El convento más pequeño del mundo está en Cáceres - Alfa y Omega

El convento más pequeño del mundo está en Cáceres

El Palancar mide 78 m2, tiene capacidad para ocho frailes y fue fundado por san Pedro de Alcántara para vivir sin comodidades y así «pasar por la puerta estrecha»

Cristina Sánchez Aguilar
La fachada forma parte de la ampliación del siglo XVIII. Foto: Turismo de Extremadura.

En el municipio cacereño de Pedroso de Acim, en los alrededores del Parque Nacional de Monfragüe y el Valle del Alagón, se encuentra Nuestra Señora de la Concepción del Palancar, fundado en 1557 y considerado el convento más pequeño del mundo, con sus 78 m2, ocho celdas y todas las estructuras que se pueden encontrar en un convento de mayores dimensiones. «Aquí inició san Pedro de Alcántara una reforma dentro de la orden franciscana y lo que quiso fue volver a los orígenes de san Francisco, de nuestra regla», explica fray Carlos Bermejo, uno de los cuatro franciscanos que componen actualmente la comunidad y que viven en el convento anexo, del siglo XVIII. El santo, patrón de Extremadura, se fijó en el pasaje del Evangelio que dice que para entrar en el reino de los cielos hay que pasar por la puerta estrecha y, literalmente, levantó un edificio «en el que hay que agacharse para entrar por la puerta y encogerse por la estrechez». Del mismo mínimo tamaño son el claustro, la cocina, el comedor… «Más que suficiente para una comunidad de ocho».

Con un horario de visitas explicitado en la web de Turismo de Extremadura (turismoextremadura.com), es uno de los frailes el que explica al visitante —«y aprovechamos para dar una catequesis sobre hacernos como niños»— las peculiaridades del conventito, uno de los cinco que fundó el santo español con el mismo tamaño, aunque solo se conserva el cacereño. El último fue en Arenas de San Pedro, en Ávila, donde falleció.

La fachada exterior es la ampliación del año 1762, cuando la afluencia de peregrinos se masificó y se hizo necesario agrandar el pequeño edificio original. También la iglesia es posterior; data del año 1710. Tras cruzar el pequeño patio y la puerta diminuta se llega al cenobio original, un lugar sobrio que cumple el objetivo de san Pedro, al igual que su celda. No era precisamente bajito —cuentan los frailes—, pero dormía en una estancia de no más de 1 m2, donde no podía ni tumbarse ni ponerse de pie. Descansaba sentado en una piedra y apoyaba la cabeza sobre un tronco colocado a la altura de los hombros. Lo cuenta su amiga Teresa de Jesús en el Libro de la vida: «Paréceme fueron 40 años los que me dijo había dormido sola hora y media entre noche y día, y que vencer el sueño era el mayor trabajo de penitencia que había tenido en los principios».

Las celdas del resto de los frailes son un poco mayores, pero igualmente incómodas. «San Pedro de Alcántara era un gran penintente» y acentuó en esta construcción el despojo por el bienestar. «Las cosas que necesitamos, las necesitamos poco», asegura fray Carlos. Un claustro de piedra de 9 m2 poco trabajada y madera tosca, una cocina donde los habitantes comían apoyando las escudillas sobre las piernas, un pequeño huerto y un olivo, suficientes para la vida monástica y el abastecimiento de los moradores, completan el edificio.

Frente al reducido claustro se encuentra la capilla, con un toque de color muy diferente al resto del conventito —está hecho de mosaico azul— y una escultura en madera del fundador, a quien Teresa de Jesús describiría diciendo que «era tan extrema su flaqueza que parecía hecho de raíces de árboles». La comunidad tiene una hospedería abierta a quienes busquen unos días de retiro espiritual; hay una casa en la que caben 20 personas y se admiten tanto a hombres como a mujeres.

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