La marcha de Jesús - Alfa y Omega

La marcha de Jesús

Martes de la 6ª semana de Pascua / Juan 16, 5-11

Carlos Pérez Laporta
Foto: DALL.E.

Evangelio: Juan 16, 5-11

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«Ahora me voy al que me envió, y ninguno de vosotros me pregunta: “¿Adónde vas?”. Sino que, por haberos dicho esto, la tristeza os ha llenado el corazón. Sin embargo, os digo la verdad: os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito. En cambio, si me voy, os lo enviaré. Y cuando venga, dejará convicto al mundo acerca de un pecado, de una justicia y de una condena. De un pecado, porque no creen en mí; de una justicia, porque me voy al Padre, y no me veréis; de una condena, porque el príncipe de este mundo está condenado».

Comentario

Jesús quiere transformar nuestra tristeza —cualquiera que sea— haciéndonos descubrir su presencia: por haberos dicho que me voy «la tristeza os ha llenado el corazón». La lejanía aparente de Cristo ya nos entristece por sí misma, porque Cristo es nuestra alegría; pero, además, esa tristeza puede llenarlo todo si en los problemas de la vida no nos sabemos cerca de Él.

Por eso nos enseña a reconocerle presente en esa aparente separación que es su marcha: «Ahora me voy al que me envió, y ninguno de vosotros me pregunta: “¿Adónde vas?”». Saber dónde va, tener la mirada fija en su destino, es el primer paso para reconocerlo. «Me voy al Padre y no me veréis». Al reconocer ese destino, nace la fe, podemos creer que Él esta con el Padre. Es por eso que esa marcha nos conviene y nos salva: «Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito. En cambio, si me voy, os lo enviaré». Si Cristo, con toda su humanidad resucitada está con el Padre, su presencia todo lo inunda en el Espíritu: allí donde estemos nosotros estará Él, de forma mucho más íntima y plena, porque el Espíritu alcanza toda nuestra vida sin límites y entra en lo más íntimo. De alguna manera lo describió Pedro Salinas en su poema Presencia eterna:

«No importa que no te tenga,
no importa que no te vea.

[…]

Estar a mi lado
te pedía antes;
sí, junto a mí, sí,
sí, pero allí fuera.

[…]

Lo que ahora te pido
es más, mucho más,
que beso o mirada:
es que estés más cerca
de mí mismo, dentro.

[…]

Lo que yo te pido
es sólo que seas
alma de mi ánima,
sangre de mi sangre
dentro de las venas.

Es que estés en mí
como el corazón
mío que jamás
veré, tocaré,
y cuyos latidos
no se cansan nunca
de darme mi vida
hasta que me muera.

Como el esqueleto,
el secreto hondo
de mi ser, que sólo
me verá la tierra,
pero que en el mundo
es el que se encarga
de llevar mi peso
de carne y de sueño,
de gozo y de pena
misteriosamente
sin que haya unos ojos
que jamás le vean.

Lo que yo te pido
es que la corpórea
pasajera ausencia
no nos sea olvido,
ni fuga, ni falta:
sino que me sea
posesión total
del alma lejana,
eterna presencia.