La paradoja cristiana - Alfa y Omega

La paradoja cristiana

Alfa y Omega

Sabiduría griega y paradoja cristiana es el título de un gran libro de Charles Moeller, que, sin duda, ilustra muy bien la celebración, que acaba de realizar Benedicto XVI, en su primer viaje apostólico de este año 2010, del 1.950 aniversario del naufragio, a causa de una terrible tormenta, que llevó a Pablo, y con él el cristianismo, a la isla de Malta: «Del naufragio, surgió para Malta la suerte de tener la fe», afirmó el Papa a los periodistas, durante el vuelo a la isla. Y añadió: «De este modo, podemos pensar también nosotros que los naufragios de la vida pueden formar parte del proyecto de Dios para nosotros, y pueden ser útiles para nuevos inicios de nuestra vida». Al llegar al aeropuerto, subrayaba la paradoja: «Algunos podrían pensar que la llegada de san Pablo a Malta, causada por un acontecimiento humanamente imprevisto, es un simple incidente de la Historia. Sin embargo, los ojos de la fe nos permiten reconocer aquí la obra de la providencia divina». No estaba planeado el viaje del Apóstol a Malta –dijo poco después el Santo Padre, al visitar la Gruta de San Pablo–; «los marinos pueden trazar una ruta, pero Dios, en su sabiduría y providencia, les marca su propio itinerario».

En el avión, Benedicto XVI iniciaba así sus palabras a los periodistas: «¡Nos deseamos buen viaje, sin esta nube oscura que sobrevuela parte de Europa!». La tormenta que hoy está causando el volcán de Islandia, como toda circunstancia de la vida, también los recientes terremotos en Haití, en Chile y en la inmensa China, ¿no es acaso ocasión providencial para un nuevo inicio? ¡Qué bien lo sintetizó en su homilía del domingo, en la Plaza de los Graneros, de Floriana!: «Nos sentimos tentados por la idea de que la avanzada tecnología de hoy puede responder a todas nuestras necesidades y nos salva de todos los peligros que nos acechan. Pero no es así. En cada momento de nuestras vidas dependemos completamente de Dios, en quien vivimos, nos movemos y existimos. Sólo Él nos puede proteger del mal, sólo Él puede guiarnos a través de las tormentas de la vida». La Iglesia lleva ya dos milenios viviendo esta experiencia. También hoy. Los cristianos de Malta son un buen ejemplo: «Sé que Malta ama a Cristo y ama a su Iglesia, que es su Cuerpo -adelantaba el Papa en sus palabras, durante el vuelo-, y sabe que, si bien este Cuerpo está herido por nuestros pecados, el Señor, sin embargo, ama a esta Iglesia, y su Evangelio es la verdadera fuerza que purifica y cura».

La purificación y la curación verdaderas, que cumplen ese deseo infinito de felicidad que constituye a todo ser humano, ¿quién puede darlas fuera de Cristo? Vale la pena fijarse en los cristianos de Malta: «El pueblo maltés –les dijo Benedicto XVI en la ceremonia de bienvenida–, iluminado durante casi dos milenios por las enseñanzas del Evangelio, y continuamente robustecido por sus raíces cristianas, está justamente orgulloso del papel indispensable que la fe católica ha desempeñado en el desarrollo de su nación». Y vale la pena atender aún más a la exhortación del Santo Padre, quien la hace sin duda pensando en toda la Iglesia: «Vuestra nación ha de continuar defendiendo la indisolubilidad del matrimonio como una institución natural y sacramental, así como la verdadera naturaleza de la familia, como ya lo está haciendo respecto a la sacralidad de la vida humana desde la concepción hasta la muerte natural; y también el verdadero respeto que se debe a la libertad religiosa».

Este reconocimiento del Papa va estrechamente unido a su advertencia a los jóvenes en el puerto grande de La Valeta –en la foto que ilustra este comentario, en el catamarán San Pablo, habla con algunos de ellos durante su traslado desde el Puerto de Kalkara–: «En el contexto de la sociedad europea, los valores evangélicos están llegando a ser de nuevo una contracultura, como ocurría en tiempos de san Pablo». Por eso, justo al ir a subir al avión de regreso a Roma, Benedicto XVI dejó a todos el mensaje de que «estos valores, inspirados en vuestra fe católica, son la brújula que os guiará en la búsqueda de un auténtico desarrollo integral… Nunca dejéis que vuestra verdadera identidad se vea comprometida por el indiferentismo o el relativismo». Nos esperan tormentas, ciertamente. Mas no nos dejemos engañar por la autosuficiencia de las tecnologías de última generación, y sigamos esa brújula que, paradójicamente, se hace más luminosa aún cuando mayor es la oscuridad del mundo.