«La prohibición de los ritos chinos te cortaba las alas»
La controversia sobre la incorporación a la liturgia de ritos de culto a los antepasados marcó la evangelización de Asia hasta hace poco. Las distintas órdenes fueron desarrollando respuestas variadas sobre cómo dialogar con una cultura a veces «resistente» al Evangelio
La controversia en torno a los ritos chinos es un ejemplo significativo de las dudas que históricamente ha suscitado la pregunta de cómo llevar el Evangelio a todas las culturas. «Yo he llegado a conocer a misioneros que en su día hicieron el juramento» que desde el siglo XVIII se exigía a quienes se dirigían a Oriente de no celebrar cultos en honor de los antepasados. Habla el dominico Miguel Ángel San Román, colaborador de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, que ha estado 41 años en Taiwán. «Eso te cortaba las alas, pues todo se hacía como en Occidente para evitar problemas».
La prohibición cesó en 1939. Pero no la reticencia. «Se había formado a misioneros y fieles en tener mucho cuidado con esas supuestas supersticiones, y durante décadas las han rechazado». Aunque se van abriendo paso y «en bastantes diócesis y parroquias se celebra una Misa por el año nuevo chino y una oración por los antepasados en un altar para ello, en otras aún no». En Vietnam, los obispos han publicado hace poco unas orientaciones sobre cómo abordar esta cuestión.
Un Evangelio occidentalizado
San Román acaba de publicar el libro Formosa, campo de Dios (San Esteban Editorial). Cuenta la historia de la misión en Taiwán, llevada a cabo por españoles de la Orden de Predicadores hasta que, en 1950, empezaron a llegar otros misioneros expulsados de la China continental por el comunismo.
En entrevista con Alfa y Omega, lamenta que «la controversia de los ritos aún se presenta como una lucha de buenos y malos» entre los jesuitas, que promovieron la adaptación a la liturgia del culto a los antepasados; y su congregación o los franciscanos, que se opusieron. En su opinión, en ambas partes hubo mucha labor buena y «comportamientos impropios». Sí es cierto –reconoce– que en gran medida «la Iglesia ha evangelizado al tiempo que occidentalizaba. El Papa nos está exhortando a meditar el Evangelio para quedarnos con la médula y llevar eso, no un Evangelio occidentalizado».
Desde la Compañía de Jesús, Roberto Villasante, también exmisionero en Taiwán y otros países asiáticos, añade otro matiz: los mismos jesuitas se dividieron sobre la opción de Matteo Ricci (1552-1610) por esta forma de inculturación. El también sinólogo disiente de cierta tendencia a presentarlo como icono de la inculturación y el multiculturalismo: «Alguien con el Concilio de Trento en la cabeza no encaja en esa imagen. Él deseaba que todos los chinos se bautizaran. Y en sus cartas se ve que no le gustaba mucho el tema de los ritos. Creía que era algo transitorio que había que educar con paciencia. Él lo hacía, disuadiendo a los fieles de que en las tablillas ante las que rezaban no estaba el alma de su pariente», sino que estas eran una forma de orar por él.
«Experiencia piloto pionera»
Esta apuesta, junto con la de establecer un diálogo cultural con la elite confuciana, es fruto de lo que Villasante denomina la «experiencia piloto pionera» de los jesuitas al llegar a China, donde fueron los únicos misioneros durante 50 años. Hasta entonces, en las misiones se utilizaba la lengua del país que enviaba a los misioneros, que un local aprendía y traducía. La experiencia de san Francisco Javier en Japón lo cambió todo. Como su traductor utilizaba la expresión «el gran sol» para referirse a Dios, al santo le preocupaba «que la idea de Dios a la que habían asentido los conversos no coincidía con la que él quería transmitir».
Con esta vivencia en mente, al llegar a China los jesuitas adoptaron el idioma y conocieron la cultura. Y Ricci «vio que era imprescindible establecer unos rudimentos teológicos», un marco de referencia con las categorías necesarias para que cuando después se hablara de Cristo, esto «significara algo» y el Evangelio echara raíces.
Lo que ocurrió, sin embargo, fue que el rechazo de otros misioneros a los ritos chinos por considerarlos sincretistas fue percibido en China como desprecio. En una sociedad que valora mucho la armonía, también «escandalizó la división entre los cristianos». El conflicto fue escalando, hasta la prohibición eclesial de los ritos en 1704 y del cristianismo en China en 1724.
La inculturación de la cercanía
Las misiones dominicas en China y en Taiwán, en cambio, no se caracterizaron por el diálogo cultural o la inculturación, más allá del uso de la música con una población muy sensible a este arte, y que «hoy sigue cantando, traducidas, canciones religiosas españolas», explica San Román. El principal rasgo de sus misiones fue «una gran cercanía y convivencia. Así, los narizotas, como nos llamaban al principio, nos convertíamos en amigos y podíamos predicar». Cita al padre Juan Beovide, que a comienzos del siglo XX vivió muy austeramente «como uno más». «Diez años antes de morir, un ictus lo dejó postrado. Y siguió siendo párroco». Un catequista lo llevaba a cuestas a impartir los sacramentos. «El pueblo que ve eso va a acoger todo lo que diga ese hombre», subraya el dominico.
En la isla, Villasante ha constatado cómo las comunidades católicas «guardan la memoria de sus misioneros, gente santa, entregada, en la que apreciaban también algo que ellos no tienen: una cultura cristiana que antes en Europa se aprendía por mímesis». Son –añade– comunidades muy vivas, en las que «todos los fieles están implicados y se leen los textos de los Papas».
Pero apenas llegan al 2 % de la población. El jesuita reconoce que algunas culturas asiáticas son bastante resistentes al Evangelio. Se trata de civilizaciones –explica– con un desarrollo intelectual alto y con religiones de corte filosófico; pero que, a la vez, conviven con rasgos más primitivos, de una religiosidad «muy sincrética y clientelar». Su mentalidad ha contagiado a «algunas teologías asiáticas, que han cuestionado la mediación única y universal de Cristo porque afirmar la encarnación, ocurrida en un sitio concreto», se puede percibir como un desprecio a culturas más ricas y antiguas.
La línea que marca hasta dónde llegar en la inculturación por salvar esta distancia –añade el jesuita– «es muy porosa». «Hay gestos, como quemar palitos de incienso en vez de usar incensario, que se pueden incorporar» con un significado católico. Pero no es el fin último, y si bien los misioneros deben respetar y adaptarse a las culturas, «el cristianismo no ha dialogado con todos los elementos de todas ellas», recuerda. «A veces, se tiende a poner como absoluto la inculturación y la multiculturalidad; cuando lo absoluto debería ser la transmisión de la fe».
La evangelización de Asia ha sido una inquietud para los Papas. San Juan Pablo II la consideró un desafío para el tercer milenio. Francisco ya ha visitado cinco países de Extremo Oriente, y el martes 19 emprende su cuarto viaje a esta región, que lo llevará a Tailandia y Japón. Desde el país del sol naciente, el jesuita Juan Catert explica que el tocayo del Santo Padre, san Francisco de Asís, «es el santo más popular por ser amigo de la naturaleza, de los animales». El misionero ve en esta simpatía hacia el italiano la influencia del sintoísmo, la religión nativa del país, que es de corte animista. «Y lo utilizamos para evangelizar. Yo, por ejemplo, he escrito varios libros sobre él».
De Tailandia, el también jesuita Roberto Villasante subraya cómo a diferencia de los países colindantes es un país bastante anticomunista y liberal. «Allí se ha valorado la religión siempre. Sobre todo el budismo, pero las demás también. Aunque no hay muchas conversiones».