Las nadadoras
Ya casi ni nos conmovemos ante esa contabilidad diaria de barcazas en las que no siempre viajan nadadoras profesionales para salvar a sus compañeros. Historias como la de Sarah y Yusra nos ayudan a juntar los pedazos de tantas biografías que se han quedado por el camino
No todos los cuentos de Navidad transcurren en idílicas escenas de invierno cubiertas de nieve. El instante que refleja esta fotografía pertenece a una historia real, llevada al cine con el título de Las nadadoras. Acaba de ser galardonada con los Premios CEAR Juan María Bandrés, que tienen como objetivo reconocer y apoyar el trabajo solidario en favor de las personas refugiadas. Les presento a las hermanas sirias Sarah y Yusra Mardini (interpretadas por dos actrices en este fotograma de la película). La familia Mardini vivía en Daraya, al sur de Damasco. Su madre era fisioterapeuta y su padre un entrenador de natación que consiguió convertir a sus hijas en nadadoras profesionales. Todo pintaba bien hasta que en 2011 estalló la guerra civil y el día a día comenzó a ser más complicado para esta familia cristiana. Su casa fue destruida, una bomba sin explotar cayó en la piscina donde entrenaba Yusra, y dos compañeras fueron asesinadas. Tras mucho insistir, consiguieron convencer a sus padres para que les permitieran huir de la guerra. En agosto de 2015, año en el que Europa atravesaba una de las más terribles crisis de refugiados, decidieron emprender un largo viaje para intentar iniciar una nueva vida en Alemania. Por aquel entonces, Sarah y Yusra Mardini tenían 20 y 17 años. El plan inicial era llegar hasta Estambul y de ahí cruzar el mar hasta Grecia. En su primer intento de llegar a Lesbos fueron capturadas y devueltas a Turquía. En el segundo, los traficantes las metieron con otras 16 personas en un bote con capacidad para seis, pero el motor se estropeó al cabo de 20 minutos y la barcaza comenzó a hundirse. Los intentos de pedir auxilio fueron inútiles. Las autoridades turcas y griegas les respondían que dieran la vuelta y regresaran. Pero el barco se hundiría inevitablemente antes de llegar a la orilla. Tras tirar por la borda todo el peso prescindible, las dos hermanas junto con dos hombres se echaron al agua para disminuir el peso de la embarcación. Heladas y con miedo se pusieron a nadar para dirigir la barca hacia la isla de Lesbos, que se veía en la distancia. Durante cerca de cuatro horas tiraron de la balsa, incluso cuando los otros dos no pudieron ayudarlas más y se dejaron arrastrar por el bote. Cuando por fin llegaron a la costa —momento que refleja esta escena de la película, dirigida por Sally el Hosaini—, sus compañeros solo atinaban a darles las gracias mientras ellas respondían: «Somos nadadoras, es nuestro trabajo».
Miro el fotograma y pienso que esta respuesta es como una lija para afinar la conciencia de quienes difícilmente afrontaremos nunca una situación así, pero que ya casi ni nos conmovemos ante esa contabilidad diaria de barcazas en las que no siempre viajan nadadoras profesionales para salvar a sus compañeros. Historias como la de Sarah y Yusra nos ayudan a juntar los pedazos de tantas biografías que se han quedado por el camino.
Nuestro cuento de Navidad no concluye ante este esperanzador amanecer de una playa de Lesbos. Se inició más bien otra pesadilla durante la que tuvieron que caminar durante días y esconderse mientras atravesaban Macedonia, Serbia, Hungría y Austria. En Alemania acabaron en un campo de refugiados de Berlín, donde uno de los voluntarios llevó a Yusra a un club de natación. El entrenador se dio cuenta de que estaba ante una campeona que llegó a competir en Río de Janeiro en el primer equipo de refugiados en unas Olimpiadas. Volvió a hacerlo por segunda vez en los Juegos Olímpicos de Tokio en 2020. Ahora, con 24 años, es embajadora de buena voluntad de ACNUR. Su hermana Sarah decidió volver a Lesbos para ayudar a otros refugiados. Allí fue acusada por el Gobierno griego de tráfico de personas. Ahora vive en Berlín junto al resto de su familia. Ellas son Las nadadoras, auténticas campeonas que no dudaron en salvar la vida de personas a las que ni siquiera conocían.