La solución de dos estados en Tierra Santa «se está volviendo poco realista»
El jesuita David Neuhaus cuestiona esta opción, pues el Gobierno de Israel no respeta el derecho de los palestinos a una patria
«¿Se puede combinar la seguridad de los judíos con la justicia de los palestinos? ¿Sigue siendo relevante la solución de los dos estados?». La pregunta que lanzaba en noviembre, desde las páginas de La Civiltà Cattolica, el jesuita David Neuhaus resulta provocadora. Más aún si viene de quien fue vicario para los católicos de lengua hebrea dentro del Patriarcado Latino de Jerusalén entre 2009 y 2017, y cuestiona uno de los leit motivs de la comunidad internacional y del Vaticano al hablar del conflicto palestino-israelí. «No sugiero que nos olvidemos de la solución de los dos Estados», explica en una entrevista con Alfa y Omega. Formulada por primera vez por la ONU en su famosa Resolución 181 hace 75 años, era «un intento de resolver la cuestión de tener dos pueblos que consideran su patria» la misma tierra.
Sin embargo, «hoy se está volviendo poco realista porque desde hace décadas el Gobierno de Israel no ha respetado el derecho de los palestinos a una patria». En 1948, tras la creación de este Estado y la guerra que la siguió, el 78 % de lo que había sido el mandato británico de Palestina pasó a manos israelíes. En 1967, tras la Guerra de los Seis Días pasó a controlar también ese 22 % restante, sometidos desde entonces a la ocupación y la colonización.
En este contexto, «la repetición del eslogan “dos estados para dos pueblos” es un estribillo que enfatiza» el «hecho incontrovertible de que el proceso de paz está estancado». Con el matiz de que, mientras, «la parte poderosa, Israel, sigue construyendo asentamientos e infraestructuras que fragmentan cada vez más el territorio palestino y que también evitan su desarrollo político, social, económico y cultural». Así, «resulta prácticamente imposible» establecer un Estado palestino. Y «si en la realidad de hoy no es posible forjar dos estados viables, soberanos y seguros, la división no llevará a la tan deseada justicia y paz». Ante esto, «la Iglesia no puede ser un espectador silencioso».
Rechazo social
De hecho, dos tercios tanto de los israelíes como de los palestinos rechazan esta solución. Además de ser un reflejo de la actitud del otro, también subyace en este rechazo la mentalidad de que «yo saldré victorioso así que no necesito ceder»: hay israelíes que creen que terminarán sometiendo a los palestinos, mientras estos confían en que Israel acabará desapareciendo. «Con todo, los hay también que creen que israelíes judíos y palestinos están destinados a vivir juntos. Muchos no se regocijan en ello pero lo reconocen como un hecho».
Ya en 2019, los obispos católicos de Tierra Santa reconocían que la repetición «inútil» de este mantra «no ha servido de nada» y hablar de cualquier solución política «parece retórica vacía». Y, a pesar de que en sus pronunciamientos la Santa Sede parezca inasequible al desaliento, «muchos, tanto en ella como en la comunidad internacional en general, son conscientes de la desesperanza que reina sobre el terreno».
¿Con qué se podría reemplazar entonces esta propuesta? «No es el papel de la Iglesia proponer un sistema político», responde Neuhaus, pues más que un actor en el conflicto es «una voz profética desde las periferias». Sí lo es «insistir en ciertos principios inviolables que hace falta que este respete». Entre ellos, «hasta ahora se ha centrado mucho en la justicia y la paz, y quizá ha llegado el tiempo de insistir en la igualdad» entre todos los habitantes de Tierra Santa. Aunque dimana del hecho de que todos los seres humanos son creados «a imagen de Dios», en esta región alcanzarla «sigue siendo una lucha».
Posibles formatos
Sin poder hacer realidad la solución de dos estados, el jesuita cree que existen tres posibles formatos políticos. Uno sería Israel como «Estado etnocéntrico, judío». Pero dentro de las fronteras reconocidas de este país «casi una cuarta parte de la población es no judía». En todos los territorios que controla, son la mitad. En ese Israel, alertaba recientemente el filósofo israelí Yuval Harari, habría ciudadanos de segunda clase —los israelíes de origen palestino, con derechos parciales— y de tercera —los palestinos de los territories ocupados, sin derechos—.
Por otro lado, «algunos palestinos sueñan con un único Estado que sea islámico, en el que los musulmanes tengan el control y los demás, incluidos los musulmanes no religiosos», estén sometidos a «distintos grados de subordinación». Frente a estas dos propuestas, «el único Estado al que los cristianos y todas las personas de buena voluntad podrían aspirar es a uno en el que todos sean tratados como ciudadanos plenos con los mismos derechos y deberes».
En la situación actual, la propuesta tampoco parece muy realista. Pero Neuhaus afirma que existen elementos con los que se puede trabajar para avanzar hacia ella, o hacia cualquier hipotético modelo que haga hincapié en la igualdad. Uno es el hecho de que «desde 1948 dos millones de palsetinos son ciudadanos israelíes». Otro, que buena parte de la población judía de Israel «proviene del mundo árabe y sus antepasados hablaban árabe».