La psicología, aliada de las vocaciones cristianas
Entramos en el Instituto de Psicología de la Universidad Gregoriana, fundado hace 51 años. Fue pionero en identificar una «zona gris» en el inconsciente que puede influir en el proceso de formación de los candidatos a curas y monjas
La psicología ha entrado con fuerza en los seminarios y los conventos de todo el mundo, y hoy es casi impensable concebir la formación del clero sin su ayuda. Pero hace 50 años, esta disciplina dormía en la sombra. El Instituto de Psicología de la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma fue pionero. «Su fundación, en 1971, constituyó una gran innovación con respecto al sistema de grados eclesiásticos vigente», asegura su presidente, el sacerdote Stanislaw Morgalla. La brillante intuición del jesuita Luigi Maria Rulla, que aparcó una prometedora carrera de cirujano para hacerse cura y estudiar con rigor el fenómeno de las vocaciones, fue determinante en su despegue. Regresó a Italia tras especializarse en el campo de la psiquiatría en universidades de Canadá y Estados Unidos, pero se topó con «muchas dificultades y obstáculos». Sin la ayuda del entonces general de la Compañía de Jesús, el padre Arrupe, hubiera sido imposible. «Fue él quien promovió el proyecto ante las autoridades eclesiásticas», explica Morgalla.
Las investigaciones de dos de los colaboradores del fundador del Instituto de Psicología —el sacerdote Franco Imoda y la monja Joyce Ridick— arrojaron una novedad asombrosa. Hay una zona gris en la formación vocacional que hasta entonces había pasado desapercibida. En palabras del padre Morgalla, «se trata de signos de inmadurez que están en la raíz tanto de los abandonos vocacionales como de las infidelidades de los que permanecen en ella». Si bien no se puede hablar «de pecado», debido a su carácter inconsciente, tampoco entran en el terreno de la psicoterapia en sentido estricto, «porque las personas no son tratadas por ninguna dolencia psicológica o patológica».
En definitiva, Rulla y sus colaboradores comprobaron cómo una persona sana y bien formada teológicamente puede encontrarse «bajo la influencia de motivaciones subconscientes que limitan significativamente su eficacia apostólica y, a menudo, incluso la perseverancia en la motivación».
En lenguaje evangélico, Morgalla clasifica esta inmadurez inconsciente como «una forma de fariseísmo». «Todos queremos seguir a Jesús, pero inconscientemente, a menudo, nos seguimos a nosotros mismos; buscamos satisfacer nuestros sueños de poder, valor y posesión. Esto es irreprochable, porque es inconsciente, pero no deja de influir significativamente en nuestro servicio al Reino de Dios». Y es aquí donde la psicología se vuelve crucial para el crecimiento espiritual. «Sin ella es difícil no solo mostrar a la persona estos fariseísmos, sino, sobre todo, desvelarlos y cambiarlos. Esto requiere una preparación muy específica y dirigida», asegura Morgalla. A partir de este paradigma, el Instituto de Psicología de la Gregoriana ha desarrollado un tipo de intervención psicoespiritual conocido como «entrevistas de crecimiento vocacional». «La psicología se utiliza aquí de forma positiva para concienciar sobre las limitaciones subconscientes de la persona. Nuestros estudiantes, durante dos o tres años, deben someterse a dicho ejercicio y luego, a su vez , pueden ayudar a otros», resume.
Por las aulas de este centro, que integra la dimensión espiritual y la psicológica en las actividades apostólicas y en la formación de las personas implicadas en la vocación cristiana, han pasado cerca de 600 alumnos. Un número discreto que se justifica en la excelencia. «Solo aceptamos a 15 personas al año, lo que garantiza la atención personal y especializada a cada uno», incide Morgalla que reconoce que no hay una «llave universal» para los diferentes contextos geográficos y culturales de la Iglesia.
El instituto cuenta a su vez con un centro de consulta donde se propone una cura adecuada ante la existencia de esta zona gris o «dimensión olvidada», como también se la conoce. «Nos dirigimos a las personas consagradas y a los sacerdotes que quieren conocerse mejor y descubrir, en primer lugar, sus propias inmadureces vocacionales, en las que, con nuestra ayuda, todavía pueden crecer y madurar. Pero cada vez más laicos que quieren vivir una vida cristiana más auténtica acuden al centro», señala. El padre Morgalla atesora una larga experiencia en el acompañamiento personal e incide en que uno de los retos de las vocaciones es «la cultura narcisista» latente.
«Todo el mundo quiere ser tratado como especial y único; todo el mundo tiende a querer ser el centro de atención», remacha. No obstante, asegura que esto puede ser también una oportunidad para la Iglesia: «Tenemos que saber responder a este narcisismo, lo que significa saber desarrollar relaciones profundas y fuertes para transmitir también el sentido de la vida cristiana».