La reina buena que a lo mejor no fue - Alfa y Omega

Se lo puso fácil a todos menos a los suyos. Ella era el granito; ellos, las rocas arenosas que se deshacen en la falda de la montaña. Cuando llueve, hay que dejarlas arrastrarse sin piedad, sabiendo que es la cumbre blanca lo que el pueblo contempla y desea admirar. Isabel II ha tenido la suerte —mitad genética, mitad disciplina— de envejecer sin encorvarse y sin perder volumen en su pelo. Que todo suma. La auctoritas también se nutre agarrando el bolso con soltura. Pero detrás deja una familia desmoronada que, por respeto a ella y por amor al propio rol, está sabiendo comportarse de manera ejemplar ante las cámaras de las exequias. También los príncipes de Gales iban juntos en el coche, ya separados, cuando los niños tenían función de fin de curso o algún partido importante.

La mujer hoy venerada por las masas y elogiada como icono feminista por las jóvenes británicas que hacen cola ante el mausoleo de Buckingham fue una persona enamorada de un compañero de vida leal y traicionero al mismo tiempo, que tuvo que aprender a gobernar desde su fe en Jesucristo, el único hombre que nunca la dejó sola. Y ahí radicó su fortaleza. Ella bebía de la memoria de su padre, del afecto discontinuo de su marido y del discernimiento frente a Dios. Pero, de alguna manera, construyó los afectos en forma de abanico. No supo poner la tela. De ella emanaba una relación particular con cada uno de sus hijos, y después con sus nietos, e incluso con su penúltima nuera —Sofía, la esposa de Eduardo, ha sido una hija pequeña sobrevenida en la vejez—, como una suerte de varillas que no se tocan entre sí. Es más, se repelen y rivalizan en la mayoría de los casos. En esa especie de ramo cercenado, sin membranas, solo se salva la cercanía de Carlos con su hermana. Ocupada en aglutinar cuatro naciones, la reina no logró hacer de los suyos una familia.

Y quizás eso no importe, en cuanto a herencia institucional se refiere. Apenas ha dado sus primeros pasos como monarca, pero el primogénito ha sabido dejar atrás la caricatura y el activismo ocioso. Ahora le toca demostrar que también reinventa el uso de su fortuna personal y fundaciones varias.

Isabel II lo ha hecho muy bien. Eso es indudable. Pero se ha ido del hotel sin firmar el check-out. Y el final definitivo de su biografía dependerá de la factura que deje Carlos III.

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