La memoria de su pasado dará a Polonia «fuerza y serenidad» frente a los retos actuales
La gestión de los procesos migratorios y lograr el crecimiento económico y demográfico son algunos de los retos actuales a los que se enfrenta Polonia. En el primer acto de su viaje, el Papa le ha pedido que haga frente a ellos con la esperanza y la serenidad que nacen de la memoria de su historia milenaria
A la luz de los principios cristianos, Polonia puede avanzar en medio de nuevas situaciones «llena de confianza y esperanza». Lo ha afirmado el Papa Francisco en el encuentro con las autoridades civiles en el castillo de Wawel.
En su primer discurso en Polonia, donde ha viajado para participar en la Jornada Mundial de la Juventud de Cracovia, Francisco ha alabado el sentido de la memoria del pueblo polaco. Esta «conciencia de una identidad, libre de complejos de superioridad, es indispensable» para una nación. El Santo Padre distinguió entre «dos tipos de memoria: una buena», como la de la Virgen María en el Magnificat, y una mala, «que fija obsesivamente la atención de la mente y el corazón en el mal, sobre todo el cometido por otros».
El Papa ha afirmado que Polonia ha sabido hacer buena memoria. Ha citado la celebración del 1050º aniversario del bautismo de la nación; el 50º aniversario del perdón mutuo entre el episcopado alemán y el polaco, y la declaración conjunta entre la Iglesia católica polaca y la ortodoxa rusa. Para seguir cultivando esta buena memoria, hace falta «una firme confianza y esperanza en Aquel que guía los destinos de los pueblos».
Nuevos retos: inmigración y natalidad
Así, Polonia tendrá «fuerza y serenidad para afrontar los retos» actuales, de forma que el respeto a la dignidad de la persona conforme todas las actividades: la economía, la relación con el medio ambiente y la gestión de los movimientos migratorios, tanto la salida de polacos a otros países como la llegada de inmigrantes.
En este último caso –ha subrayado el Santo Padre– es necesario «un suplemento de sabiduría para superar los temores y hacer el mayor bien posible». Por eso, Francisco pidió «disponibilidad para acoger a cuantos huyen de las guerras y del hambre, y solidaridad con los que son privados de sus derechos fundamentales», como la libertad religiosa.
La esperanza que nace de esta memoria milenaria favorece también «un clima de respeto entre los componentes de la sociedad» y crea «las mejores condiciones para el crecimiento civil, económico y demográfico», de forma que las políticas sociales a favor de la familia «sean más eficaces». «La vida siempre debe ser acogida y protegida, ambas cosas, desde la concepción hasta la muerte natural».
Una JMJ muy especial
En su discurso, el presidente polaco, Andrzej Duda, ha recordado que Cracovia ha sido «la capital histórica de Polonia», y también la de «un gran polaco, san Juan Pablo II». Que la ciudad del iniciador de las JMJ acoja ahora una de estas jornadas «hace que este encuentro tenga un significado muy especial», que es «sobre todo espiritual».
«Cuando vino por primera vez a Polonia, Juan Pablo II pidió que descendiera el Espíritu Santo y renovara la faz de la tierra». Desde entonces, «Polonia ha conocido una gran renovación política». Sin embargo, «mirando a lo que sucede ahora, también hoy necesitamos que descienda el Espíritu Santo» y renueve «toda la tierra».
Señor presidente,
distinguidas autoridades,
miembros del cuerpo diplomático,
rectores magníficos,
señoras y señores:
Saludo con deferencia al Señor Presidente y le agradezco la generosa acogida y sus amables palabras. Me es grato saludar a los distinguidos miembros del Gobierno y del Parlamento, a los Rectores universitarios, a las autoridades regionales y municipales, así como a los miembros del cuerpo diplomático y demás autoridades presentes. Es la primera vez que visito la Europa centro-oriental y me alegra comenzar por Polonia, que ha tenido entre sus hijos al inolvidable san Juan Pablo II, creador y promotor de las Jornadas Mundiales de la Juventud. A él le gustaba hablar de una Europa que respira con dos pulmones: el sueño de un nuevo humanismo europeo está animado por el aliento creativo y armonioso de estos dos pulmones y por la civilización común que tiene sus raíces más sólidas en el cristianismo.
El pueblo polaco se caracteriza por la memoria. Siempre me ha impresionado el agudo sentido de la historia del Papa Juan Pablo II. Cuando hablaba de los pueblos, partía de su historia para resaltar sus tesoros de humanidad y espiritualidad. La conciencia de identidad, libre de complejos de superioridad, es esencial para organizar una comunidad nacional basada en su patrimonio humano, social, político, económico y religioso, para inspirar a la sociedad y la cultura, manteniéndolas fiel a la tradición y, al mismo tiempo, abiertas a la renovación y al futuro. En esta perspectiva, han celebrado recientemente el 1050 aniversario del Bautismo de Polonia. Ha sido ciertamente un momento intenso de unidad nacional, confirmando cómo la concordia, aun en la diversidad de opiniones, es el camino seguro para lograr el bien común de todo el pueblo polaco.
También la cooperación fructífera en el ámbito internacional y la consideración recíproca maduran mediante la toma de conciencia y el respeto de la identidad propia y de los demás. No puede haber diálogo si cada uno no parte de su propia identidad. En la vida cotidiana de cada persona, como en la de cada sociedad, hay, sin embargo, dos tipos de memoria: la buena y la mala, la positiva y la negativa. La memoria buena es la que nos muestra la Biblia en el Magnificat, el cántico de María que alaba al Señor y su obra de salvación. En cambio, la memoria negativa es la que fija obsesivamente la atención de la mente y del corazón en el mal, sobre todo el cometido por otros. Al mirar vuestra historia reciente, doy gracias a Dios porque habéis sabido hacer prevalecer la memoria buena: por ejemplo, celebrando los 50 años del perdón ofrecido y recibido recíprocamente entre el episcopado polaco y el alemán tras la Segunda Guerra Mundial. La iniciativa, que implicó inicialmente a las comunidades eclesiales, desencadenó también un proceso social, político, cultural y religioso irreversible, cambiando la historia de las relaciones entre los dos pueblos. En este sentido, recordemos también la Declaración conjunta entre la Iglesia Católica en Polonia y la ortodoxa de Moscú: un gesto que dio inicio a un proceso de acercamiento y hermandad, no sólo entre las dos Iglesias, sino también entre los dos pueblos.
La noble nación polaca muestra así cómo se puede hacer crecer la memoria buena y dejar de lado la mala. Para esto se requiere una firme esperanza y confianza en Aquel que guía los destinos de los pueblos, abre las puertas cerradas, convierte las dificultades en oportunidades y crea nuevos escenarios allí donde parecía imposible. Lo atestiguan precisamente las vicisitudes históricas de Polonia: después de la tormenta y de la oscuridad, vuestro pueblo, recobrada ya su dignidad, ha podido cantar, como los israelitas al regresar de Babilonia: «Nos parecía soñar: […] Nuestra boca se llenaba de risas, la lengua de cantares» (Sal 126, 1-2). El ser conscientes del camino recorrido, y la alegría por las metas logradas, dan fuerza y serenidad para afrontar los retos del momento, que requieren el valor de la verdad y un constante compromiso ético, para que los procesos decisionales y operativos, así como las relaciones humanas, sean siempre respetuosos de la dignidad de la persona. Todas las actividades están implicadas: la economía, la relación con el medio ambiente y el modo mismo de gestionar el complejo fenómeno de la emigración.
Esto último requiere un suplemento de sabiduría y misericordia para superar los temores y hacer el mayor bien posible. Se han de identificar las causas de la emigración en Polonia, dando facilidades a los que desean regresar. Al mismo tiempo, hace falta disponibilidad para acoger a los que huyen de las guerras y del hambre; solidaridad con los que están privados de sus derechos fundamentales, incluido el de profesar libremente y con seguridad la propia fe. También se deben solicitar colaboraciones y sinergias internacionales para encontrar soluciones a los conflictos y las guerras, que obligan a muchas personas a abandonar sus hogares y su patria. Se trata, pues, de hacer todo lo posible por aliviar sus sufrimientos, sin cansarse de trabajar con inteligencia y continuidad por la justicia y la paz, dando testimonio con los hechos de los valores humanos y cristianos.
A la luz de su historia milenaria, invito a la nación polaca a mirar con esperanza hacia el futuro y a las cuestiones que ha de afrontar. Esta actitud favorece un clima de respeto entre todos los componentes de la sociedad, y un diálogo constructivo entre las diferentes posiciones; además, crea mejores condiciones para un crecimiento civil, económico e incluso demográfico, fomentando la confianza de ofrecer una buena vida a sus hijos. En efecto, ellos no sólo deberán afrontar problemas, sino que disfrutarán de la belleza de la creación, del bien que podamos hacer y difundir, de la esperanza que sepamos infundirles. De este modo, serán aún más eficaces las políticas sociales en favor de la familia, el primer y fundamental núcleo de la sociedad, para apoyar a las más débiles y las más pobres, y ayudarlas en la acogida responsable de la vida. La vida siempre ha de ser acogida y protegida –ambas cosas juntas: acogida y protegida– desde la concepción hasta la muerte natural, y todos estamos llamados a respetarla y cuidarla. Por otro lado, es responsabilidad del Estado, de la Iglesia y de la sociedad acompañar y ayudar concretamente quienquiera que se encuentre en situación de grave dificultad, para que nunca sienta a un hijo como una carga, sino como un don, y no se abandone a las personas más vulnerables y más pobres.
Señor Presidente, la nación polaca puede contar, como ha ocurrido a lo largo de su dilatada historia, con la colaboración de la Iglesia Católica, para que, a la luz de los principios cristianos que han inspirado y forjado la historia y la identidad de Polonia, sepa avanzar en su camino en las nuevas condiciones históricas, fiel a sus mejores tradiciones y llenos de confianza y esperanza, incluso en los momentos más difíciles.
Le renuevo mi agradecimiento y expreso, a usted y a todos los presentes, mis mejores deseos de un sereno y provechoso servicio al bien común.
Que Nuestra Señora de Częstochowa bendiga y proteja a Polonia.