La verdadera grandeza - Alfa y Omega

La verdadera grandeza

Se encuentran en Roma para una misión que los trasciende: proteger al sucesor de Pedro. Consideran un honor entregar los mejores años de su vida a este privilegio prescindiendo de la compensación económica, mucho inferior a la que podrían disfrutar en Suiza

Eva Fernández
Ceremonia de juramento de la Guardia Suiza, que en esta ocasión contó con la presencia del Papa
Foto: CNS.

En las escasas ocasiones en las que a los soldados del Ejército más pequeño y antiguo del mundo se les permite dar entrevistas sorprende comprobar que tras la juventud que esconde el vistoso uniforme existe esa certeza infinita de que se encuentran en Roma para una misión que los trasciende: proteger al sucesor de Pedro. Consideran un honor entregar los mejores años de su vida a este privilegio prescindiendo de la compensación económica, mucho inferior a la que podrían disfrutar en Suiza. La fotografía junto a estas letras refleja una de las escenas habituales en cada ceremonia de juramento de la Guardia Suiza, que en esta ocasión contó con la presencia del Papa. No ocurría desde 1968, la última vez que asistió Pablo VI.

Hay momentos en los que una simple palabra, una música, un ambiente desencadenan algo potente e indescriptible en tu interior. Me ocurre siempre que asisto a esta ceremonia en el Cortile de San Damaso. Es como si se pudieran sentir, hasta físicamente, virtudes esenciales cada vez más escasas: lealtad, honestidad, honradez, respeto y obediencia. Su autenticidad inspira a ser mejor. Formar parte de la Guardia Suiza es toda una declaración de intenciones.

Cuando León XIV agradeció su labor, subrayó el valor de su testimonio hoy, por su forma de vivir la fe: «Nos hacéis darnos cuenta de la importancia de la disciplina, del sacrificio, de vivir la fe de manera que realmente habla a todos los jóvenes del valor de dar la vida, de servir y pensar en los demás. Os doy las gracias en mi nombre y en el de toda la Santa Sede por vuestro servicio». El comandante Christoph Graf había recordado a los nuevos reclutas la esencia de su cometido: «Vuestra verdadera grandeza no reside en la riqueza ni en el poder, sino en la humildad, la sencillez y el amor a todas las criaturas».  

En los ojos de los soldados se descubre que miran al mundo con aplomo. Son conscientes de que tienen la oportunidad de llevar a cabo una misión que no los avergonzará cuando miren atrás. Como inspiración, las figuras de tres santos que siempre están presentes en el juramento. San Nicolás de Flüe, agricultor, político, capitán y juez, consiguió pacificar Suiza tras una guerra fratricida utilizando su oración y de la palabra. Es el arma secreta que emplean hoy los guardias: le dedican horas de entrenamiento con especialistas en psicología y mediación de conflictos. Junto a él, comparten protagonismo en las mesillas de los guardias suizos las estampas de san Martín de Tours y san Sebastián. San Martín, miembro de la caballería imperial, compartió su capa con un mendigo, ejemplo de que su verdadero servicio se traduce en la ayuda generosa a los más necesitados. Por último, san Sebastián, soldado romano al servicio del emperador, cuya lealtad le llevó a dar su vida por Cristo en tiempo de persecución. 

Cuando nos encontremos con un guardia suizo, que además de las lógicas ganas de fotografiarlo, descubramos que es un joven que opta por jugar todo a la carta de Dios, convirtiendo en grandeza una guardia nocturna ante el Palacio Apostólico, o permanecer en pie durante horas en las ceremonias litúrgicas con una dignidad inquebrantable, seguro de que apuntar hacia Dios es libertad, humildad y misión.