Hace unos días estuvimos de visita en el Centro Indígena de Formación de Surumu. Aunque, en el fondo, uno no se siente de visita aquí. Este centro forma parte de nuestra biografía como familia y como misioneros, y nosotros nos sentimos parte de él. Es el local donde llegamos por primera vez hace 18 años y donde se bautizó nuestro primer hijo; el lugar donde aprendimos a dar los primeros pasos en el trabajo con los pueblos indígenas. En este centro, jóvenes indígenas de toda Roraima estudian Educación Secundaria y Agroecología, colocando en diálogo saberes tradicionales y nuevos conocimientos. Pero, sobre todo, el centro les proporciona un espacio donde comenzar a ejercer el sentido de liderazgo y de servicio. Dos meses en el centro, dos meses actuando en la comunidad, es la pedagogía de la alternancia que da sentido a la propuesta: estudiar para volver a la comunidad y multiplicar lo aprendido, fortaleciendo a las familias y dando continuidad a la historia de lucha por la tierra que escribieron sus padres y sus abuelos.
Aquí aprendimos también que la misión pasa, ineludiblemente, intrínsecamente, por abrazar el conflicto. En 2005, apenas unos meses después de que el Gobierno brasileño hubiese reconocido esta tierra como una tierra indígena, de uso exclusivo de las comunidades, los grandes terratenientes que debían salir de allí respondieron violentamente y mandaron prender fuego de madrugada a todo el Centro de Formación de Surumu. No hubo daños personales, pero aún hoy los edificios presentan los impactos de aquel fuego criminal. Aquellos días, en medio de las brasas aún vivas, jóvenes alumnos y sus comunidades decidieron continuar allí, estudiando, a pesar de todo, como forma de resistencia y de firmeza, con una profundidad ética y espiritual impresionante.
Hoy, muchos de los jóvenes que pasaron por Surumu son líderes de sus aldeas y organizaciones, padres y madres de familia. Mientras tanto, el centro sigue funcionando. Nuevos alumnos, nuevos plantíos. Después de casi 15 años todavía hay muchas cosas que recuperar y la estructura debe ser aún reformada; pero lo que está intacto es el sentido de continuar, siempre en pie, tejiendo los hilos de la historia de sus pueblos. Canta Silvio Rodríguez que «solo el Amor alumbra lo que perdura», y es cierto. Y lo que perdura consigue transformar la Historia.