La sabiduría de los pequeños - Alfa y Omega

La sabiduría de los pequeños

Alfa y Omega
Virgen con el Niño (mosaico). Basílica de Santa Práxedes: Roma.

Llegaba del trabajo a casa cansado y con problemas; tampoco le faltaban a su mujer y se pusieron a discutir, generando malestar a su alrededor… «¿Podemos rezar el Rosario?», dijo uno de los hijos. Toda la familia tenía ya la experiencia de los frutos de su rezo diario. Como dijo Benedicto XVI en el santuario de Pompeya, en 2008, «el Rosario es escuela de contemplación y silencio. A primera vista, podría parecer una oración que acumula palabras, y por tanto difícilmente conciliable con el silencio que se recomienda justamente para la meditación y la contemplación. En realidad, esta cadenciosa repetición del Avemaría no turba el silencio interior, sino que lo busca y alimenta. El silencio aflora a través de las palabras, no como un vacío, sino como una Presencia». En aquella casa, una vez más, se hizo la paz y brotó la alegría.

«Tu madre y tus hermanos están fuera y quieren verte»: así cuenta el evangelista san Lucas que le avisaron los discípulos a Jesús, mientras predicaba. Y Él respondió: «Mi madre y mis hermanos son éstos: los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen». Respuesta semejante a la que dio, según relata más adelante el mismo evangelista, a la mujer «de entre el gentío, que alzando la voz le dijo: ¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron!» Jesús la corrigió del mismo modo: «Mejor, dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen».

El pasado 25 de marzo, fiesta de la Anunciación del Señor, se cumplían 25 años de la encíclica Redemptoris Mater, de Juan Pablo II. A aquel 1987 lo había proclamado Año Mariano, justo «en el período que precede a la conclusión del segundo milenio del nacimiento de Cristo», y nos regaló la encíclica evocadora, sin duda, de la primera y programática Redemptor hominis. No podía ser de otro modo. ¿Cómo tendríamos al Redentor sin la Madre? ¿Y cómo podríamos ser redimidos sin acoger al Redentor tan plenamente como lo hizo la Madre? El Bienaventurado Papa, que no en vano llevaba en su escudo el lema Todo tuyo, dirigido a María, lo deja bien claro en la encíclica:

«La maternidad nueva y distinta, de la que Jesús habla a sus discípulos, concierne concretamente a María de un modo especialísimo. ¿No es María la primera entre los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen? Y por consiguiente ¿no se refiere, sobre todo a ella, aquella bendición pronunciada por Jesús en respuesta a las palabras de la mujer anónima? Sin lugar a dudas, María es digna de bendición por el hecho de haber sido para Jesús Madre según la carne, pero también y sobre todo porque ya en el instante de la Anunciación ha acogido la Palabra de Dios, porque ha creído, porque fue obediente a Dios, porque guardaba la palabra y la conservaba cuidadosamente en su corazón y la cumplía totalmente en su vida». No cabe mejor preámbulo para entender y valorar la oración del Rosario, a la que hoy, fiesta de María Auxiliadora, dedicamos el tema de portada.

En 2002, Juan Pablo II nos haría otro gran regalo mariano, su carta Rosarium Virginis Mariae, que su sucesor, en su primer mes del Rosario como Benedicto XVI, el 2 de octubre de 2005, nos invita, a toda la Iglesia, «a releer, y a poner en práctica sus indicaciones», añadiendo: «en el ámbito personal, familiar y comunitario». No es un consejo piadoso. Apunta al mismo centro del Evangelio, máxime cuando el Beato Juan Pablo II ya nos había regalado la incorporación de los misterios luminosos. «Guiados por la Madre celestial del Señor —explica el Papa—, fijamos nuestra mirada en el rostro del Redentor, para ser configurados con su misterio de gozo, de luz, de dolor y de gloria». Si Jesús señala a María para ser verdaderos discípulos, ella no deja de señalarle a Él: «Haced lo que Él os diga», y esto lo ha vuelto a tener muy presente Benedicto XVI al invitarnos, en la exhortación apostólica Verbum Domini, de 2010, «a promover entre los fieles, sobre todo en la vida familiar, el rezo personal y comunitario del santo Rosario, que recorre junto a María los misterios de la vida de Cristo, y que el Papa Juan Pablo II ha querido enriquecer con los misterios de la luz». En Redemptoris Mater, el Beato Juan Pablo II ya había dicho que «los misterios de Cristo son también, en cierto sentido, los misterios de su Madre, incluso cuando ella no está implicada directamente, por el hecho mismo de que ella vive de Él y por Él». Y al comienzo mismo de la carta apostólica, dice del Rosario que, «en la sobriedad de sus partes, concentra en sí la profundidad de todo el mensaje evangélico, del cual es como un compendio».

Ser cristiano, es decir, ser madre, y hermano, de Jesús, como Él mismo nos dijo, ¿acaso es otra cosa que vivirle a Él con María y como María? «¡Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra —así recoge el evangelio de san Mateo la oración de Jesús—, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños!», y en primerísimo lugar a María. ¡Cómo no mirarla e imitarla! ¿Acaso no es a Jesús, como vemos en la imagen que ilustra este comentario, a quien nos muestra? Es la sabiduría de los pequeños. La expone así Juan Pablo II, en Redemptoris Mater, al hablar de los iconos de la antigua Rusia, en los que «la Virgen resplandece como la imagen de la divina belleza, morada de la Sabiduría eterna, figura de la orante, prototipo de la contemplación, icono de la gloria: aquella que, desde su vida terrena, poseyendo la ciencia espiritual inaccesible a los razonamientos humanos, con la fe ha alcanzado el conocimiento más sublime».