La verdad del amor humano, en la Universidad Eclesiástica San Dámaso. Dios se revela en el eros - Alfa y Omega

La verdad del amor humano, en la Universidad Eclesiástica San Dámaso. Dios se revela en el eros

El amor erótico entre el hombre y la mujer, llamado a culminar en la entrega total de la persona a través del cuerpo, ha sido escogido por Dios mismo para «revelar en términos esponsales su amor hacia su pueblo». Esta inmensa dignidad del amor humano está inscrita en la naturaleza del hombre, y todavía es posible apelar a ella para combatir las propuestas actuales que la niegan

María Martínez López

«El ser humano no puede vivir sin amor. Pero el amor nos precede. El amor es más grande que nuestras ideas y que nuestros deseos; porque el amor es Dios». Con estas palabras, monseñor Juan Antonio Martínez Camino, secretario general de la Conferencia Episcopal Española, dio a conocer una de las claves para entender el documento de los obispos La verdad del amor humano. Orientaciones sobre el amor conyugal, la ideología de género y la legislación familiar, que fue presentado, el pasado lunes, en la Universidad Eclesiástica San Dámaso. Como procede en primer lugar de Dios, «el amor no es un simple producto del querer, sino que también es un don. Querer amar significa aprender a recibir el amor, aprender a acogerlo, y a hacerlo propio. El amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos ha amado a nosotros, dice la Primera Carta de San Juan. Este dato está corroborado por la psicología moderna: una persona que no ha experimentado desde pequeña, incluso desde antes de nacer, el don del amor, lo tiene más difícil en el camino del desarrollo de su personalidad».

Otra clave de esta visión del amor –añadió el obispo– es el significado antropológico del cuerpo: «El cuerpo es la persona, en su visibilidad. No es un aditamento de la persona, algo que se añade a la persona; sino que la persona es cuerpo. La sexualidad humana, que va ligada a la corporeidad y que hace que el ser humano exista como varón o mujer, no es un simple atributo del ser humano. El ser humano es varón o es mujer, porque la sexualidad va ligada a la corporeidad».

No sólo eso, sino que, «en el cuerpo, se revela la estructura originariamente vocacional del amor. La diferencia sexual inscrita en el cuerpo es vocación, llamada a una apertura y a una comunión de personas en la unidad de los cuerpos», afirmó en su intervención el padre Juan de Dios Larrú, profesor de Ética de la Universidad San Dámaso. Es más –añadió–, «Dios mismo se ha servido» del amor entre hombre y mujer, «un amor ciertamente caracterizado por el eros», para «revelar en términos esponsales su amor hacia su pueblo. La afirmación de que el amor entre el hombre y la mujer sea la forma arquetípica del amor es verdaderamente audaz. Esta tesis se coloca en el centro de la antropología cristiana».

Por eso, «penetrar de manera plena en la verdad del amor conyugal únicamente es posible desde el misterio de Cristo, es decir, desde la manifestación que Cristo hace del hombre mismo. La comunión de amor entre Cristo y la Iglesia es el contexto adecuado para acercarse a la verdad del amor conyugal y descubrir toda su grandeza y toda su belleza. Cristo no anula nada de lo humano, sino que le otorga una plenitud insospechada. En la Pascua de Cristo, se verifica un nexo indestructible entre amor y cuerpo: Cristo se entrega corporalmente a la Iglesia. Y, en la Resurrección, el Espíritu Santo colma la carne de Cristo, transformándola en un cuerpo glorioso. De esta íntima conexión entre amor y cuerpo, se deriva que el espiritualismo desencarnado -un amor sin cuerpo- y el sensualismo carnal -un cuerpo sin amor- son dos deformaciones erróneas de la verdad».

El matrimonio, hoy, es alegal

Frente a esta cosmovisión, don Benigno Blanco, presidente del Foro Español de la Familia, describió cómo «la agenda política de la ideología de género es que hay que excluir de la organización de la vida social la diferenciación hombre-mujer, porque es el lastre que produce tensiones, lucha de clases y violencia». Fruto de esta agenda: «asistimos a la destrucción del matrimonio por vía legal. Las notas esenciales del matrimonio son un hombre y una mujer, un compromiso estable y una apertura institucional a la vida. Estas tres notas han desaparecido del ordenamiento jurídico español. En España, el matrimonio así entendido, el compromiso que tengo con mi mujer, no es ilegal –nadie me prohíbe casarme–, pero es alegal, no está previsto en la ley. No hay acción para defenderlo jurídicamente, sólo para destruirlo. Y lo que no es reivindicable, en Derecho no existe».

Sin embargo, no se puede caer en el derrotismo: «Si algo nos enseña el siglo XX –continuó don Benigno– es que las ideologías pueden hacer mucho daño, pero no pueden cambiar la naturaleza de las cosas. Hay que intentar reforzar esto que sigue en la naturaleza. Normalmente los chicos se enamoran de las chicas y las chicas de los chicos. Y cuando la gente se quiere, quieren estar juntos para siempre. Incluso los que no creen que sea posible un compromiso para toda la vida, se casan con la ilusión de que sea para toda la vida. Y cuando se pregunta a las españolas, mayoritariamente quisieran tener más hijos de los que tienen. Las tendencias naturales que están en el trasfondo de la institución del matrimonio siguen ahí. Hay un material de partida grande, pero hay que trabajárselo».

La Iglesia –había dicho ya monseñor Martínez Camino– está dispuesta a hacerlo, porque promover una concepción auténtica de la sexualidad y del amor es «una aportación fundamental de la Iglesia a la sociedad. Es una labor que pertenece a lo específico de su misión: a la felicidad y a la salvación del ser humano».