La Virgen es la única que lo puede cambiar - Alfa y Omega

Hace unos años conocí a una señora que, mientras esperábamos nuestro turno en una sala de espera del hospital, me contó el gran sufrimiento que llevaba en el corazón por la actitud de su hijo único, al que tanto quería. Me contaba que desde que nació empezó a tener problemas y que, al ser madre soltera, tuvo que ponerse a trabajar donde podía para sacar a su hijo adelante. «Aquellos primeros años fueron muy felices, los mejores de mi vida», me decía ella. Pero conforme fueron pasando los años aquel hijo se hizo desobediente, rebelde, caprichoso y maleducado. La señora me contó que lo único que hablaba con él era para discutir o porque le pedía dinero. Con el paso de los años, conforme iba creciendo, se juntó con malas compañías, jóvenes mucho mayores que él, y comenzó a robar y a meterse en el mundo de la droga.

A aquella madre, conforme me iba contando la historia de su hijo, se le iban cayendo las lágrimas de sufrimiento por la mejilla. Yo intenté consolarla y animarla con mis pobres palabras. Le dije que seguro que cambiaría en algún momento de su vida y que dejaría el mundo de las drogas y del robo; y que rezaría mucho por él. Ella asentía con la cabeza mientras seguía llorando. Nuestra conversación se vio obligada a terminar cuando la enfermera salió al pasillo y dijo su nombre para la cita médica. Yo le di una medalla de la Virgen Milagrosa que llevaba en mi bolsillo y la señora me dijo: «Dame otra para mi hijo, que la Virgen es la única que lo puede cambiar». Aquella historia se ha repetido en bastantes ocasiones con otras madres que me han contado los problemas de sus hijos.

Vivimos en un mundo muy complicado, donde más que nunca la Iglesia tiene que hacerse presente. Los sacerdotes, religiosos y religiosas, catequistas y animadores tenemos que estar en las vidas de las familias y acompañar de lleno y con mucha exigencia a nuestros jóvenes para que no se pierdan. Así podremos quitar el sufrimiento a tantas madres que lloran la pérdida en el ancho mar de la vida de sus hijos. No olvidemos que la fe mueve montañas, que nuestra oración por los jóvenes es muy necesaria y que en los momentos más difíciles es donde los padres necesitan de Dios y necesitan de nosotros.