Un hombre solo y en la noche. Un extranjero. Con todas las resonancias que esa palabra posee en el francés original: extraño, diferente, aislado, ajeno…
Y la lluvia que no cesa, y la soledad que impulsa a abordar a un desconocido, en busca desesperada de compañía, con el deseo apremiante de expresarse, de ser escuchado, de sacar de lo más hondo un torbellino de palabras. Esas palabras que para Bernard-Marie Koltès, el autor de esta pequeña obra maestra, son “lanzas disparadas a diestro y siniestro, resonancias vacías en unos espacios tan concretos, expresando (ocultando) la angustia de la soledad y de la imposible huida”.
Un teatro que recupera el poder de la palabra, de una palabra que de manera envolvente, hipnótica, se va apoderando de un público que termina por convertirse en ese personaje al que el extranjero quiere retener con un soliloquio febril y circular, en el que el ritmo de las palabras te va seduciendo hasta atraparte.
Y la noche, la noche como espacio en el que se borran los límites, en el que pululan los seres indefensos, diferentes, que se rebelan contra el orden establecido, que se mueven a la deriva, ligeros de cargas impuestas por una sociedad enferma. Seres a los que “la menor corriente de aire arrastra y se los llevaría volando”. Que se defienden, con su otro modo de vivir, de ese “pequeño clan de hijos de puta tecnócratas que deciden”.
Unidad de espacio y de tiempo en la lluviosa noche. Desnudando de todo artificio el discurso, que fluye en tiempo real. Recreando ese espacio que no es otro que el profundo abismo al que todos, tarde o temprano, terminamos asomándonos.
Un espacio escénico pequeño, que le permite al crítico sentir la respiración del actor, en una intimidad que roza lo impúdico, en el sentido de vernos forzados a compartir, a pocos metros de distancia, hasta el más hondo recoveco del interior del personaje, que implora nuestra atención y nuestra mirada.
Y un actor, José Gonçalo Pais, que sencillamente está soberbio. Se entrega por entero a su personaje, se ofrece sin red a los espectadores, nos proporciona el regalo de sí mismo, sin reservas, y el público se lo agradece con una cerrada ovación.
Puede estar muy satisfecho César Barló con su propuesta escénica. Y este crítico recomienda encarecidamente que no se la pierdan. Eso sí, si entienden el teatro como una alternativa de ocio más para pasar el rato, no vayan a verla, por favor. Si aman el teatro y la vida, y desean zambullirse en una experiencia transformadora tienen una cita en ese magnífico espacio de creatividad que es el Teatro de la puerta estrecha.
★★★★☆
Teatro de la puerta estrecha
Calle del Amparo, 94
Lavapiés, Embajadores
OBRA FINALIZADA