Las monjas también juegan al baloncesto - Alfa y Omega

Las monjas también juegan al baloncesto

La exposición Ventanas al cielo ofrece imágenes inéditas de la vida tras las rejas de la clausura. «A los fotógrafos les ha llamado la atención sobre todo sus actividades de ocio», dice la responsable de la muestra

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Carmelitas en un momento de esparcimiento. Foto: FOCOCOR / Araceli Roldán Aranda.

«La vida de las contemplativas va mucho más allá de los dulces que hacen. Toda su vida es un testimonio de que solo Dios basta», afirma María José Muñoz, directora de la biblioteca y museo diocesanos de Córdoba y una de las promotoras de la exposición Ventanas al cielo, una muestra fotográfica de la vida cotidiana que viven los hombres y mujeres que pueblan los conventos y monasterios cordobeses.

Hasta el 23 de julio, el Patio de los Naranjos de la catedral de Córdoba, el monasterio de San Rafael y el palacete barroco del monasterio de la Santa Cruz ofrecen decenas de instantáneas recogidas en el interior de los conventos por miembros de la Asociación de Fotógrafos Cofrades de Córdoba (FOCOCOR).

En ellas se muestran desde los momentos de oración y de trabajo en labores de bordado y repostería hasta los ratos de conversación, deporte y esparcimiento de las monjas.

«A los fotógrafos lo que más les ha sorprendido es la cercanía de las monjas y, sobre todo, sus actividades de ocio, porque son personas como cualquiera de nosotros», dice Muñoz sobre esta muestra, en cuya organización han participado también la Fundación DeClausura y la Delegación diocesana para la Vida Consagrada. A los autores de las fotos les ha llamado la atención «la gran cantidad de horas que trabajan al día», lo cual les ha permitido mostrar «la belleza de la vida tras la clausura».

En total han sido once los monasterios que han abierto sus puertas, de la veintena con que cuenta la diócesis. Los fotógrafos han accedido a su interior «en la medida en que le parecía oportuno a cada comunidad, porque no todas tienen la misma regla de vida», dice Muñoz. Algunos han pasado 48 horas junto a las monjas, otros han estado solo unas pocas horas en la iglesia conventual, pero todos han podido percibir «el tesoro escondido que tenemos muchas veces en nuestro mismo barrio y en nuestros pueblos, una riqueza a la que a menudo damos la espalda, pero que sostiene nuestra vida con su oración».

Con ganas de mostrar su vida

Contrariamente a lo que se pudiera pensar, las monjas han estado desde el principio dispuestas a abrir sus puertas a la iniciativa. «Ellas tienen mucho deseo de mostrar su vida y su vocación y dar así testimonio del camino que han elegido», revela María José Muñoz.

Y, aunque no han podido acercarse a ver la exposición, han visto las imágenes en su catálogo digital. «Están encantadas y muchas dicen que les parecen pocas. Ellas habrían deseado mostrar todavía más», ríe Muñoz.

¿Y el feedback del público? Las tres sedes son «un trasiego de gente que se acerca a ver las fotos y las monjas nos dicen que están notando que ahora están vendiendo más dulces». De alguna manera, «esto está sirviendo para que, ya que la gente no puede acceder al claustro, sea el claustro el que sale a la gente para mostrar cómo viven las monjas que habitan en él».