Diríamos alegremente que David Foenkinos cumple como mediático superventas en esta novela. Pero, en el fondo, Número dos es algo más que esto. Al margen de que se trate de un cuento excéntrico —muy excéntrico, de hecho—, sobre la vida traumatizada de Martin Hill, sobre su infancia truncada a raíz de la experiencia de quedar el segundo en las audiciones de protagonistas para la saga cinematográfica del mago Harry Potter, unas pruebas que, efectivamente, tuvieron lugar en una productora londinense en 1999. Tras ser descartado en la final por el actor Daniel Radcliffe, Martin entrará en una espiral de crisis cíclicas y depresiones con cada nueva entrega de los libros de J. K. Rowling y las subsiguientes películas que se irán estrenando a lo largo de su adolescencia para no dejar de recordarle que estuvo a punto de alcanzar la fama mundial y, con ella, una existencia muy diferente a lo que jamás podrá conocer ni disfrutar en términos de lujo, riqueza y ovación internacional.
Enfermará de envidia en relación al elenco de niños seleccionados y, a la vez, se obsesionará con el personaje de ficción, huérfano y ninguneado, creyendo hacer suyas todas sus miserias y desdichas, y se arrastrará por la vida atormentado por la ausencia de gloria y éxito, que cree que le han sido arrebatados a traición. Esto le condenará a una eterna insatisfacción, a la introversión y a la soledad. Sufrirá una negación constante de la propia identidad que le hará inseguro, y también especialmente vulnerable al maltrato, y que le impedirá madurar sus relaciones sociales, bloqueándole todo crecimiento interior y sumiéndole en la más tremenda de las melancolías.
Hay pasajes de una crueldad tragicómica, se incurre también en lo macabro y no falta surrealismo. No es imprescindible estar versado en el universo de Harry Potter, pero la verdad es que la historia pierde gracia (o magia, diríamos más bien) si no te manejas más allá de los códigos muggles (término acuñado por Rowling para los humanos no mágicos).
La fábula, en cualquier caso, está servida, y es sencillísimo empatizar con esa mezquindad que condena a Martin a la infelicidad. Aquí, en este punto, radica lo sobrecogedor de la narración, en que hay anécdotas de vergüenza ajena que pueden sonarnos familiares en estas lides de recrearse exageradamente en el dolor sin pudor ninguno. Nos hace pensar todo el rato en que la autocompasión puede ser, en la práctica, una de las grandes lacras del hombre contemporáneo de nuestras sociedades occidentales.
Por esto, entre otras cosas, tal vez resulte tan fácil pronosticar hacia dónde irán los derroteros de la trama a partir de la mitad del libro. Si, Foenkinos, según avanza, es más facilón, y, finalmente, muy complaciente, no es complicado intuir pronto qué moraleja nos va a plantar con premeditación y alevosía. De los méritos, destacamos la indiscutible originalidad de la peripecia, y que el francés desgrana, exhaustivo, toda una curiosa teoría sobre el fracaso en el siglo XXI, la enloquecida (auto)percepción que tendemos a tener del loser, del perdedor, que, en nuestro tiempo, al parecer, lo es simplemente por no ser el famosete de turno. Nos preguntamos, o más bien, Foenkinos hace que nos preguntemos cosas, en realidad muy básicas, como: ¿por qué asumir automáticamente que es mejor ser actor que vigilante del Louvre?
Para remate, el personaje de la mujer que ama al protagonista incondicionalmente hace las veces de deus ex machina, nos tememos. No está mal, pero, una vez más, resulta predecible. Y de cierre final y conclusión, leemos, entre líneas, que para trabajar mejor nuestra felicidad debiéramos revisar algunas premisas infladas de estereotipos que nos lastran el alma.
David Foenkinos
Alfaguara
2022
224
17,95 €