La venida del Señor al final de los tiempos
I Domingo de Adviento
No está de más, cuando nos disponemos a iniciar un nuevo año litúrgico, detenernos en lo que significa el paso del tiempo. Si cuando llega el 1 de enero, con el cambio de año civil, asociado a un cómputo que crece, percibimos con claridad que el tiempo pasa, al cambiar de año litúrgico corremos el peligro de vivirlo con una sensación de cierta teatralidad. Nadie duda de que 2019 no es igual que 2018. Sin embargo, la repetición de la Palabra de Dios unida a los mismos días litúrgicos puede fomentar un sentido de repetición, como si viviéramos en un eterno círculo que se repite una y otra vez. Precisamente, de esto es de lo que tenemos que huir. Por una tendencia natural y racional, el hombre tiende a acomodarse y a controlar no solo lo material, sino también el tiempo. Sin embargo, el Evangelio de este domingo nos dice que no somos dueños del tiempo y que, por lo tanto, debemos vivir en constante vigilancia. No estamos encerrados en un ciclo que se repetirá eternamente. La imagen de la celebración del año litúrgico sería más bien como la de una espiral que se abre, como si de un muelle visto de perfil se tratara.
El camino de Dios hacia el hombre y del hombre hacia Dios
Adviento significa venida, y el término hace referencia etimológica a parusía, la venida del Señor en poder y gloria al final de los tiempos. Por lo tanto, tenemos dos polos: el primero es el Señor que viene hacia nosotros; el segundo somos nosotros, que vivimos en un continuo camino hacia el Señor. En este itinerario que se ha de recorrer, no se parte de una iniciativa de igual intensidad por las dos partes. En conformidad con el modo de revelarse Dios al hombre, siempre es el Señor el que tiene la iniciativa –en este caso de venir hacia nosotros– y nosotros salimos al encuentro del Señor que llega. La certeza de que el Señor vendrá al final de los tiempos se sustenta en su promesa y en haber sido testigos de su primera venida. A través de la Encarnación, Dios ha roto la distancia que lo separaba del hombre, de un modo inimaginable hasta entonces. Nuestra respuesta y camino, pues, al empezar el Adviento, son alzar la mirada hacia Dios. De hecho, las palabras «a ti, Señor, levanto mi alma», la invitación a la confianza y la seguridad de que quien espera en el Señor no quedará defraudado, del salmo 24, corresponden al tradicional canto de entrada de la Misa del primer día de Adviento. A la confianza del introito, se une el anticipo del profeta Isaías, en la primera lectura, de lo que sucederá al final de los tiempos: la congregación de todas las naciones en la paz del Reino de Dios.
«No sabéis qué día vendrá»
Son varios los pasajes evangélicos que nos invitan a la vigilancia en los capítulos 24 y 25 de Mateo, donde se encuadra el pasaje que tenemos ante nosotros. Con el ejemplo del diluvio inesperado y del ladrón se nos anima a la preparación para esa venida, que no solo se realizará al final de los tiempos, sino que ya está teniendo lugar ahora. La preparación del encuentro con el Señor en la gloria, donde lo veremos de modo manifiesto, debe tener lugar en el día a día de nuestra vida, tal y como nos recuerda san Pablo en la segunda lectura. El anuncio de la venida del Señor nunca puede ser experimentado como una amenaza, sino como la convicción de que nuestra salvación definitiva está cada vez más cerca. De este modo, la renuncia a las obras de las tinieblas no es más que la posibilidad de poder disfrutar anticipadamente del don que Dios nos ha traído acercándose hacia el hombre, mientras anhelamos su retorno al final de los tiempos.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando venga el Hijo del hombre, pasará como en tiempo de Noé. En los días antes del diluvio, la gente comía y bebía y se casaban los hombres y las mujeres tomaban esposo, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre: dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo, a una se la llevarán y a otra la dejarán.
Por tanto, estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría que abrieran un boquete en su casa. Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre».