Lágrimas de Ucrania en el Vaticano - Alfa y Omega

Lágrimas de Ucrania en el Vaticano

El primado de Iglesia grecocatólica ucraniana no pudo evitar emocionarse por su pueblo durante la celebración de la Eucaristía en San Pedro, ante la presencia de cientos de ucranianos que peregrinaron a Roma para implorar el fin de la guerra

Carmen Álvarez Cuadrado
Shevchuck, emocionado al hablar de Ucrania en San Pedro. Foto: UGCC.

Las lágrimas de Shevchuk son las lágrimas de Ucrania. El primado de la Iglesia grecocatólica ucraniana no pudo contener la emoción al final de la Eucaristía: «Sé que Dios nos ama y que, un día, volveremos al poder del amor». Tampoco pudieron hacerlo los cientos de personas que llenaron el Vaticano con banderas azules y amarillas en la tarde del 10 de septiembre, congregados a una celebración para festejar el 400 aniversario del martirio de san Josafat, patrón del país y cuyos restos reposan en la basílica de San Pedro. Peregrinaban desde distintas zonas de Europa —Crimea, la península escandinava o Italia— para unir sus caminos en Roma y dirigir sus oraciones hacia el mismo motivo por el que comenzaron a rezar hace un año y medio, el 24 de febrero de 2022: el fin de la guerra.

Banderas de Ucrania en la basílica de San Pedro la tarde del pasado domingo, 10 de septiembre. Foto: Carmen Álvarez.

Eso fue lo que llevó a Aleksandra a viajar toda una noche «sin dormir ni comer, solo para estar ahí». Lleva 22 años en Italia, concretamente, en Bolonia. Se fue de Ucrania en busca de un futuro mejor para sus hijos, aunque eso no exime que siempre se acuerde de su país: «Lo echo de menos todos los días». Su familia se reparte a lo largo y ancho del territorio ucraniano. Una parte «vive tranquila, porque está alejada del foco de la guerra, pero no significa que no tengan miedo. No saben lo que les espera mañana. De hecho, las sirenas suenan a menudo y hubo bombardeos un par de veces»; la otra sigue en uno de los centros del conflicto, Kiev. Algunos de sus amigos llegaron a Italia como refugiados y decidieron volver a sus casas a pesar de la situación: «Los niños tampoco querían quedarse porque no era su hogar». Sin embargo, sus ojos se llenaron de lágrimas al hablar de las consecuencias que sufren los que siguen en Ucrania: «Están matando a los ancianos y llevándose a niños a campos para reeducarlos. Es mucho el dolor que siento. Por eso quería venir, para ofrecer mi oración de paz con amor, porque es lo único que puede vencer al mal».

Cientos de personas asisten a la Divina Liturgia para rezar por la paz en Ucrania. Foto: Carmen Álvarez.

En la Eucaristía se encontraba el embajador ucraniano ante la Santa Sede, Andrii Yurash, al que Shevchuck agradeció su presencia. Lo mismo hizo con el vicedecano del colegio cardenalicio y prefecto emérito del Dicasterio para las Iglesias Orientales, Leonardo Sandri: «Cuando estalló la guerra, él lloraba conmigo al contarle las atrocidades de la armada rusa a 20 kilómetros de mi casa». El testimonio del arzobispo mayor de Kiev, unido al de los demás prelados —reunidos durante la semana en la capital italiana para celebrar su Sínodo—, así como el de los sacerdotes, son un ejemplo para Martina, italiana con raíces ucranianas, de 17 años: «Esta oración fue muy importante para mí. Vinieron muchos curas de Ucrania y nos recordaron lo que pasó. Uno de ellos, por ejemplo, se encontraba en Kiev cuando estaba siendo prácticamente destruida». Al escucharlos no pudo evitar recordar, aunque con la voz entrecortada, cuando se enteró de que una de sus amigas «casi muere en la universidad, cuando cayó una bomba no muy lejos de ella». «Es algo que duele mucho», explicaba a Alfa y Omega.

La joven de Italia estaba en la basílica con un grupo de cinco jóvenes ucranianos «que vinieron durante el conflicto y dejaron a la mayoría de sus familias en Ucrania». Yana, también de 17 años, estaba en una zona en guerra. Su madre y su hermana vivieron en Italia durante siete años, por lo que tomaron la decisión de enviarla al sur de Europa «para sacarla de debajo de las bombas». Por ello, el pasado domingo, las banderas de su país «lucieron más fuertes que nunca» en un momento difícil «en el que las noticias, con el paso del tiempo, no mejoran». De ahí que uniesen sus voces al unísono para implorar por el fin de la guerra.

Peregrinos ucranianos en la plaza de San Pedro tras finalizar la Eucaristía. Foto: Carmen Álvarez.

Al terminar la celebración, dos mujeres esperaban a sus familias en una de las esquinas de la columnata de Bernini, a pocos metros de la salida de San Pedro. Cada una de una nacionalidad distinta. Una era ucraniana; la otra, rusa. Esta última explicaba cómo su amiga llevaba ya un año en Italia como refugiada, tras haber tenido que huir de Járkov por los bombardeos: «Ella ha visto con sus propios ojos lo que es la guerra». Todavía no estaba lista para contar su historia en primera persona, pero ahí estaba expuesta la imagen de la reconciliación. Y el Vaticano como testigo de que, tal y como reflejaron con este gesto, la paz es todavía posible.

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