Las Cortes de Cádiz, según Menéndez Pelayo. Semilla de división - Alfa y Omega

Las Cortes de Cádiz, según Menéndez Pelayo. Semilla de división

Las Cortes de Cádiz reconocieron la fe católica como la «única y verdadera», porque «temeridad hubiera sido» otra cosa para los constituyentes liberales, escribió, en Historia de los heterodoxos españoles, don Marcelino Menéndez Pelayo, de cuya muerte se cumplen cien años en 2012. «Parecioles más seguro amparar bajo capa toda insinuación alevosa» contra la religión, afirmaba don Marcelino. Y de ahí nace «la antropofagia de carne clerical, que desde entonces viene aquejando a nuestros partidos liberales, con risa y vilipendio de los demás de Europa, donde ya estos singulares procedimientos de regeneración política van anticuándose…»

Colaborador
Monumento a Menéndez Pelayo en Santander.

El deseo de una representación nacional, semejante al Parlamento inglés o a la Convención francesa, y ajustada en lo posible a los antiguos usos y libertades de Castilla y Aragón, era unánime. La aurora de la guerra de la Independencia había hecho florecer en todos los ánimos esperanzas de otro sistema de gobierno basado en rectitud y justicia, sistema que nadie definía pero que todos confusamente presentían. La desgracia fue que un siglo de absolutismo glorioso y otro siglo de absolutismo inepto nos habían hecho perder toda memoria de nuestra antigua organización política, y era sueño pensar que en un día había de levantarse del sepulcro, y que con los mismos nombres habían de renacer las mismas cosas, asemejándose en algo las Cortes de Cádiz a las antiguas Cortes de Castilla. ¿Qué educación habían recibido aquellos prohombres sino la del siglo XVIII? ¿Qué doctrina social habían mamado en la leche, sino la del Contrato social de Rousseau o (a lo sumo) la del Espíritu de las leyes? ¿En qué había de parecerse un diputado de 1810, henchido de ilusiones filantrópicas, a Alonso de Quintanilla, o a Pedro López de Padilla, o a cualquier otro de los que asentaron el trono de la Reina Católica o que negaron subsidio a Carlos V?

La Constitución de Cádiz.

[Menguada] fue la obra de aquellas Cortes, ensalzadas hasta hoy con pasión harta, y aún con más dignas de acre censura que por lo que hicieron y consintieron, por los efectos próximos y remotos de lo uno y de lo otro. Fruto de todas las tendencias desorganizadoras del siglo XVIII, en ellas fermentó el espíritu de la Enciclopedia y del Contrato social. Herederas de todas las tradiciones del antiguo regalismo jansenista, acabado de corromper por la levadura volteriana, llevaron hasta el más ciego furor y ensañamiento la hostilidad contra la Iglesia. Vuelta la espalda a las antiguas leyes españolas, fantasearon, quizá con generosas intenciones, una Constitución abstracta e inaplicable, que el más leve viento había de derribar. Ciegos y sordos al sentir y querer del pueblo que debían representar, tuvieron por mejor, en su soberbia de utopistas e ideologistas solitarios, entronizar el ídolo de sus vagas lecturas y quiméricas meditaciones que insistir en los vestigios de los pasados y tomar luz y guía en la conciencia nacional. Gracias a aquellas reformas quedó España dividida en dos bandos, iracundos e irreconciliables; fuese anublando por días el criterio moral y creciendo el indiferentismo religioso, y, a la larga, perdido en la lucha el prestigio del trono, socavado de mil maneras el orden religioso, constituidas y fundadas las agrupaciones políticas, no en principios, que generalmente no tenían, sino en odios o en venganzas o en intereses y miedos, llenas las cabezas de viento y los corazones de saña, comenzó esa interminable tela de acciones y de reacciones, de anarquías y de dictaduras, que llena la torpe y miserable historia de España en el siglo XIX.

Ahora sólo resta consignar que todavía en 1812 nada había más impopular en España que las tendencias y opiniones liberales, encerradas casi en los muros de Cádiz, y limitadas a las Cortes, a sus empleados, a los periodistas y oradores de café y a una parte de los jefes militares. Como, a pesar de esto, lograban en el Congreso mayoría los reformadores, no lo preguntará ciertamente el que conozca el mecanismo del régimen parlamentario; pues sabido es, y muy cándido será quien lo niegue, que mil veces se ha visto por el mundo ir por un lado la voluntad nacional y por otro la de sus procuradores.

Marcelino Menéndez Pelayo
Tomado de Historia de España
(El buey mudo)