Las bombas no frenan al tren hospital ucraniano
Médicos Sin Fronteras ha puesto en marcha su primer tren medicalizado para evacuar a heridos y enfermos de las zonas de Ucrania más golpeadas por el conflicto. Entre sus últimas paradas está la recién liberada Lyman
Es noche cerrada. Un tren azul y amarillo —similar a los de Renfe hasta comienzos de los años 90—, recorre los 1.000 kilómetros que separan Leópolis de Dnipro. A finales de la semana pasada, el tren medicalizado de Médicos Sin Fronteras se dirigía de nuevo hacia el este del país. Una buena noticia, pues ese lunes, a causa de los bombardeos rusos por todo el país, «tuvimos que cancelar nuestro programa». Lo cuenta a Alfa y Omega Emilie Fourrey, coordinadora del proyecto desde el 1 de septiembre. «Seguimos de cerca la situación», atentos a «cualquier riesgo» por si hay que «ajustar el itinerario o parar». En todo el este del país, «la situación es volátil».
Por la misma razón las autoridades ucranianas, con las que se coordinan, pueden pedirles que se dirijan a lugares con picos de violencia o recién liberados. Así fue como Fourrey conoció a uno de los pacientes que más le ha impactado: un muchacho de 14 años de Lyman, en Donetsk. Tenía heridas de gravedad, «incluyendo en el abdomen y en la columna vertebral». Gracias a que el Ejército ucraniano tomó el control de la ciudad el 2 de octubre, lo evacuaron a Leópolis, desde donde irá a Alemania. «Te rompía el corazón oírle a él y a su madre contar cómo pensaban que iba a morir. Yo tengo un hijo de la misma edad, y no me puedo imaginar vivir eso».
Pocos días antes, casi sin previo aviso, tuvieron que añadir vagones y hacer dos viajes a Járkov para evacuar a 200 pacientes psiquiátricos. «Algunos tenían desórdenes agudos y necesitaban una gestión específica de su medicación», un ámbito desconocido para el personal. También estaban desnutridos, y había algún caso de tuberculosis. «Afortunadamente vinieron profesionales del hospital de origen y fueron un gran apoyo».
Enfermera de formación, Fourrey lleva tiempo coordinando proyectos para MSF. Es su segunda estancia en el país desde febrero. «Me interesaba mucho implicarme en el tren, pues es la primera vez que MSF implementa algo así». Por este motivo, la iniciativa se alzó el 6 de octubre con el Premio MAPFRE al Mejor Proyecto o Iniciativa por su Impacto.
El primer viaje fue el 31 de marzo, con nueve pacientes desde Zaporiyia; la mayoría, heridos en Mariúpol. Paula Gil, presidenta de MSF España, explica que surgió por la necesidad imperiosa de dar un respiro a los hospitales del este y el sur. «Es un sistema de salud similar al nuestro». Pero «están recibiendo unos flujos de heridos enormes, que sobrepasan su capacidad», porque quizá «llegan 200 heridos de repente» en medio de cortes de suministros y energía. El tren ha trasladado ya, en 60 viajes, a 1.929 personas. En ambulancias llevaría más tiempo y sería «muchísimo más peligroso» por el riesgo de ataques.
Llega el invierno
El Ministerio de Salud elige las ciudades a las que van y a los pacientes; siempre con destino Leópolis. El tren cuenta con un vagón de UCI, dos coches para pacientes menos graves, dos con asientos para acompañantes y los que no necesitan estar tumbados, y uno para el personal. También tienen un vagón que produce oxígeno, y otro con un generador de electricidad. Esto permite que, aunque un corte en el tendido obligue a detener el tren, el soporte vital siga funcionando. La mitad de pacientes son heridos y el resto enfermos, ancianos o personas con discapacidad. La salud de casi todos ha empeorado por las condiciones de vida durante la guerra y la falta de medicación. Y «hay una necesidad enorme de salud mental», añade Gil, por lo que les acompaña un psicólogo.
¿Cómo es trabajar entre un traqueteo constante? Cada semana «pasamos al menos seis días y cuatro noches en el tren, sin una ducha», comparte Fourrey. El entorno es estrecho, y «hay que pensar en cada espacio». Es cansado y «dormir no siempre es fácil, pero te acostumbras». En noches como esta ya se empieza a notar el frío. Pronto «necesitaremos detenernos un tiempo» para instalar calefacción y adaptarlo al invierno. «Va a ser un desafío, el equipo logístico tendrá que trabajar lo más rápido posible». Pero confía en sus compañeros, que son «asombrosos, capaces de superar cualquier desafío».
¿Más allá del tren medicalizado, de qué otras formas está ayudando MSF en Ucrania?
Hemos trabajado mucho para ayudar a los hospitales a prepararse para el flujo de heridos, con donaciones y formación en triaje. Tenemos equipos en doce o 14 localidades, que se van moviendo en función de la evolución del contexto. También salud mental y atención a víctimas de violencia sexual. Además, estamos entregando kits para que los hospitales puedan ser autónomos, con paneles solares, generadores y equipos para potabilizar agua. Y estamos haciendo muchísimas donaciones de cara al invierno.
El 80 % de nuestros trabajadores allí son ucranianos que estaban en otros proyectos y los hemos reubicado, o que habían trabajado antes con nosotros. Los sanitarios tienen un gran compromiso de ayudar a su propia gente. En Ucrania la población civil está sufriendo muchísimo. Hay más de 5.000 muertos civiles y más de 6.500 heridos, y estas cifras probablemente estén infraestimadas. Por eso apelamos a todos los actores a que respeten el derecho internacional humanitario, porque no está siendo así.
¿Están solo en las zonas controladas por Kiev?
Hasta la fecha no hemos conseguido trabajar en zonas controladas por el Ejército ruso porque no tenemos garantías de seguridad, aunque cada día trabajamos para lograrlo. Y también buscamos la manera de colaborar con grupos locales, asociaciones y voluntarios que nos ayuden a llevar material a ese lado de la frontera.
El tren medicalizado debe de suponer un esfuerzo logístico enorme. ¿Lo ha podido poner en marcha MSF con sus propios medios o ha necesitado ayuda de terceros?
Es la primera vez que tenemos un tren medicalizado, pero proyectos con complicación logística tenemos en todas partes. Lo ha montado MSF con nuestros propios recursos. Cuando hay una situación de este tipo, la sociedad civil se vuelca. En España tenemos 500.000 socios y mucha gente ha respondido. Cada vez que alguien quería aportar, hemos insistido muchísimo en que las aportaciones fueran al fondo de emergencias. Así se financia Ucrania, pero también Afganistán, Yemen o República Centroafricana, porque trabajamos en muchos conflictos armados y hay lugares que no están recibiendo la misma atención.
¿Se podría replicar el proyecto del tren en otros conflictos?
Evidentemente es un proyecto que capitalizamos, y que en cualquier situación en la que se pueda, se replicará. Pero lamentablemente en muchos de los lugares donde estamos no hay red ferroviaria adecuada o suficientes trenes. En Tigray (Etiopía) no se puede poner un tren medicalizado. Tienes suerte si puedes trabajar. Nosotros adaptamos nuestras evacuaciones al lugar en el que estamos trabajando. Y hacemos evacuaciones en las condiciones más insospechadas: en canoas, en burros, en motos… con tal de conseguir hacer el trabajo.
Citaba otras emergencias que atiende MSF. ¿Qué otros lugares les preocupan?
Nos preocupa enormemente la situación en el Sahel —Níger, Malí— por el surgimiento de la violencia contra la población. Y tenemos un reto importantísimo para poder acceder a las poblaciones. El espacio humanitario cada vez se ve más reducido. Algunos gobiernos están criminalizando nuestro trabajo, nos asocian a nosotros o a las poblaciones a las que queremos atender con los grupos armados. En muchos lugares hemos tenido que cerrar proyectos y salir porque no podíamos continuar trabajando. En Camerún, tenemos a dos compañeros en la cárcel por haber trasladado a un paciente en ambulancia. Esto es aberrante porque nos limita.
Por no hablar de los tres compañeros muertos en junio de 2021 en Tigray.
Ha sido un golpe terrible. Para la organización hay un antes y un después. Al final nos ha llevado a cerrar allí, porque no podíamos seguir trabajando en esas condiciones, sin una investigación real y sin claridad sobre lo que sucedió. Es inaceptable que nadie asuma responsabilidades sobre el asesinato intencionado de trabajadores humanitarios, identificados como tales, que estaban realizando su trabajo.
Imagino que usted empezaría también trabajando sobre el terreno.
Estuve ocho años en África como enfermera y como coordinadora de proyectos, sobre todo en Angola, Mozambique, Mauritania, la República Centroafricana, el Congo, Sierra Leona… En esos años la organización era diferente, más pequeña. Ahora es más diversa. Además de que el 80 % de nuestro personal está formado por locales, también dentro del personal móvil internacional cada vez hay más personas del sur global. Se da cada vez menos esa idea de que la ayuda se genera en el norte y llega gracias a las personas que van al sur a colaborar. Eso es algo muy bonito porque aporta mucho. Trabajar con personal local te aporta un acercamiento distinto a las comunidades.