El sueño de Olga - Alfa y Omega

El sueño de Olga

Al conocerla en Roma hace tan solo unos días, le pregunté a bocajarro: «¿Qué quieres ser de mayor?». Y ella respondió, sin dudarlo un instante: «Santa». Me dejó totalmente convencida de que ya lo era

Eva Fernández
Olga en la plaza de San Pedro
Foto: Eva Fernández.

En esta foto lo más importante es lo que no se ve, pero permanecerá para siempre en la sonrisa de Olga, abierta y sincera como ella misma. Durante la última audiencia general de mayo recibió la bendición de León XIV, quien la mira con sumo cariño y la saluda con la mano en el instante preciso que vemos en la imagen de abajo. Su presencia en este encuentro con el Papa se entrecruza con Francisco, con quien Olga había quedado, en una cita que nunca pudo materializarse tras su ingreso en el Gemelli. En esta historia revolotean unos cuantos ángeles con nombres propios. Por una parte, las hijas de Santa María de la Providencia, responsables de la Casa Santa Teresa, un centro para personas adultas con discapacidad intelectual y del desarrollo en Madrid. Están empeñadas en cumplir los sueños de los 35 adultos con los que comparten su vida; entre ellos, nuestra protagonista.

Ahí también, invisibles, pero imprescindibles, los padres de Olga, Gema y Julián. Fueron a buscarla a Rusia y la trajeron con 16 meses cuando para ella no había más esperanza, porque había sido rechazada ya por tres familias. Su madre biológica era alcohólica. Cuando Gema la tuvo por primera vez entre sus brazos, apenas podía sostener la cabeza y nadie apostaba porque alguna vez pudiera llegar a hablar o a caminar. Los dos sabían que Olga venía con problemas y que la directora del orfanato no les dijo toda la verdad sobre su diagnóstico. Posiblemente era consciente de que Gema y Julián eran la última posibilidad para ella y jugó todas sus cartas para asegurarse de que saliera del orfanato. Ella se convirtió en otro ángel de la guarda para aquella pequeña frágil, que hoy vemos radiante y dispuesta a comerse el mundo en la fotografía. Desde aquel momento, sus padres emprendieron un largo camino para conseguir la mejor calidad de vida a quien pronto se convirtió en reina de la casa y de la familia.

Olga es una mujer con corazón de niña, que regala su cariño a quien se le pone delante. Su mirada limpia, con ojos de un azul infinito, no entiende los mecanismos que rigen las relaciones humanas. Es una feliz mujer autista, que tenía un sueño en su corazón: conocer al Papa Francisco. Y por sorprendente que parezca, nadie se explica muy bien de dónde arranca ese profundo interés por el Sucesor de Pedro. Sus padres no se lo inculcaron, pero se dieron cuenta de esa conexión profunda que su hija tenía con lo sobrenatural e hicieron lo posible para llevarla a un centro católico en el que pudiera encauzar sus anhelos espirituales. De ellos soy testigo. Al conocerla en Roma, hace tan solo unos días, le pregunté a bocajarro: «Olga, ¿qué quieres ser de mayor?». Y ella respondió, sin dudarlo un instante: «Santa». Me dejó totalmente convencida de que ya lo era.

Una vez más, los ángeles de la Casa Santa Teresa movieron sus hilos y consiguieron ese deseado encuentro de Olga con Francisco; que, como no fue posible en su momento, se completó con esta cálida mirada de León XIV, que la llenó de felicidad. La sintonía de los Pontífices con los diferentes resulta siempre sorprendente. En realidad, todos somos raros. Y a la vez únicos. Esta es la rareza que tanto atrae a Dios. Lecciones de ternura, siempre contagiosa, impartidas por personas tan grandes como Olga. Por cierto, que en cierta forma ese encuentro no cumplido con Francisco se completó en Santa María la Mayor. Olga acudió con sus padres y con sus queridas hermanas a rezar ante sus restos y dejarle un regalo: colocaron sobre su tumba un precioso libro realizado con los dibujos y las dedicatorias que todos los chicos de la Casa Santa Teresa habían preparado para Francisco. Un regalo que le habrá hecho sonreír desde el cielo. El libro y esos interminables besos al aire que Olga le dirigió. Esa es la libertad de los hijos más queridos de Dios.