La vida después de la JMJ
Pasó hace más de un mes, pero los ecos de la JMJ Lisboa 2023 aún perduran en los que participaron en ella. Allí se dieron cuenta de que no están solos, supieron que Dios los quiere como son y fortalecieron su fe
Fue hace exactamente cinco semanas cuando el Papa Francisco dijo en Lisboa aquello de que «nadie estamos aquí por casualidad». Era la primera vez que los peregrinos de la Jornada Mundial de la Juventud se encontraban con el Pontífice, el jueves 3 de agosto. Alfa y Omega estuvo en Lisboa y pudo comprobar la sed de Dios que había en los jóvenes. Lo decían con sus palabras, «estoy esperando saber qué es lo que quiere Jesús para mí», y con sus actos. Si no, sería muy difícil explicar que hicieran colas de una hora para recibir su misericordia en el sacramento del perdón. Lo mostraban también con sus aplausos a palabras concretas del Papa, como cuando les recalcó que «a Jesús, cada uno de nosotros le importamos». También cuando aseveró que «somos amados como somos, sin maquillaje» y, ya en la vigilia del sábado 5 de agosto, que la única forma «lícita» de mirar a alguien desde arriba es «para ayudar a levantarle». Y, por supuesto, cuando exclamó que «¡en la Iglesia hay espacio para todos!».
Todos. Como Esther Ramiro, la española que dio su testimonio en el imponente vía crucis del viernes 4 de agosto. Tercera estación. Jesús cae por primera vez. Y allí está ella, en su silla de ruedas —un pastel con sustancias alucinógenas ingerido sin saberlo en una fiesta la llevó a saltar por la ventana y lesionarse de por vida—, con su marido Nacho y su niña Lis, contando una vida alejada de Dios, una decisión de abortar a su primer bebé «debido a las dificultades y el miedo» —algo que la rompió por dentro, infinitamente más desgarrador que el accidente—, y un reencuentro con el Amor de su vida en 2018, curiosamente en un curso de inteligencia emocional cuando en realidad no buscaba nada. Un mes después, Esther nos recibe en su casa de Madrid y relata lo abrumada que aún se siente por la repercusión. «Tampoco termino de ser consciente; como es mi vida y lo llevo bien…». Y tanto. La paz que se respira en esa casa no habla de cruces que amargan, sino más bien de alegrías porque hay quien las sostiene. Como dijo el Papa, «la cruz es el sentido más grande del amor más grande, ese amor con que Jesús quiere abrazar nuestra vida». Nos cuenta Esther que hasta sus vecinos la vieron en la prensa. Su jefe, sus amigos, su familia de sangre y su otra «familia inmensa», la de Emaús de su parroquia… Muchos conocieron por primera vez episodios de su historia y, providencialmente, esto ha servido para acercarse más a ellos. A su vez, «me empecé a encontrar a gente que me contaban también su testimonio». «Tus heridas curan a otros», resume, así que «si todo esto está ayudando a que la gente reflexione sobre su vida, gloria a Dios».
En el vía crucis, cada caída de Jesús iba acompañada de un texto: «Caigo contigo para levantarte conmigo». Así se levantó Francisco Valverde en su confesión con el Papa. Este cordobés de 21 años, que llevaba desde marzo en Lisboa trabajando en la organización de la JMJ, decidió hacer un buen examen de conciencia para que «fuera verdaderamente un antes y un después». «Los pecados ahí se quedan y empezamos a jugar de cero», pero para eso «uno tiene que ser sincero» con su vida y humillarse, que «esto siempre va de cara para empezar con más fuerza». Esa fuerza es la que tiene ahora. A pesar del «miedo al futuro» tiene «mucha paz» y «no me importa lo que venga porque me siento acompañado». Él, como el millón y medio de jóvenes que se llegó a congregar en Lisboa, se dieron cuenta de que no están solos. Que la Iglesia es católica porque es universal y que en sus barrios pueden parecer una gota en un océano, pero no, porque como ellos hay por todo el mundo. Y saben que Dios es fiel; Alguien los llevó allí disfrazado de casualidades. Como concluye Francisco —el joven, no el Papa—, este tiempo en Lisboa «ha fortalecido mi fe y tengo un sentimiento muy claro: con Él de la mano, podemos».