Escribir sobre alguien es una manera de estar con esa persona, y dibujarla debe de ser tres cuartos de lo mismo. Cuando a François Schuiten se le muere su perro una mañana de agosto, se dedica a dibujarlo sin parar hasta la medianoche. A partir de ese momento lo hará una vez al día, todos los días, pase lo que pase. En lugar de disfrutar de su compañía durante el paseo diario, lo hará mientras lo dibuja. Para retenerlo algo más y para atrapar los recuerdos antes de que se desvanezcan. Porque olvidamos demasiado rápido, aunque no queramos, y por más que sepamos que ese olvido es el único modo de reponernos de una pérdida, no deja de ser una tragedia. Schuiten es un dibujante belga más conocido por Las ciudades oscuras, una serie de cómics fantásticos que ha publicado junto con el guionista Benoît Peeters. Su libro Jim (Libros del Zorro Rojo, 2024) es un duelo: una colección de dibujos a tinta negra que reflejan la vida de un perro alegre y noble, guapo y simpático, y el vacío que deja en su vida.
Las ilustraciones desbordan cariño. Son magníficas, algunas un poco inquietantes también, pero todas cálidas y muy, muy bonitas. Me encanta cómo captura la mirada de Jim, ¡es tan perruna! La forma del ojo varía de un perro a otro, pero la mirada la reconoce de sobra cualquiera que haya tenido uno: fiel, amorosa, pelín sinvergüenza. «Mi perro sabe cosas de mí que yo ni siquiera sospecho». Es una evidencia que nos conocen por lo menos tan bien como nosotros a ellos, pero me avergüenza reconocer que no me había dado cuenta. Al final del libro hay una serie de dibujos de Jim hechos por amigos del autor que son una sorpresa muy agradable.
Este libro huele a perro enroscado y calentito, a suspiro paciente, a una falta total de rencor. Puede que el texto nos parezca cursi a veces, pero no importa demasiado porque lo principal son las ilustraciones y el retrato que se traza de Jim, en el que reconocemos, en cierto modo, a todos los perros del mundo. El resultado es una carta de amor que conmueve porque es de verdad, como este retriever que corre, empuja o se sacude el pelo mojado «y yo voy detrás, pidiendo disculpas». Schuiten lo mira con una aceptación incondicional y se nota no solo que lo ha querido mucho, sino que lo ha disfrutado enormemente. Me recuerda a Angus Lordie, el personaje de Alexander McCall Smith, y a su perro Cyril. Cyril tiene un diente de oro, una tendencia a guiñarle el ojo a la gente y una debilidad absoluta por los tobillos, y su dueño —que también es artista— lo trata como si fuera una persona. Esto es algo que tiene muy mala prensa, lógicamente, pero no estamos hablando de compartir el cepillo de pelo con el animal, sino de tratarlo con cariño y respeto.
Dice el dibujante que si hay un perro en una reunión de trabajo el clima cambia, se cuela una pizca de ligereza. Pasa también con los niños. Tanto unos como otros nos sacan de nosotros mismos, nos cambian el centro de gravedad y, si los dejamos, nos alegran la existencia. Solo hay que abrirse un poco al caos y aceptar el desorden que nos traen, que no es más que la vida, en realidad: un perro que pega tirones cuando lo paseas, loco por llegar al siguiente naranjo, es una pesadilla, sí; pero mucho peor será el día que tengamos que arrastrarlo. «Un día fui yo quien tiró de ti», escribe, y se te para un poco el corazón. El dolor que se siente cuando perdemos a un perro no siempre se entiende bien. Este es un libro para los que sí lo comprenden.
François Schuiten
Libros del Zorro Rojo
2024
128
17,90 €