En toda sociedad hay un lado sórdido que opera en los entresijos de la ciudad. Formado por hombres con una humanidad tan tibia que son capaces de enterrar la moral y la ética para venderse por un mísero puñado de billetes. O para sobrevivir, dirían algunos. Yo soy más de las que piensan que los grandes hombres, con corazón limpio, no han muerto de hambre. Haberlos hailos, como las meigas. Pero no nos engañemos. El lado oscuro del corazón impera en toda urbe. Aquí y allí. Porque puede haber continentes, razas, colores de piel y religiones. Pero la codicia, ¡ay amigos! La codicia es internacional. Ya lo dijo el autor del guión que nos ocupa, el brasileño Chico Buarque, en esa mítica canción que ha dado la vuelta al mundo: «Es la naturaleza, será, que será, que no tiene certeza ni nunca tendrá, lo que no tiene arreglo ni nunca tendrá». Es la naturaleza misma del ser humano, que antepone el dinero a los ideales. «Decide si quieres ser socialista o contrabandista. Las dos cosas no se pueden ser», dice Max Overseas, el malandro protagonista.

La peripecia fatal ocurre en Brasil, país de moda estos días por albergar un mundial de fútbol que, según muchos, ha servido para robar el pan de la boca de los pobres. Muchos estadios y poca sanidad pública, infraestructuras o educación. Vamos, una fiel representación de la eterna lucha entre el poder de unos y la miseria de otros. Otra vez la realidad supera a la ficción. Pero La ópera del malandro, aunque ficción, busca acercarse lo máximo posible a ese devenir de corrupción política y policial, de empresarios incoherentes y avariciosos, y de ladrones héroes, ejemplos a seguir por el vulgo inquieto. Y lo consigue. Aunque fuese escrita hace más de 40 años. Pero hay cosas que nunca cambian.
Son los años 40, en Río de Janeiro. Un magnate de los burdeles de ultratumba y un contrabandista recién llegado a puerto tienen deudas que saldar. Lo que no saben es que, mientras ellos litigan por un lado, la vida continúa por el otro. Y la hija del empresario se enamora del malandro contrabandista. La trama que aquí comienza nos viene dada en forma de canción. Con banda en directo, la samba y la Bossa Nova nos darán a conocer la historia de Max (Antonio Villa), su amada Teresinha (Muriel Sánchez) y una serie de personajes que aderezan el enredo.
Bravo por los actores, de la compañía Teatrodefondo. Tan pronto cantan –bravo Lola Dorado, vozarrón–, como bailan, como interpretan varios papeles durante las más de dos horas que dura esta ópera. Mención especial merece Geni, interpretado por Juan Bey, un transexual que desborda rabia y elegancia en uno de los mejores momentos de la obra –los pelos de punta, Juan, gracias–. Y por la directora, Vanessa Martínez, que hace virguerías para seguir un guión de lo más enrevesado.

Me despido con un pequeño pero. Ni qué decir que el guión, una adaptación de Buarque de la Ópera de los mendigos de John Gay o la Ópera de los tres centavos de Brecht es y ha sido un éxito durante años en Latinoamérica. Pero resulta, en ocasiones, algo complejo de digerir. Mucha dureza verbal -exagerada y en ocasiones innecesaria- en una obra de más de dos horas que a veces se hace lenta y complicada. No seré yo quien se aleje de la realidad ni quiera vivir en un cuento de hadas. Pero oye, la crudeza está ahí. Y hay quien busca digerirla y quien quiere, sencillamente, escuchar Bossa Nova. En La ópera del malandro encontrarán una curiosa mezcla de ambas.
★★★★☆
Teatro Fernán Gómez
Plaza de Colón, 4
Colón
OBRA FINALIZADA
