La torre como emblema del barrio de San Pablo
Los 66 metros de altura de la torre de la parroquia de San Pablo definen el skyline del barrio zaragozano, conocido por albergar este templo de origen mudéjar que llegó a acoger hasta a 59 sacerdotes en el siglo XVIII, su época de mayor esplendor
La historia de la parroquia de San Pablo, en Zaragoza, arranca en plena Edad Media, tras la conquista de la ciudad a los musulmanes en 1118 por el rey de Aragón, Alfonso I el batallador. Cuenta Sergio García, gestor de las visitas turísticas y actividades culturales de la parroquia que, «según la tradición, poco tiempo después de la conquista cristiana se decidió crear una pequeña ermita dedicada a san Blas en el lugar donde hoy se encuentra la iglesia, por entonces una zona de huertas y cementerio islámico». De este primer templo no se conserva ningún elemento arquitectónico, pero supuso el germen para el nacimiento de un nuevo barrio. El constante aumento de población llevó al obispo Arnaldo de Peralta a constituir en 1259 la nueva parroquia, dedicada al apóstol San Pablo. A partir del año 1289 se inició la construcción «y se contrataron a los mejores arquitectos de la ciudad en ese momento, los maestros de obras mudéjares», explica García.
La primitiva iglesia de San Pablo creada por los mudéjares estaba formada por un templo de una sola nave, que corresponde hoy a la nave mayor de la iglesia, y una torre a sus pies, emblema del barrio de San Pablo, con sus 66 metros de altura. En los siglos siguientes el crecimiento del barrio propició que la iglesia se fuese ampliando. Además de su extraordinaria arquitectura mudéjar, en su interior encontramos obras excepcionales como el retablo mayor, el coro y el órgano gótico. «El retablo fue realizado por Damián Forment, uno de los mejores escultores del primer renacimiento español. Se trata de un magnífico ejemplo del arte a comienzos del siglo XVI en la península, un arte en transición del mundo medieval gótico al renacimiento. El proyecto fue encargado en 1510». A ambos lados de la obra de Forment se sitúan las puertas que permitían cerrar el retablo en determinadas liturgias. Fueron realizadas en 1596 por Antonio Galcerán y Jerónimo de Mora, dos pintores reputados que habían trabajado en El Escorial para Felipe II. Allí aprendieron las novedades del manierismo y, a su regreso a Zaragoza, las plasmaron en estas puertas, que «se abrían y cerraban dependiendo de la liturgia; por ejemplo, en periodos como Adviento, la Semana Santa o funerales estaban cerradas».
La numerosa población del barrio motivó que la parroquia acabara funcionando como una pequeña catedral. Muestra de ello es que llegó a contar en el siglo XVIII con hasta 59 sacerdotes. San Pablo acoge todavía hoy día interesantes muestras de devoción religiosa, como las festividades de San Blas y San Antón, que atraen a cientos de zaragozanos para buscar la protección de sus gargantas o de sus animales.
En Zaragoza es muy común referirse a la iglesia de San Pablo como «la parroquia del gancho». Según la tradición, el uso de este instrumento se vincula a la primitiva ermita dedicada a San Blas. Como estaba situada fuera del núcleo urbano, en el trayecto de las romerías que se encaminaban a venerar al santo era habitual encontrar arbustos y vegetación que obstaculizaban el paso; de ahí que, para despejar el itinerario, se recurriera a una hoz.
«Aunque el gancho dejó de prestar su función primitiva hace mucho tiempo, sigue encabezando todas las procesiones que salen de la parroquia durante el año y la metropolitana del Corpus Christi», explica el guía de San Pablo, Sergio García. Excepto cuando sale a las calles, el gancho, encajado en una larga vara, está siempre expuesto en la iglesia. Se trata de una obra que data al menos del siglo XVIII y es el emblema que, desde hace siglos, identifica a la parroquia de San Pablo.