La racionalidad de la fe - Alfa y Omega

La racionalidad de la fe

Redacción

Debemos volver a la convicción de que aquello en lo que creemos, y de lo que todo lo demás se deriva, se encierra en estas tres palabras: Jesucristo ha resucitado. Es lo que los primeros cristianos llamaban el kerigma, es decir, el grito del heraldo que anunciaba al pueblo, por calles y plazas, las novedades más urgentes. Creo que la reevangelización de Occidente, que nos piden Juan Pablo II y Benedicto XVI, no es otra cosa que esto: no complejas doctrinas, sino el recomenzar por el kerigma, por la base que mantiene todo lo demás: volver a proclamar un sencillo y, a la vez, escandaloso Jesús es el Señor.

(…) Yo no quería convertirme al cristianismo, no quería ser cristiano, y menos aún católico, pero me vi obligado a ello por una evidencia interior de la que no pude escapar. ¿Fui víctima de una ilusión? El hecho es que la fe es una realidad sobrenatural que se encarna en un hombre concreto y que, por tanto, necesita la confirmación de la razón; el creer, para un ser humano debe presentarse como razonable. No puede haber —hoy menos que nunca— un reanuncio de la fe si, al mismo tiempo, no se muestra su razonabilidad. Los problemas a los que deben hacer frente hoy los católicos tienen a menudo una raíz inconfesada y, sin embargo, dramática: la pérdida de la fe, la reducción de Jesús a un maestro de moral; y del Nuevo Testamento, a una oscura mezcla de judaísmo y paganismo, de milagro y de mito, de esperanza escatológica y de compromiso secular. ¿Cuántos, en la Iglesia, nos ayudan a asegurarnos de que el cristiano no es, como se ha dicho recientemente, simplemente un cretino? También para esto podrá ser verdaderamente precioso este Pontificio Consejo para la Evangelización, cuyo presidente no es casualmente un especialista en Teología Fundamental, nombre alternativo de la Apologética.

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