La siembra de la Palabra - Alfa y Omega

La siembra de la Palabra

Domingo de la 15ª semana de tiempo ordinario / Mateo 13, 1-9

Juan Antonio Ruiz Rodrigo
El sembrador de Jan van’t Hoff. Foto: Gospelimages.com / Jan van’t Hoff.

Evangelio: Mateo 13, 1-9

Aquel día, salió Jesús de casa y se sentó junto al mar. Y acudió a él tanta gente que tuvo que subirse a una barca; se sentó y toda la gente se quedó de pie en la orilla. Les habló muchas cosas en parábolas:

«Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, una parte cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se la comieron. Otra parte cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra, y como la tierra no era profunda brotó enseguida; pero en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó. Otra cayó entre abrojos, que crecieron y la ahogaron. Otra cayó en tierra buena y dio fruto: una, ciento; otra, sesenta; otra, treinta. El que tenga oídos, que oiga».

Se le acercaron los discípulos y le preguntaron: «Por qué les hablas en parábolas?». Él les contestó: «A vosotros se os han dado a conocer los secretos del reino de los cielos y a ellos no. Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. Por eso les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender. Así se cumple en ellos la profecía de Isaías:

“Oiréis con los oídos sin entender; miraréis con los ojos sin ver; porque está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrado los ojos; para no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo los cure”. Pero bienaventurados vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen. En verdad os digo que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron. Vosotros, pues, oíd lo que significa la parábola del sembrador: si uno escucha la palabra del reino sin entenderla, viene el Maligno y roba lo sembrado en su corazón. Esto significa lo sembrado al borde del camino. Lo sembrado en terreno pedregoso significa el que escucha la palabra y la acepta enseguida con alegría; pero no tiene raíces, es inconstante, y en cuanto viene una dificultad o persecución por la palabra, enseguida sucumbe. Lo sembrado entre abrojos significa el que escucha la palabra; pero los afanes de la vida y la seducción de las riquezas ahogan la palabra y se queda estéril. Lo sembrado en tierra buena significa el que escucha la palabra y la entiende; ese da fruto y produce ciento o sesenta o treinta por uno».

Comentario

El Evangelio de este domingo se podría concentrar en cuanto a su enseñanza en el tema de la Palabra de Dios. Es el eje de este pasaje evangélico y, por lo tanto, la conversación que haremos por el camino con nuestro Señor para llegar al atardecer a sentarnos a la mesa y reconocerlo al partir el pan. Es el Evangelio de la barca y la parábola. La multitud se acerca a Jesús y Él se sube a una barca, con cierta distancia, desde donde puede hablar y le pueden escuchar mejor. La predicación y la escucha requieren condiciones que hay que cuidar.

Entonces Jesús les cuenta la parábola del sembrador que sale a echar simiente. Se sitúa en un contexto. Es justamente después del fracaso de la predicación de Jesús en Galilea, de su maldición a las ciudades del lago porque no encuentra en ellas ningún signo de conversión. ¿Cómo puede fracasar la Palabra de Dios si Jesús es la Palabra? Precisamente esta parábola es una explicación de por qué la Palabra de Dios fracasa. La Palabra no es un monólogo sino una conversación. Si la persona a la que se dirige está sorda y no la escucha, o no está en condiciones de recibirla, entonces la conversación no se genera y la Palabra en ese momento es inútil. Por tanto, es una llamada a roturar nuestra tierra, a limpiarla, a prepararla, a abrirla, para que no sea una costra impenetrable.

Jesús habla del camino, el pedregal y las hierbas malas. Son tres realidades que no permiten el nacimiento o el crecimiento de la semilla. El camino es el símbolo de la superficialidad, que es vivir en la superficie sin sumergirse en los acontecimientos profundos de la vida. Es quedarse en las impresiones sin que estas penetren en nuestro interior. Cuando no hemos desarrollado nuestro corazón y nuestra hondura, cuando no hemos ejercitado la reflexión y el silencio, aparece la superficialidad. Arañamos la vida, pero no metemos la mano en el costado de Cristo. La persona tiene que ser una casa, un hogar, que tiene una puerta que se abre para el que llama, si es la persona adecuada. Pero no puede ser un lugar abierto de par en par por donde entran y salen todos, a cualquier hora. Si vivimos en la superficie la semilla no brota, porque no tiene suelo.

El pedregal. Hace que la primera capa de tierra esté oprimida, que tenga encima el peso y el lugar de las piedras. Hay tierra, no es un camino. No hay costra. La semilla llega, prende y hasta germina. Pero en cuanto empieza a crecer se encuentra con que el pedregal lo impide. Esta falta de raíces podría ser ese vivir únicamente el presente, que hoy practica mucha gente. Es no pensar en el mañana. Lo importante es ganar dinero para disfrutar el momento o llenar cada día los vacíos afectivos, sin necesidad de compromisos. Esto es propio del huérfano, el que no tiene pasado: no ha heredado un afecto de siglos o él mismo lo ha roto. Y, por tanto, no se atreve a hacer futuro: basta el presente. Quien vive el presente puede recibir la Palabra y hasta llegar a emocionarse. Pero al día siguiente no hay nada. Esa falta de raíces impide ciertamente que la Palabra se desarrolle.

Las hierbas malas. Nosotros por el pecado que invade el mundo y por nuestra fragilidad somos a veces esclavos de deseos que no están purificados y orientados al gran deseo: el deseo de Dios. Son pequeños deseos de presente para llenar una pequeña necesidad o un anhelo. ¿Cómo va a crecer así la Palabra? Cuando las tendencias descontroladas y los malos deseos nos dominan, ¿cómo vamos a abrir de verdad el corazón a la Palabra divina?

Es necesario preparar la tierra. También hace falta el tiempo. El camino no tiene por qué ser siempre camino, el pedregal no tiene por qué ser siempre pedregal y las hierbas malas no tienen que estar siempre en el campo y estorbar a la siembra. Dios cuenta con el tiempo. Si no tenemos capacidad plena de acoger la Palabra divina, si vemos que en nosotros hay una excesiva superficialidad, una falta de raíces, de consistencia interior, si descubrimos demasiadas hierbas malas en nuestra vida, ¿por qué no empezamos un camino de oración, de ascesis y de buscar lo bueno? ¿Por qué no intentamos superarnos poco a poco? El desierto se puede convertir en un vergel.

Dios nos da tiempo. Somos responsables, junto con Dios, de un proceso de crecimiento, de apertura, de arrepentimiento, de superación. La Palabra de Dios es creadora, es eficaz, puede cambiar todo. Pero va dirigida a alguien: a mí. Soy persona, soy libre. Pero al mismo tiempo estoy condicionado por mi historia, por el entorno donde me muevo, por las noticias que llegan, por los actos de libertad que he hecho antes… Hagamos examen, evaluemos el tipo de tierra que somos y pidamos consejo. Y poco a poco abramos el corazón. Cuando la Palabra empieza a penetrar la tarea se va haciendo más fácil y más profunda, la libertad honda crece, el corazón se va abriendo y un día la Palabra divina que llega logra todo su efecto, toda su eficacia.