De la penosa historia del ex cardenal McCarrick se derivan muchas lecciones útiles para el proceso de nombramientos episcopales, pero también hay otra de la que casi nadie quiere oír hablar: que la fragilidad acompaña siempre como una sombra inquietante el camino histórico de la Iglesia, y no hay al respecto ninguna cláusula de seguridad total. Como ha dicho el cardenal secretario de Estado, Pietro Parolin, «ningún procedimiento, incluso el más perfeccionado, está libre de error, porque involucra las conciencias y las decisiones de hombres y mujeres». Eso sí: todos, desde el Papa hasta el último fiel cristiano, debemos ser conscientes del peso dramático de nuestras decisiones y omisiones.