La muchacha que aprendió a arrodillarse - Alfa y Omega

La muchacha que aprendió a arrodillarse

Conocer los diarios de Etty Hillesum es tener garantizada una amistad de por vida. El Papa Benedicto XVI habló de ella en su primera audiencia general, tras anunciar su renuncia. En el contexto de la conversión cuaresmal, el Papa instó a propiciar en nuestro ser una profunda hambre de Dios, y justo en ese momento habló de nuestra judía holandesa, que murió en Auschwitz, poco después de dejar escrito: «Dios no nos debe ninguna explicación, pero nosotros se la debemos a Él»

Javier Alonso Sandoica
Etty Hilesum. Foto: ‘The dream digger’

El caso de Etty es el ejemplo vivo de una mujer muy joven que busca a Dios con un entusiasmo feroz. Escribió su diario en los peores momentos de la historia del siglo XX, entre 1941 y 1943, cuando los nazis habían ocupado Holanda y andaban organizando la deportación de los judíos a Polonia. Y en esa circunstancia profundamente adversa, intuye que el sentido de la vida no es la vida misma, y empieza a ponerse de rodillas ante Dios y a entregarse enteramente. «Quiero describir este proceso en todas sus fases, cómo la muchacha que soy aprendió a arrodillarse», escribe. Llegó a decir, mucho más adelante, que ponerse de rodillas para hablar con Dios era el gesto más profundamente humano. Y, literalmente, lo hacía como podía. En aquella casa en la que vivían muchas personas hacinadas, ella hablaba con Dios sobre la austera alfombra de coco de un baño desordenado.

Julius Spier, experto en lectura de manos y discípulo de Jung, fue el detonante de su viaje interior; le enseñó la fe cristiana a través de sus obras más significativas. Le sugirió que tuviera siempre cerca la Biblia, el Kempis y a san Agustín. Etty era aguda, una joven con la cabeza llena de proyectos y un lote extravagante de fantasías, pero no tenía amarres, en ella no nacía una melodía interior, vivía sin anclajes. Y, de repente, se abrió a Dios de par en par.

Hay una palabra que ella escribe en alemán en el original: hineinhorchen (oír el interior). Se puso a escuchar la voz de la conciencia, esa que anda más allá de las apetencias y los juicios. Dejó escrito que, después de la Primera Guerra Mundial, con la Segunda no se podía reivindicar una solución exclusivamente política, sino un cambio interior: «No veo otra solución que adentrarse dentro de sí mismo y exterminar toda esta corrupción. No creo que podamos mejorar en algo el mundo exterior, mientras no hayamos mejorado primero nuestro interior». Por eso, cuando todos sus contemporáneos desean la muerte de los nazis ocupantes, ella, que ya empezaba a estar muy unida a su Señor y con Él dialogaba, escribe: «El problema de nuestra época es el profundo odio a los alemanes, que envenena la propia alma».

Para Etty, si Dios es el huésped del mejor rincón de la casa del alma, uno no puede por menos que andar en estado de conversación y búsqueda de fragmentos de Dios en el alma de los más cercanos. Cuando muchos reprochan a Dios su silencio por el horror de las deportaciones, Etty escribe: «Dios no nos debe ninguna explicación, pero nosotros se la debemos a Él. Según las últimas noticias, todos los judíos serán deportados de Holanda a Polonia. Una emisora de radio inglesa dijo que, desde el año pasado, habían muerto 700.000 judíos en Alemania y en los países ocupados. Y, aun así, no me parece que la vida no tenga sentido. Dios tampoco nos debe una explicación por los sinsentidos que nos causamos nosotros mismos. ¡Nosotros le debemos una explicación!».

Donde sabemos más de su alma es en la oración que deja por escrito, el 12 de julio de 1942: «Dios, te prometo una cosa: no haré que mis preocupaciones por el futuro pesen como un lastre en el día de hoy. Lo único que tiene importancia en estos tiempos: salvar un fragmento de Ti en nosotros. Hay gente que en el último instante, antes de ser deportados, ponen el aspirador y los cubiertos de plata a buen recaudo, en lugar de a Ti, mi Señor. Tú también vivirás pobres tiempos en mí, en los que no estarás alimentado por mi confianza. Pero créeme, seguiré trabajando por Ti, y te seré fiel, y no te echaré de mi interior».