La voz que resuena en tiempos de frivolidad
La exposición sobre Delibes, hasta el próximo 15 de noviembre en la Biblioteca Nacional, aúna la dimensión pública del escritor con su faceta íntima, que revela una profunda sensibilidad
La Biblioteca Nacional de España dedica a Delibes una exposición magnífica con motivo del siglo de su nacimiento y los diez años de su muerte en Valladolid, la ciudad a la que él dedicó su última gran novela, El hereje. Recuerdo a César Alonso de los Ríos —¡ay, cómo lo echo de menos!— comentándola conmigo. De sus labios brotaba un retrato de ese escritor triunfante desde los años 40 con La sombra del ciprés es alargada, ganador del Nadal en 1947 cuando España aún se recuperaba del desastre de la Guerra Civil. Delibes había combatido en el bando nacional como voluntario. Había servido en El Canarias. Alumno de las carmelitas y de los hermanos de la Salle, estudió en la Escuela de Comercio de Valladolid al terminar la contienda. Gracias a la obra de Garrigues, a quien los juristas apodaban y apodan El divino, descubrió el poder y la riqueza de la lengua. Él mismo contaba que así se introdujo en la literatura. Delibes terminó de catedrático de Derecho Mercantil, pero ha pasado a la historia como novelista, periodista y uno de los escritores y pensadores más lúcidos de la España contemporánea.
En esta exposición está todo. La Biblioteca Nacional de España, la Fundación Miguel Delibes, Acción Cultural Española (AC/E), la Junta de Castilla y León, el Ayuntamiento de Valladolid y la Diputación de Valladolid han colaborado para alumbrar esta gran muestra de la vida pública y la intimidad del vallisoletano que me enseñó, a través de sus libros y sus artículos, a amar la naturaleza y la vida de los pueblos. Mucho antes de que se hablase de la España vacía —una expresión que cada vez me gusta menos— él ya había escrito sobre la desaparición de la vida tradicional y el deterioro ambiental. Me gusta esa foto suya mirando a lo lejos, elegante con su jersey y su gorra, con el fondo del cielo azul de Castilla.
Ahora bien, esta exposición no solo nos lleva de la mano por el universo de nuestro autor, sino que nos introduce en sus aposentos. Lo vemos escribiendo, allá nos mira desde su despacho. Me gusta el retrato en que aparece serio, con una leve sonrisa, como exigiendo que no nos tomemos demasiado en serio nada que no lo merezca. Le miro la leve mueca de los labios y recuerdo la advertencia quijotesca; —«llaneza, muchacho, no te encumbres, que toda afectación es mala»— llegada desde las altas cumbres de las letras españolas. Ganó el Premio Miguel de Cervantes, el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, el Premio Nacional de las Letras Españolas, el Premio Nacional de Narrativa, el Premio de la Crítica y el Premio Nadal además de ser Chevalier de l’Ordre des Arts et de Lettres de la República Francesa. Sin embargo, aquí está, acompañándome por este paseo a través de su vida y su obra.
Tal vez por eso, por esa seductora combinación de firmeza, llaneza y cultura humanística, su voz resuena tan poderosa en un tiempo de frivolidades y cosas efímeras. Amó a su esposa, Ángeles de Castro, toda la vida. Lloró su muerte y su recuerdo lo acompañó siempre. No ocultó su tristeza ni su dolor. Ella inspiró y enriqueció su obra. En la exposición lo tienen con la Señora de rojo sobre fondo gris, que dio título a su novela de 1991. Ella falleció en 1974, pero hasta 17 años después Delibes no pudo escribir sobre ello. César contaba que a Delibes le obsesionaba la muerte.
Esta exposición, que puede verse en la BNE hasta el próximo 15 de noviembre, aúna la dimensión pública del escritor con su faceta íntima, que revela una sensibilidad profundísima. Querría haberla visitado con César, que falleció en 2018. Me consuela pensar que las inquietudes del vallisoletano sobre la muerte están despejadas y ahora contempla, junto a su mujer y su amigo palentino, el rostro del «Dios clemente y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad y leal», y puede admirar toda su creación y toda su gloria.